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Opinión 28 de febrero de 2022

Alienados en el líder

Por Alberto Farías Gramegna
[email protected]

 

La relación entre el Yo y el Tu es harto compleja y define muchas de las vicisitudes de la identidad personal. Ya en 1923 Martín Buber escribe “Ich und Du” (Yo y Tu), texto emblemático para entender desde una perspectiva dialógica existencial el vínculo con el semejante como parte responsable de la percepción del ser-en-el-mundo-con-los-otros.

La identidad de una persona, el “quien soy”, resulta de una mezcla de cómo me autopercibo y cómo creo que me ven los demás. La mirada del otro me constituye, decía el psicoanalista Jacques Lacan. Por su parte Sigmund Freud sostiene en “Psicología de las masas y análisis del Yo” (1921) que lo que une al grupo-masa es un sesgo hipnótico que se deposita en la figura del hechicero: el líder. Esa hipnosis colectiva que establece fuertes lazos entre los miembros de la masa, al estilo de la tribu, emerge de un mecanismo de “identificación proyectiva” (se proyectan valores en la figura del otro y luego imaginariamente el sujeto se identifica con la figura a la que invistió positivamente, viendo en ella lo que desea ver).

Específicamente Freud plantea que la estructura psicológica de la masa se apoya en dos tipos de lazos afectivos (expresados en el concepto metafórico general de “energía libidinal”): un vínculo vertical con el líder y otro horizontal entre los miembros del grupo, que los iguala fraternalmente. En términos específicos acordes con esta teoría se dirá que la masa poseedora de un líder al cual referir, constituye una reunión de sujetos anónimos que han reemplazado su ideal del yo (deseo de querer “ser como” o emular a una figura o conducta valorada positivamente) por un mismo objeto común (la figura idealizada del líder), y por lo tanto se ha establecido entre ellos una general reciprocidad basada en la identificación del yo de cada cual. Esa identificación de los iguales es producto del mecanismo antes mencionado de proyectar el ideal y luego identificarme con él como proviniendo de la figura sobre la que se lo ha depositado. Eso explicaría por qué el líder es incuestionable y depositario de todo lo bueno, a la vez que refractario a toda crítica posible.

 

Las ropas del emperador

 

Pero si alguien logra horadar esa situación incuestionable desvelando su presunta impecable omnipotencia y se descubriese que “el rey está desnudo”, como en el cuento clásico “El traje nuevo del Emperador” de Hans Christian Andersen, el sujeto quedaría vacío por dentro y la masa se desintegraría, surgiendo el “pánico”, el desbande de la tribu, arrojada a la suerte de cada uno con su más desnuda carencia. En el cuento, quien ha deshecho el hechizo fue un niño, que por ser tal no participaba del “pacto” inconsciente de negación de la realidad. Por eso desde dentro de la masa tribal es muy difícil ver “la desnudez del rey”, y quien lo insinúe es tildado de “traidor” y puede sufrir duras consecuencias. Al respecto Freud llama la atención sobre la frecuente emotividad de los miembros de un grupo-masa, a través de una suerte de “efecto contagio”. Esto se ve claramente en los comportamientos extremos de las manifestaciones ante desencadenantes que disparan la emotividad colectiva, y que el sujeto aislado jamás llevaría a cabo. Cuando esa emocionalidad -continúa analizando Freud- llega a puntos extremos por sentir su identidad grupal atacada o cuestionada, dirige su agresividad y rechazo a quienes siendo parte dudan de algunas “certezas” o hacia quienes no pertenecen al grupo, siendo vistos como peligrosos enemigos. Ante este punto crítico, surge la necesidad interna de expresar más fuertemente aún la convicción del Ideal de pertenencia a la “manada” “aullando con los lobos” (sic) y reafirmar la obediencia y fidelidad al líder o a la Idea conductora que sostiene la identidad ideológica del sujeto-masa. Así, el mecanismo de alienación en el Líder o a la Tribu, es condición necesaria para mantener al grupo sectario unido y asegurar la identidad de “ser parte de” un todo mayor que me contiene y me trasciende. Esto se ve muy claro, por ejemplo, en la identificación endogámica de los fans de cada equipo de fútbol y en algunas de sus “dramáticas” consignas “Todo por…”, “La vida por…” etc. Y por supuesto en los grupos intensos de doctrinas políticas fundamentalistas.

 

Alienados en el líder

 

Hace ya muchos años el psicólogo social Philip G. Zimbardo y equipo investigó experimentalmente lo que denominó “el poder de la situación”. Las situaciones, los roles sociales y la pertenencia a un grupo condicionan en gran parte tanto el comportamiento como la percepción de un hecho cualquiera, sesgando el estímulo en la dirección de una creencia previa o de la opinión de la mayoría, según las circunstancias en las que se halla el sujeto. En un experimento clásico, ya el psicólogo Solomon Asch demostró como la necesidad de conformidad con el grupo puede distorsionar hasta la percepción de una forma física.

Al mismo tiempo, el sujeto que percibe una incomodidad entre la realidad del estímulo y el deseo o una creencia impuesta, -fenómeno que otro psicólogo, León Festinger denominó “disonancia cognitiva”- reacomoda su percepción para autoconvencerse y así ajustar la contradicción que incomoda. Justifica lo que claramente es injustificable. Es el conocido mecanismo de autojustificación de la creencia, muy común en la política y en la religión: si “creo” en un ser “superior” a mí (terrenal y concreto o espiritual metafísico), cualquier cosa que ocurra, haga o diga, debe confirmar su esencia intachable para que pueda seguir creyendo. En el caso de una figura sagrada trascendental, si ocurre algo favorable en mi vida se lo atribuiré a su voluntad, al tiempo que, si en cambio percibo algo indeseable o dudoso, diré que es una prueba que debo sortear para reafirmar mi fidelidad.

En el ámbito de los grupos de seguidores sectarios de causas fundamentalistas, sean estas políticas, sociales o culturales, justificaré cualquier acción de mi líder diciendo que es una sagaz estrategia para afirmar un objetivo político, etc. o, por lo contrario, que es una difamación mendaz del “enemigo”, ya que además es propio del pensamiento sectario creer en intrigas y seudo teorías conspirativas de todo tipo. Mutatis mutandis lo vemos en el caso de la pandemia del Covid-19, tanto en el origen de la misma como de los contenidos de las vacunas posteriores.

Tal como dijimos al inicio de este artículo la relación del Yo (instancia virtual de la identidad personal que responde a la pregunta sustancial acerca de “¿quién soy?”) con el Tu (el otro que me define desde afuera) es harto compleja y puede deslizarse con cierta facilidad hacia la distorsión perceptiva extrema de la realidad objetiva. Es lo que se conoce como proceso de subjetivación disfuncional con sesgo creencial o en otros casos claramente patológica.

Ya la percepción “normal” misma es una subjetivación de la sensación (lo objetivo), una reconstrucción “sujetiva” (vb. del sujeto, que incluye “per se” lo subjetivo). Todo depende de cuanta “creencia” no verificable se agrega a esa percepción. Una cosa es la carga emocional y axiológica inevitable que toda percepción conlleva y otra la deformación delirante que el Yo puede hacer de aquella percepción, como parte de una indiscriminación grupal en la que sostengo mi frágil identidad individual, a costa de permanecer juntos y revueltos, alienados en el líder.