El silencio del Indio
La entrevista-documental Tsunami – Un océano de gente es una pieza de colección. Además de la charla y de las imágenes, hay palabras que sin pronunciarse quiebran en pedazos el capítulo más fuerte del rock argentino.
por Agustín Marangoni
Habría que escuchar al Indio Solari como si el tipo fuera nadie, apenas un pelado de lentes y sonrisa oscura. Después sí ir en busca de la obra y medir el peso específico de lo que dice y desde dónde lo dice, con especial atención en sus silencios. Tsunami – Un océano de gente, la entrevista-documental que produjo Mario Pergolini, toma fuerza en lo que no se quiere decir. Sin caer en metáforas para la gilada: en noventa minutos de charla y canciones, el Indio habla casi nada de los redondos. Y a pesar de que ni quiere nombrar la banda, le es imposible sostener el silencio. El espíritu ricotero vive mucho más allá de esas canciones brillantes. Es la banda más poderosa de todos los tiempos en el rock argentino, banda de catálogo, banda popular, académica, marginal, sofisticada, de barrio pobre, de barrio caro, de familia, de duros, de blandos, de jóvenes, de viejos, de muertos, de presos, de garcas, de la derecha, de la izquierda, del centro. Es la historia fuera de control. El Indio es un engranaje de ese monstruo y ni masticando su propia furia puede frenarlo, al punto que le genera menos tensión hablar de su enfermedad o de sacudirse un corchazo que decir algo sobre los redondos.
Los silencios son la vértebra central de su proceso creativo. Él mismo lo aclara cuando habla de la estructura de una canción. Además de tildar al rock argentino como un derrotero de boleros acelerados, se detiene a analizar la lírica y la melodía. La lírica –dice– tiene un ritmo y lo más importante es lo que sucede detrás de la letra. “La lírica no está para ser entendida, es un lenguaje. Los silencios son lo más importante, igual que en un haiku. Si sos un insensible te parece una pelotudez”, dice y sin querer suelta el hilo que marca el camino de sus palabras, de sus emociones, adentro y afuera del rock. El Indio, una vez más, habla de traición. “Vos me podés cagar con guita, pero no me podés traicionar”, dice. Acto seguido se niega a responder sobre la potencia de la dupla Solari-Beilinson. “Las canciones son mías”, marca con énfasis. Entonces lanza un palabrerío sobre compases y acordes y repeticiones que cae en el vacío. Pergolini lo apura, le clava un dedo en la herida en busca de algo más. Pero el Indio no emite palabra. “Una gran banda”. Es todo lo que dice sobre los redondos. Y calla otra vez. Un silencio épico para la historia fuerte del rock argentino.
Tsunami es un material extraordinario. Los asuntos técnicos están resueltos de sobra. Hay pocos planos y alcanzan para mostrar a la masa en movimiento. Lo que más vale es la entrevista. Pergolini es, ante todo, un gran entrevistador, tal vez el único que tiene la espalda suficiente para charlar con el Indio a tres cámaras y de cualquier tema. Al Indio se lo ha podido leer bastante, se lo ha escuchado menos y casi nunca se lo había visto, salvo en fotos, fuera de un escenario. Esa sonrisa de diente torcido en hd es un hallazgo, igual que sus gestos. Para permitir Tsunami, la única condición que bajó Solari fue que el material no ingrese en un circuito publicitario. Mario pensó con una lógica bien siglo veintiuno: los contenidos son commodities. La ganancia está en el tráfico, en la promoción, en el arrastre para otros contenidos. De ahí semejante despliegue, que incluyó siete cámaras, drones, un equipo de especialistas y hasta un helicóptero. Cualquier entrevista al Indio hubiese sido reproducida millones de veces aunque se hubiera grabado con el lente de un celular. Pergolini, fiel a su estilo, puso a sonar toda la orquesta y logró un documento histórico.
El riesgo de este tipo de obras está en endiosar al personaje, aunque también puede ser inevitable: es la figurita más difícil y para el público hasta la más mínima señal alimenta esa fascinación por todo lo que hace el Indio, sea una canción o ir un domingo de elecciones a votar. Tsunami está a la altura, cuenta el fenómeno sin empalagar, le da espacio a los músicos, muestra el imperio técnico de cada concierto, su proyección internacional y, además, lo tiene al Indio mano a mano.
Entre lo que dice, que es mucho y desgarrador, se pregunta por sí mismo. Es consciente del lugar que ocupa, pero asegura que nunca entendió por qué las cosas tomaron la dimensión que hoy tienen. El Indio es un tipo sincero, autor de una mirada cruda sobre la realidad. No andaría con chiquitas para sumarse un poroto. No lo necesita. “Lo que tengo es una buena noticia, lo que hago conmueve a mucha gente”, dice. Mario le pregunta también por el personaje, por su capacidad. “No sé por qué soy el Indio Solari”, dice y brinda con un vaso de whisky.
El Indio se muestra como un tipo frío, asegura, por ejemplo, que no se emociona cuando sube al escenario porque es el lugar más cómodo que tiene. Hasta cuenta entre risas la anécdota de una nena a la que un descerebrado amenazó con un machete. Ese mismo tipo puede pararse frente a 150 mil personas enardecidas y pedir silencio. El mismo tipo que va a seguir de rockanroles a pesar de su enfermedad. El que dice cosas complejas como si nada. El que esperó casi treinta años para aceptar otra nota frente a una cámara. Se ve que algo tenía para decir. También para callar.