El nacimiento de Adiós Nonino
Recuerdo al padre, en una de las canciones más bellas de Astor Piazzolla.
Por Ezequiel Casanovas
Creo que si pasaras frente al Casino Central, viejo, te quedarías mirando el Astor Piazzolla de bronce en tamaño real que lleva la pose con que tocaba: el pie derecho sobre un cajón, el bandoneón apoyado en el muslo, las dos manos en las teclas, el otro pie en el suelo, los ojos cerrados en el medio de una plaza a cinco cuadras de la casa donde nació que ya no existe, a otras tantas de la casa donde vivió, que tampoco.
No te importaría que no quede casi nada de Astor en Mar del Plata; si fue en Nueva York, el día de su cumpleaños número ocho que su padre, Nonino, le regaló el primer fueye; si fue en Nueva York donde conoció a Gardel, le mostró cómo tocaba, lo acompañó por toda la ciudad y actuó en una de sus películas; si fue en Nueva York, también, el encuentro con Bela Wilda, su primer maestro, ese que –lo ha dicho Astor– le enseñó el verdadero amor por la música.
Encenderías un cigarrillo y cantarías esa parte de la milonga para Jacinto Chiclana que dice que los años no dejan ver el entrevero y el brillo. O quizás cerrarías los ojos como hacías los domingos cuando el paseo obligado era la peatonal San Martín y, a las siete de la tarde, en la disquería que estaba a la vuelta de la catedral siempre sonaba Adiós Nonino y te sentabas en algún banco y te quedabas en silencio, inmóvil, escuchándola.
Y yo tendría el momento justo para contarte que esa melodía es capaz de acunar a tu nieta de cinco años, de serenarla hasta que encuentra el sueño. Para contarte que hace poco leí que Astor recibió la noticia de la muerte de su padre antes de dar un concierto en Puerto Rico y supongo que le pasó lo que nos pasa a la mayoría: no supo qué hacer ni qué decir. Subió al escenario y tocó. Después, ya de regreso en su departamento de Nueva York les pidió a su esposa y sus hijos que lo dejaran solo: primero hubo silencio, quién sabe si lloró. Después agarró el bandoneón y, mientras pensaba todo el tiempo en el padre, tocó, tocó, tocó hasta que el aire se llenó, por primera vez, de los acordes de Adiós Nonino.
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