En pandemia, un “Mercado chino” fue el espacio para buscar poesía
La marplatense Evangelina Aguilera asegura que territorios e identidad son los pilares en los que se sostiene este poemario, uno de los dos acaban de salir de imprenta. El otro es "Boccaccio para recitar".
Evangelina Aguilera.
“Quise, no sé si lo logré, hablar de muchos territorios que no son tangibles: el de la identidad, principalmente”. Así se refirió la docente y poeta Evangelina Aguilera a “Mercado chino“, su poemario en castellano e inglés que publicó en México la Editorial Pandero Cultural.
Poeta fecunda, otro de sus libros recién salido de imprenta es “Boccaccio para recitar” (Editorial Gogol). En él hace el intento de “evocar intertextualmente ciertos cuentos de El Decamerón, que describe en sus inmejorables narraciones el contexto de la epidemia de peste negra en la Florencia de 1348”, cuenta a LA CAPITAL.
Justamente, fue este tiempo de pandemia el que permitió la aparición de los poemas de “Mercado chino”. En sus páginas sobrevuela un puñado de personajes que trabajan en este mercado, al que la escritora iba junto a sus hijos a comprar cada día. Y agrega dimensiones culturales y temporales propias, sensaciones y reflexiones sobre el cruce de culturas y de espacios. Allí encontró poesía.
“Los mercados chinos son espacios fríos y tristes”, indica Aguilera. “A veces gozan de cierta higiene y orden. Impera en ellos una rara convivencia entre el mercado en sí y los puestos que no les pertenecen a los chinos. Esto no es menor porque confluyen en un mismo lugar modos distintos de hablar, de vender, de relacionarse. Los empleados casi nunca están conformes con las normas y las exigencias del trabajo. Ese clima opresivo, casi de disgusto constante, siempre me conmovió mucho porque no puedo dejar de pensar en términos de necesidad”, profundizó.
Así, el mercado es el espacio de trabajo no siempre elegido. Escribe en su libro: “En el supermercado chino/se trabaja el feriado y los primeros días del año,/ los domingos y el día del obrero/se trabaja/ a como dé lugar/y el lugar es siempre grande”.
Y más adelante, en “Cárcel”, sigue: “El infierno/ es un mercado grande con ventanas/ que dan hacia la nada,/ caminos que se cortan/ en mutiladas piernas/”.
Sin embargo, ése no es el único aspecto que deja entrever su libro: la nostalgia por la tierra abandonada, el recuerdo de tradiciones y ancestros, los hijos que yacen lejos, la labor que da sentido a los días y la amabilidad también emergen, en voces potentes, en imágenes puras.
– En varios de estos textos aparece el destierro y la melancolía. ¿Saltaron esos sentimientos a simple vista o tuviste que indagar cuando conversabas con los dueños del mercado?
– Los territorios y la identidad son dos pilares en la construcción de este libro. Por un lado, el poemario se titula “Mercado chino” pero su dueño no es chino, es japonés. Nadie advierte esa diferencia, de ahí que Sheng Huang, la voz central del libro, se siente un tanto ofendido y resignado. Intento contrastar la delicadeza del personaje, sus modales respetuosos, su extrema educación, a la agresividad y rudeza del mercado, a las reglas básicas del consumo y a la prepotencia del que compra. Yo quise, no sé si lo logré, hablar de muchos territorios que no son tangibles: el de la identidad, principalmente.
– Parece haber dos tendencias en el poemario: la del amor con la que retratás a las personas que trabajan, casi como si fueran tu familia, y la otra, cuando hablás de las ratas, de los lácteos descompuestos y de cuánto se parece un mercado a una cárcel.
– En toda situación dolorosa puede vislumbrarse la esperanza. Es como una flor de loto que crece en pleno lodazal. Creo que la vida es así la mayor parte de las veces: nos sostenemos en el amor de los otros, hacemos pie en esos puentes de comunicación donde nos vemos reflejados en la mirada ajena para reconocer qué estamos siendo. Eso me pasó con los trabajadores del mercado, con Anabella, Bárbara, Nicolás…, con los que transité esa pandemia cotidiana, el miedo, las cifras de las muertes diarias, el terror de poder contagiarnos y morir. Pero ese miedo oscuro era disimulado con la risa, la charla del día a día, la anécdota, el contarnos quiénes éramos en el escaso tiempo que permite una compra de mercado. El infierno de la pandemia fue la cárcel, el laberinto del que no podíamos salir, fue sentir la muerte cerca y eso nos dio una dimensión de la existencia totalmente distinta.
– ¿Qué simboliza la mariposa, una imagen a la que aludís con frecuencia?
– La tapa del libro es un dibujo que hizo una artista de la ciudad, la querida Natalia Ferrino. Ella hizo un dibujo inspirado en el libro y dio en el blanco. Con el estilo de los dibujos del manga japonés, puso en primer plano al protagonista, a Sheng Huang. El sostiene una flor de loto, está de espaldas a la góndola donde se exhiben productos de consumo. Sheng Huang ofrece lo más puro que tiene. Y a él se acerca una mariposa. En el poemario, la mariposa es el alma de una amada que él ha dejado en otra tierra. En la simbología japonesa la mariposa representa la figura femenina y también significa «alma de los vivos y los muertos», como resultado de la creencia popular de que los espíritus de los muertos toman la forma de una mariposa cuando están en su viaje al otro mundo.
– ¿Por qué decidís registrar la oralidad de las personas de origen asiático cuando hablan en español?
– Siempre estoy muy atenta a la música de las palabras, me encanta escuchar conversaciones en los colectivos, en la calle, en la televisión, no por curiosidad de los temas que toca la gente sino para descubrir la música que llevan en sus lenguas, cómo arman las oraciones, qué palabras elijen, qué marcas hay de la edad del que habla. O los tonos, esas distintivas maneras de hablar que es tan diferente de acuerdo a la provincia del hablante. En este sentido, la escucha en el mercado fue para mí un ejercicio esencial. Escuchar cómo organizan sintácticamente, cómo pronuncian y detectar las palabras que emplean con regularidad es toda una enseñanza. La manera en la que se comunican demuestra que han aprendido lo necesario en su ámbito, no más. Son concisos y prácticos, usan la lengua nuestra como quien busca una llave para abrir una puerta.
– ¿A qué se debe que el poemario se encuentre también en inglés?
– “Mercado chino” es un libro que se editó en México, en San Luis de Potosí, gracias a la Editorial Pandero Cultural y a la gestión de la Presidente de la Academia de Literatura Latinoamericana, la escritora Odette Méndez. Lleva la traducción maravillosa de la escritora Vanesa González, que es traductora y que reside en Madrid. Quise que el libro contara con la voz en inglés debido a que creo que la experiencia del mercado chino es de por sí cosmopolita, trasciende fronteras, culturas, lenguas. Elegir el inglés para la traducción supuso un poco eso, hacer del poemario un objeto estético accesible a todos, puesto en una lengua necesaria, como un alimento del mercado, diría yo. Por otra parte, el trabajo que hice con Vanesa González fue meticuloso y arduo. Ella supo interpretar y captar el sentido y la musicalidad de una manera única.
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