Hasta el miércoles, Diego…
La despedida al reconocido periodista Diego Bonadeo del colega y amigo Guillermo Blanco.
por Guillermo Blanco
Venía de otros tiempos. Pocos pudieron entenderlo a Diego Bonadeo si se lo miraba desde esa omnipotente juventud que suele abarcar a los que recién se inician en la vida periodística. De ahí entonces que fueran muy pocos los que comprendían y aceptaban que les tirara una tiza o a veces hasta una pelota de rugby a algún alumno de Deportea distraído durante su clase.
El había crecido con árboles de tallo grande y fornido, por ejemplo Alberto Laya en La Nación, y lo había rozado la figura de un Dante Panzeri de quien sería mojón indispensable para continuar con las ideas de ese prócer del periodismo venal.
Fue grandote y hosco por fuera, aunque por dentro guardaba su sensibilidad -que la tenía y mucha- para regar el crecimiento de hijos y más aún los nietos. Abrazó la política en tiempos del Frente Grande desde el lugar de siempre, el del crítico irremediable a quien a veces no entendían ni los de su bancada de concejal en Vicente López. Recuerdo que una vez en la Legislatura porteña se estaba gestando una movida de esas que al final no llegan a nacer, en la que con varios periodistas y hasta un Jorge Valdano recién llegado de Madrid propiciábamos un evento deportivo. Y fue como para recordar la payada entre Gabino Ezeiza y Betinotti el encontronazo entre Bonadeo y una señora radical que no tenía la menor idea de lo que significaba el deporte.
Diego era eso. Profundo y contestatario. El único quijote que desde el nacimiento de Sport 80 mantuvo una línea definida en pos del fútbol-juego sin caer en el pragmatismo exacerbado de otros colegas que estaban en la otra orilla. En medios escritos, radiales, televisivos, siempre fue el mismo. Hasta en las pequeñas grandes columnas de Página 12 hasta último momento, dejaba su sello…
Nunca trató de estar cerca de su hijo en lo mediático y en los últimos tiempos apenas si aceptó salir al aire por teléfono en un programa radial de la AM 750. Jamás podría haber pertenecido a un rebaño, era huraño pero frontal, y no resultaba fácil ganarle en una payada. Y a los enemigos ni hablar. Se fue a la mañana, mientras se vestía para ir al médico, ya que la agitación interna era un tañido de alarma como para atender. Y se quedó ahí. En silencio. Con su Lola al lado, la que lo entendía, lo protegía y a veces perdía ante su irremediable tendencia a las comidas ricas que suelen ser las que hacen mal.
Los miércoles desde hace más de una década eran sagrados. La mesa junto al Flaco Menotti y un grupo de amigos seguirá aunque sin él, pero con su silla firme, su figura inmensa y ese rostro que traslucía una eterna juventud, más allá de algunos lunares que denunciaban el presente casi octogenario. A veces nos juntábamos en los llamados Balconazos, al que solíamos cambiar la C por una K, para darle bronca. Eran emblemáticos, y más aún aquel en el que juntamos a Osvaldo Bayer y Calica Ferrer, el gran investigador que descubrió la parte negra de la voracidad oligarca en la Patagonia, y el amigo del Ernesto Guevara, quien acompañó al Che en su último viaje antes de volar a Cuba previo paso en México. Pocas veces lo veía tan contento como cuando salíamos de ver el Huracán de Angel Cappa…
Te nos fuiste, cabrón, y seguro que si pensaste en cómo sería el momento, estarás mascullando bronca porque todos hablan de vos. Sólo cambia el escenario y esta vez no nos interrumpiste como solías hacerlo. Hasta siempre, Diego…
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