Gabriela Klier: “No es azaroso que las mujeres seamos quienes denunciemos el deterioro ambiental”
La bióloga e investigadora de Conicet hace referencia a los puntos en común entre el feminismo y el ambientalismo, por qué la crisis climática afecta más a las mujeres y cómo éstas se ponen al frentes de las luchas.
Gabriela Klier. Foto: Télam | Eugenia Neme.
Por Natalia Concina
Afectadas por la crisis climática pero también protagonistas centrales en las luchas socioambientales, las mujeres ponen el cuerpo y las ideas para la construcción de “relaciones y cuidados con otras personas y seres vivos” diferentes a las impuestas por el patriarcado y el capitalismo, aseguró la bióloga e investigadora de Conicet Gabriela Klier en las vísperas del 8M.
“Los territorios son entramados de afectos y fuerzas que nada tienen que ver con el espacio intercambiable y desafectado que propone el capitalismo. Tanto en ambientalismos como feminismos la dimensión afectiva y emocional es central: no como algo propio de las mujeres, sino como una dimensión intrínseca del habitar y relacionarnos”, aseguró Klier a Télam.
En diciembre pasado, Naciones Unidas anunció que el lema del Día Internacional de la Mujer de 2022 era “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”, con el objetivo de “reconocer la contribución de las mujeres y las niñas (…), que están liderando los esfuerzos de respuesta, mitigación y adaptación al cambio climático para construir un futuro más sostenible para todas las personas”.
En el anuncio, ONU aseguró que “cada vez es más evidente que las mujeres son más vulnerables al impacto del cambio climático que los hombres, ya que constituyen la mayoría de la población pobre del mundo y son más dependientes de los recursos naturales”.
Esa doble situación que se profundiza -por un lado, son las más afectadas por la crisis climática y, por otro, las principales protagonistas de las resistencias socioambientales-, puede analizarse desde la tradición ecofeminista, que ha vinculado la lucha feminista con el cuidado ambiental desde la década del 70.
Con estos ejes como disparadores, Klier -investigadora en filosofía ambiental en la Universidad Nacional de Río Negro, docente y participante de proyectos que articulan arte, ciencia y filosofía- dialogó con Télam sobre los puntos en común entre el feminismo y el ambientalismo, por qué la crisis climática afecta más a las mujeres y cómo éstas se ponen al frentes de las luchas.
– La ONU señaló que las mujeres son las más afectadas por la crisis climática. ¿Por qué?
– Hay varios estudios que relacionan los diversos extractivismos con problemas de género. Hay algunas cuestiones más evidentes: los extractivismos suelen ser ámbitos donde la mayoría de las personas que trabajan son varones y los territorios se transforman y masculinizan con la impronta de los trabajadores que migran. Las consecuencias son diversas: menos trabajos y menos centrales para mujeres, redes de prostitución, violencias múltiples.
Por otra parte, los extractivismos cambian las formas de relación con la tierra y en sitios principalmente rurales donde las mujeres tenían ciertas tareas de producción y cuidados esto se modifica.
Sin embargo, también es importante tener en cuenta que en las problemáticas socioambientales, y sobre todo en aquellas vinculadas al modelo extractivista, se profundizan las desigualdades, pero no sólo de género sino también con otros factores vinculados a la edad, a la comunidad de pertenencia, clase, etcétera.
– Si se observan las luchas socioambientales en Argentina, la mayoría está protagonizada por mujeres. ¿A qué responde este fenómeno?
– No hay una respuesta única pero se pueden pensar algunas hipótesis. Desde una perspectiva tradicional, las mujeres fuimos las encargadas del cuidado y salud. Y no es azaroso que seamos también quienes veamos y denunciemos la contaminación o el deterioro ambiental.
Por otro lado, hay una denuncia sobre los modos comunes de dominación y violencia desde el capitalismo héteropatriarcal sobre mujeres pero también sobre pueblos indígenas y sobre diferentes seres. De algún modo, el enemigo es común y no se trata de una persona o varias, sino que son racionalidades y regímenes de afectación.
Estos modos de entender el mundo que comprenden a otros seres vivos como meras cosas, que sitúan a las mujeres como irracionales, que pretenden dominar o “civilizar” diferentes culturas en pos de una razón universal, que comprenden al entorno como meros recursos naturales, destruyendo todo a su paso.
Esa racionalidad, que nos encasilla en un par sexo-género universal y que cercena los lazos vitales entre las personas y la tierra que habitan, no sirve más ni para una sociedad más justa ni para mundos más saludables.
Entonces, no es casual que quienes habitan lo abyecto, las alteridades, las personas excluidas de la Razón y la Cultura universal, sean quienes se alíen para encontrar y/o reivindicar otros modos de habitar y hacer mundos.
– En ese sentido, ¿qué hay en común entre las luchas feministas y las ambientales?
– En principio, hay una lucha contra los poderes hegemónicos, contra el capitalismo extractivista o contra el patriarcado. Contra diferentes formas de sumisión y violencia: de bosques, mares o personas.
Pero además, estas formas de poder se conformaron a la par. La invención de la naturaleza en la Modernidad se hace en espejo de la mirada sobre mujeres y pueblos indígenas: son las sombras y opuestos de la cultura, la civilización, la razón y el Hombre, con mayúscula.
Mujeres y naturaleza son construcciones en espejo que conformarán objetos a dominar, explotar o –como otra cara de una misma moneda – proteger.
Desde el reconocimiento de estos aspectos comunes entre los modos de dominio sobre mujeres y naturaleza(s) aparecen las resistencias.
Estas y otras cuestiones fueron resultando en alianzas vitales en Argentina -y en el mundo- como el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, las madres de Ituzaingó en la lucha contra los agrotóxicos o la epistemología feminista y la ecología queer en las ciencias y humanidades.
Si bien no necesariamente hay posicionamientos explícitos ecofeministas, se entraman elementos comunes. Algunos refieren a los vínculos entre humanos y no humanos proponiendo una ética del cuidado –donde también se reivindica la importancia de las labores de cuidado en nuestras sociedades.
Otros elementos refieren a la resignificación de la tierra: entender los territorios como sitios para habitar colectivamente, con diferentes especies y seres y no espacios abstractos para la especulación financiera y extractivista.
La separación entre razón y emoción es falsa, nuestras ideas y pensamientos no son sólo racionales sino que se atraviesan por modos de sentir, de afectar y de ser afectadas y afectados.
De aquí la necesidad de otras educaciones emocionales, de conformar otras relaciones y cuidados con otras personas y seres vivos.
Télam.
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