El aterrizaje de Alberto Fernández
Por Jorge Raventos
El sábado 11, cuando aterrizó en Buenos Aires después de participar en la Cumbre de las Américas, en Los Angeles, Alberto Fernández ya sabía que la inflación de mayo, como había anticipado el ministro de Economía, fue menor que la de abril. Pero la pequeña disminución que experimentó está muy lejos de calmar las ansiedades: en el borde del segundo semestre las previsiones del ministro lucen inviables.
La brecha y la grieta
Fernández tuvo más motivos de preocupación durante la semana. La disparada de los dólares paralelos fue un reflejo de estampida que mostró la alarmada sensibilidad del mercado, escéptico sobre la capacidad del Estado sea para cumplir con la monumental obligación en pesos que vence dentro de dos miércoles sin apelar a la proverbial “maquinita” , sea para conseguir que bancos y fondos de inversión tenedores de los compromisos estatales se allanen a renovar una parte sustancial de ese paquete.
Para evitar que se ensanche más la brecha cambiaria y seguir gambeteando una devaluación, el Banco Central se ve forzado a levantar las tasas, aun con la conciencia de que se trata de un paso hacia el enfriamiento productivo. No parece un momento óptimo para encarar la tarea que acaba de asumir Daniel Scioli en el ministerio de Producción.
Su presencia como titular de la cartera que tuvo que abandonar Matías Kulfas generó optimismo en el sector empresario, que sabe que el flamante exembajador en Brasil tiene puesta la camiseta de la producción y no es, como Kulfas, un pupilo del Presidente, sino un político con peso propio, mirada estratégica y sobrada experiencia en la función pública. Después de reunirse con Martín Guzmán y con el presidente (en comisión) del Banco Central, Miguel Pesce, Scioli envió un primer mensaje: “Hay que cuidar los dólares y darle prioridad a las necesidades de la producción”.
Habrá que ver si el entusiasmo de Scioli encuentra respuesta positiva en todos los estamentos del gobierno, si recibe el apoyo necesario de la Casa Rosada y también si alcanza para contener la inquietud del sector empresarial.
Se mueven las bases
En rigor, las preocupaciones no son monopolio del sector empresario sino también del arco del sector trabajo: desde los sindicatos al amplio universo de los movimientos sociales y la informalidad laboral que ya empiezan a estirar los músculos de sus movilizaciones.
El primer sector en ocupar la calle ha sido la izquierda (que, para preocupación del cristinismo) viene ampliando sus bases en la misma geografía suburbana donde los seguidores de la vicepresidenta atesoran su principal capital electoral. Ahora también se mueven los movimientos sociales más amigables con la Casa Rosada (como el Evita y sus aliados), que también despliega sus fuerzas en la vía pública, reclama fondos para las cooperativas de trabajo de la economía popular y se prepara para construir un instrumento político propio. El movimiento obrero también da muestras de impaciencia. Una semana atrás, en la sede de la CGT de la calle Azopardo se reunieron dirigentes obreros y líderes del Polo Obrero, el sector piquetero inspirado por el trotskismo.
Sin duda se trató de una reunión singular. Es cierto que no conviene confundir: una reunión en la CGT no es necesariamente una reunión con la CGT. El único dirigente de la plana mayor que estuvo presente fue Pablo Moyano, pero sin duda Moyano no actuó como francotirador: contaba con visto bueno de sus pares para esa aproximación. Los trotskistas, por su lado, mostraron una flexibilidad que los aleja por un momento de la rígida contestación a la “burocracia sindical” que siempre los caracterizó-. No es que hayan archivado el concepto, pero la ideología no les impide las alianzas tácticas.
Tanto Moyano como los trotskistas empujan una gran movilización y, eventualmente, un paro. Por apacible que sea la forma en que una cosa o la otra se materialicen, el gobierno está al borde de padecer medidas de presión y de protesta originadas en el piso sobre el que se asienta. En el mismo momento en que se encabritan las variables económicas, se anarquiza la coalición que triunfó electoralmente en 2019 y desde la oposición política y mediática se alzan voces que reclaman cambios institucionales rápidos y hasta una suerte de golpe parlamentario.
Aunque no haya objetivos acordados, por derecha y por izquierda, por dentro y por fuera se insinúa un juego de pinzas cuya víctima objetiva es Alberto Fernández, cuya autoridad se ha visto erosionada en buena medida por él mismo.
La novela del avión
Mientras muchos siguen encandilados por las fechas electorales de 2023, ona precipitada atmósfera de vísperas se suscita desde hace semanas, a veces fundada consistentemente y en otros casos exageradas por una narrativa encarnizada y caprichosa.
El último episodio de esta serie es el relato de misterio urdido alrededor de un avión de carga venezolano -originalmente propiedad de una compañía iraní- que, después de que Uruguay rechazó su pedido de aterrizaje en Montevideo, fue admitido en Ezeiza, de donde había partido.
