El lector que escribe un diario lee “Los diarios de Emilio Renzi” de Ricardo Piglia. Compleja cuestión de atribución de autoría, por cuanto son los diarios de Ricardo Emilio Piglia Renzi, un juego de espejos que sus lectores conocen bien y que en estos diarios llegan a la exasperación.
El desdoblamiento se instala desde la “Nota del autor” que actúa como prólogo y se completa al final, marco narrativo para la transcripción de los diálogos del autor con Renzi quien, en algún momento, le cuenta que “tiene la extraña sensación de haber vivido dos vidas”.
Paralela (y consecuentemente) se impone un desdoblamiento temporal: al ordenamiento cronológico típico de un diario, ubicado en los “Años de Formación” comprendidos entre 1957 y 1967, se superpone el presente de la reescritura que termina componiendo el libro que el lector tiene en mano. No sólo en el marco sino en todo el recorrido aparecen intercaladas y sin demasiado aviso previo reflexiones o relatos de la tercera persona del “autor” o de la primera de Renzi versión 2015. Para el Renzi que relee los cuadernos escritos tanto tiempo antes y los dicta para su edición, el diario sólo ofrece “bloques de experiencia y sólo la lectura permite reconstruir una historia que se despliega a lo largo del tiempo. Lo que sucede se entiende después”.
El volumen que el lector que escribe un diario lee se llama “Años de Formación” y narra a partir de la pregunta cómo se convierte alguien en escritor. Aparecen, entonces, cuatro cuestiones fundamentales: la familia, especialmente el abuelo Emilio; los amores; los libros y películas y la zozobra económica. El abuelo Emilio es una figura fundamental, por cuanto provee una buena cantidad de historias, pero también es quien le ofrece al joven estudiante que lleva su nombre la forma de subsistir en La Plata, donde va a estudiar historia contrariando el mandato paterno. El abuelo le paga un sueldo por ordenar sus archivos de la primera guerra mundial, cuando combatió y luego fue encargado del correo con las familias de los soldados muertos en combate en Italia. Archivos, testimonios, cartas –aunque no necesariamente las del abuelo- son materiales que el joven escritor utilizará en su constitución como tal.
Todo el diario, además, está punteado por los amores que vive, los libros que lee y los que planea escribir, junto con los amigos y lo que suele llamarse “ambiente” literario de la generación que va surgiendo en esa década, buscando conjurar las paternidades de Borges y Cortázar en lo literario y del peronismo en lo político.
En definitiva, la experiencia. Renzi/Piglia sentenciando que “la literatura es experiencia y no conocimiento del mundo”. La experiencia, “pequeños acontecimientos que se repiten y expanden sin conexión, dispersos, en fuga”, una palabra que aparece frecuentemente y que remite al lector que escribe un diario a los epígrafes de “Respiración Artificial” –We had the experiencia but missed the meaning, and approach to the meaning restores the experiencia. T.S.E- y de “Blanco nocturno” –La experiencia es una lámpara tenue que sólo ilumina a quien la enciende. L-F Celine-, dos novelas de Piglia que admira. Aunque la clave de la escritura no está “en la experiencia vivida sino de la comunicación de esa experiencia y la lógica que estructura los hechos no es la sinceridad sino el lenguaje”, porque es en definitiva “el lector quien rompe el monólogo, quien le otorga sentidos que no estaban visibles”.
El diario es un recorrido por las lecturas, por el modo en que lee alguien buscando hacerse escritor, desarmando el mecanismo de libros gustados y desestimados, en busca de una voz propia, convencido de que “el valor de la lectura no depende del libro en sí mismo, sino de las emociones asociadas a la lectura”.
Y las mujeres… Son las mujeres las que enseñan a leer, dice al comienzo de su diario Emilio Renzi y, aunque lo ha dicho varias veces, al final revela el valor de su madre como contadora de historias en su aprendizaje como escritor.
Por algún lado, Renzi-Piglia copia una frase del diario de Kafka, una frase que dice “una persona que no lleva un diario se encuentra ante una posición falso frente al diario de otro”. Y con la misma convicción, el lector que escribe un diario subraya fuertemente esa frase, volviendo a meterse en el juego especular de citas y citados, de autores y referencias, de autores y alter egos, para convencerse de que “al escribirlos (a mis cuadernos) imagino que puedo cambiar la realidad, leerlos será luego un modo de volver a vivir el presente”.
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