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Cultura 17 de octubre de 2016

Grandes libros, pequeños lectores

"Tres damas junto al mar", de Rhonda Levine y Edward Gorey. (2015) Adriana Hidalgo, Buenos Aires.

Por María José Troglia
Integrante de la ONG Jitanjáfora

La editorial Adriana Hidalgo ya nos ha acostumbrado a las apuestas interesantes y rupturistas, especialmente a través de los libros que conforman su colección Pípala, destinada a los niños.

En este caso, teniendo en cuenta ese público al cual se dirigen los libros, podemos detectar la primera ruptura: publicar una obra que pone en cuestión al destinatario -ya que algunos de los elementos del texto y otros de las ilustraciones no se corresponden con una propuesta identificable de inmediato como “infantil”-, implica una toma de posición de parte de la editorial que da cuenta de una opción por los libros de calidad y por quebrar los estereotipos, por ejemplo las etiquetas de edad tan conocidas por todos y tan “tranquilizadoras” a la hora de elegir un libro para chicos.

Los lectores que pide Tres damas junto al mar son arriesgados, más allá de su edad, porque tomar este libro implica ya desde sus paratextos una aventura algo insólita.

La historia que cuenta no es convencional: tres señoras, tres nobles damas, viven en sendas casas a la orilla del mar, dos de ellas se comportan del modo esperable, pero la tercera… se entrega a una rara actividad con la que desafía los mandatos victorianos y descoloca a sus compañeras: anda por las ramas en busca de un alegórico pájaro que le habló de amor y la obligó a despegar los pies de la tierra.

La música, el té, el mar, los quehaceres, parecen danzar en esta composición de Rhonda Levine, que no en vano ha dedicado su vida a la música y al teatro. El registro elegido para contar la historia tampoco es convencional: el texto es un poema dividido en estrofas de cuatro versos rimados (esfuerzo del traductor).

Y las ilustraciones merecen detenernos: Edward Gorey acompañó a Levine en dos de sus libros para niños. En este caso logra contarnos con las imágenes una historia mucho más inquietante que lo que podrían decir sólo las palabras: las damas están constantemente descontextualizadas, arrastrando vestidos largos y collares de perlas por una especie de páramo, demasiado solitario, demasiado nostalgioso.

El uso del color, de las líneas finas, de lo que se sugiere y no se dice trasmiten sensaciones algo incómodas para el lector desprevenido, como en todos los libros de Gorey, y nos hacen preguntarnos qué hacen allí esas señoras solas, tan lejos de lo que la moral victoriana pedía a las damas.

Un rescate de Pípala de un libro de 1963 que reúne a dos artistas de culto y que invita a sumergirse en un paisaje desolado, vacío y también algo siniestro, especialmente si abrimos el libro al azar y encontramos la ilustración de Alice cuyo larguísimo collar de perlas pende del árbol semejante a una horca.