Autoridades orientales explicaron que el motivo de su negativa era “información que el Ministerio del Interior de Uruguay había recibido de agencias extranjeras”. Una prudencia semejante mostraron en Argentina las compañías petroleras Shell, Exxon e YPF, que se negaron a abasteceer de combustible al vuelo “por temor a penalidades”.
La empresa venezolana Emtrasur S.A. figura en una lista de firmas sancionadas por el gobierno de Estados Unidos por supuestos vínculos con el terrorismo. La embajada de Israel en Buenos Aires transmitió la preocupación de su país por la actividad de las compañías aéreas iraníes Mahan Air y Qeshm Fars Airen América Latina, empresas que se dedicarían -de acuerdo apronunciamiento de aquella embajada “al tráfico de armamento y al traslado de personas y equipos que operan para la Fuerza Quds, las cuales están sancionadas por Estados Unidos por estar involucradas en actividades terroristas”. Se sabe que el Boeing que esta retenido por la autoridad argentina en Ezeiza fue comprado en enero por Emtrasur a Mahan Air.
Estas circunstancias, más el hecho de que el vuelo contaba con un número significativo de tripulantes (19) y que estos eran iraníes y vcenezolanos, convencieron a aquellos círculos propensos a la suspicacia de que allí se registraba una cadena de indicios sospechosos: eso los impulsó a sobreactuar su desconfianza y a lanzar conjeturas aventuradas (¡sostenidas con informes de agentes de la inteligencia paraguaya, cuyo segundo idioma seguramente es el farsi, no el guaraní!), como que el piloto iraní sería un jefazo de la Fuerza Quds de su país; o formulando preguntas y demandas contradictorias (¿por que se permitió que el avión partiera a Montevideo?¿Por qué se le permitió aterrizar y permanecer en Ezeiza?) o simplemente alejadas de la información que ya era pública y constaba en la Justicia: sobre los tripulantes no pesaba ningún reparo o limitación que justificara permitirles el ingreso. En cuanto al aparato, fue exhaustivamente controlado por oficiales aduaneros y por especialistas de la Policía Aeroportuaria que no encontraron nada incriminable, aunque ahora el juez actuante ha decidido reiterar el procedimiento y apareció un elemento nuevo, no registrado anteriormente: una computadora portátil.
El embajador de Estados Unidos, entretanto, aclaró que su país estaba al tanto de los hechos y que agradecía la atención prestada por las autoridades locales al episodio.
El jueves, en el diario La Nación, el habitualmente bien informado columnista Carlos Pagni resolvió la mayoría de los interrogantes que exponen muchos de sus propios colegas y discretamente “spoileó” el relato: el avión venezolano “ traía autopartes desde Querétaro (México), para que Volkswagen las ensamble en su planta de Pacheco. La fabricante de esa mercadería es la multinacional Faurecia”. Los asientos y paneles instrumentales llegan regularmente desde aquel origen y formarán parte del modelo Taos que la compañía alemana produce en el Gran Buenos Aires.
La empresa productora de las partes, Faurecia, no parece vinculada al terrorismo: cuenta een el mundo (en 37 países) con 248 plantas industriales (16 de ellos en México), 37 centros de Investigación y Desarrollo y emplea 115.00 empleados.
Ni Faurecia no Volkswagen, involucrados directos en el vuelo, parecen haberse sentido intimidados por las sospechas que inquietaron al ministerio de interior de Uruguay y a las petroleras que acrçtúan en Ezeiza- Si el avión llegó a Buenos Aires desde México habrá que suponer que en Querétaro fue normalmente abastecido de combustible por compañías que tampoco temieron penalidades ni recibieron informes para que se abstuvieran de cargar el tanque del Boeing presuntamente terrorista.
El transporte regular de partes de un modelo de automóvil no es un tema misterioso. “Posible, pero no interesante”, como comenta un personaje de Borges (La Muerte y la Brújula , 1944). Como exhortaba un Viejo Viscacha del periodismo: “Nunca permitas que la verdad te arruine un buen título”.
La novela del avión no es más que un número de variedades en las condiciones de la grieta. Cualquier episodio se integra a esas narrativa mayor, y de los dos lados de esa brecha vuelan proyectiles y se balbucean despropósitos. ¿Hacía falta, por ejemplo, que el flamante jefe de la AFI, el muy agudo Agustín Rossi, diera rienda suelta al fluir de su conciencia y divulgara el supuesto de que los iraníes estaban instruyendo a los venezolanos en el manejo del Boeing? Si lo que quería era fulminar el uso sesgado del episodio lo más eficaz es apoyarse no en presunciones aventuradas, sino en información. Como hizo Pagni.
Pero las variedades son un entretenimiento fugaz. La densidad pasa por otro lado. Por la deuda en pesos que vence el 29 de junio, por la brecha cambiaria, por el temor a una corrida más intensa que la de la semana última, por el ritmo de la inflación, por la impaciencia de las bases. En fin, por una cuestión de almanaque (en qué fecha cae diciembre de 2023).
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