CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres

Un fraude a Casa Noel, un gerente asesino y el contador descuartizado

Corría el año 1968 y los dulces Noel eran los más famosos del país. Sin embargo, en la sucursal de Mar del Plata se cocinaba un espeluznante crimen. El gerente Héctor Espiñeira, para ocultar una estafa interna, decidió ir contra su amigo, el contador Roberto Ruiz.

Policiales 12 de febrero de 2022

Por Fernando del Rio

NOTA 1  El bautismo de su bebé Cristian de solo ocho meses le alegró el sábado a Roberto Aníbal Ruiz y la salida del domingo al cine con su otro hijo, Javier, de seis años, constituyó el cierre de un familiar fin de semana de agosto en el que las preocupaciones laborales habían quedado postergadas. Aunque dada la gravedad de lo que se avecinaba no podían desaparecer del todo. Una auditoría en la sucursal de Casa Noel, donde era el contador responsable, era inminente y con resultados que no iban a ser beneficiosos para nadie. Ni para él, ni mucho menos para el gerente Héctor Espiñeira.

Casa Noel era en aquel agosto de 1968 la principal proveedora de dulces en Mar del Plata y desde su sede de Jujuy al 3200 abastecía con camiones de reparto a kioscos y almacenes. El dulce de membrillo y el de batata eran dos de sus productos más requeridos. Como sucedía en las oficinas de todo el país, el movimiento de dinero y mercadería era importante.

La mañana del lunes 19 de agosto, Roberto Ruiz saludó a su esposa Irma, a sus dos hijos y salió del departamento del tercer piso de Córdoba al 3100. Condujo su flamante Fiat 1500 rural de color azul unas pocas cuadras por las frías calles de Chauvín y llegó a la sucursal, en cuya planta superior tenía la oficina. No iba a ser una semana sencilla: había que afrontar la falta de más de 8 millones de pesos (o tal vez 10) ante los inspectores de la casa central, dinero suficiente para comprarse tres departamentos en el centro de Mar del Plata.

El contador Roberto Aníbal Ruiz.

El contador Roberto Aníbal Ruiz.

—Roberto, vamos a tener que solucionar este tema. ¿Conseguiste la plata? —fue el reclamo del gerente Espiñeira esa mañana.

Ruiz, de 36 años, y Espiñeira, de 42, manejaban la sucursal en sus distintos roles, y gozaban de ciertas licencias, como por ejemplo la de ser socios en dos camionetas de reparto. Ese vínculo, acaso inapropiado en términos formales, los colocó a ambos ante la necesidad de gestionar los ingresos, egresos y stock de mercadería con ciertas desprolijidades. Lo que parecían ser rojos contables controlados cobró una magnitud difícil de disimular y los auditores, tras un paso por la sucursal de Bahía Blanca, estaban llegando a Mar del Plata.

Ruiz discrepó con Espiñeira sobre quién debía equilibrar las finanzas internas y le pidió que el faltante de dinero lo reconociera como una responsabilidad de la gerencia, no de la contaduría. No logró convencer al gerente y retomó el trabajo hasta el mediodía, cuando regresó a almorzar a su departamento. Al irse a las 14, de nuevo rumbo a la sucursal de casa Noel, Ruiz no podía imaginar que esos besos de despedida serían los últimos que recibirían su mujer y sus dos hijos.

Un misterio criminal

Héctor Espiñeira era un gerente expresivo, carismático, cínico, ocultador, con doble vida, y, fundamentalmente, de un porte físico importante. Tenía también una buena reputación en Casa Noel. Claro, desconocían mucha de las maniobras que desplegaba por lo bajo. Vivía junto a su hijo Horacio de 20 años y su esposa en la casa ubicada en los fondos de la sucursal. Poseía un par de automóviles, entre ellos un Rambler Classic que por las noches estacionaba en el playón de carga, un espacio modificado de la propiedad en el que entraba solo un vehículo por vez.

Héctor Espiñeira. el gerente de Casa Noel.

Héctor Espiñeira. el gerente de Casa Noel.

Aquella mañana cuando entendió que Ruiz no iba a encontrar una salida a lo que ya se veía como un desfalco un fraude o una estafa, telefoneó a su amigo Eduardo Ventura y le pidió un favor. Ventura no era un amigo más, era su cuñado clandestino. Es que Espiñeira había construido una doble vida al margen de su familia y hasta se había “casado”, con fiesta incluida, con la hermana de Ventura. Por eso tenían confianza y no dudó el gerente de Noel en preguntarle si podía hacer un viaje no muy lejos para llevar un automóvil y regresar. Y le dijo que más tarde lo volvía  a llamar. “Como vienen a hacer la auditoría no quiero que vean ese auto que tiene un embargo”, le mintió antes de cortar.

Durante la tarde la tensión se advertía en la sucursal de Casa Noel y quien más al tanto estaba del conflicto era la auxiliar de contaduría Aelita Ivars viuda de Martiarena. Ella conocía más que nadie los números contables e incluso tenía relativa responsabilidad en aquel faltante de dinero.

Espiñeira le dijo a Ruiz que antes de irse a su casa, al terminar la jornada de trabajo, lo quería ver en su despacho. Ruiz sabía que debían seguir discutiendo sobre qué iban a hacer si se descubrían todas las maniobras. A las 20.30, al no encontrarlo en la sucursal, Ruiz supuso que Espiñeira estaba en su casa del fondo y lo llamó por teléfono. Pero se equivocó y discó el número de su suegro, el reconocido médico Alberto Nieto. Atendió su suegra. “Perdón mami -así le decía-, me equivoqué”, se justificó en las que fueron las últimas palabras que pronunció ante alguien de su familia.

Esa noche del lunes 19 de agosto de 1968 Espiñeira recibió en su oficina a Ruiz y lo retuvo. Tal vez a los golpes, tal vez solamente atándole las muñecas. Quizá hizo todo eso en soledad, quizá lo ayudó su hijo Horacio. Nunca se supo. Lo que sí se supo es que cerca de las 10 de la noche Espiñeira fue a buscar en el Rambler a su amigo Ventura y le pidió que llevara a Olavarría la Fiat Rural de Ruiz. Y que regresara en colectivo.

Desaparición

La esposa de Ruiz no lo notó llegar esa noche y se preocupó. A la mañana siguiente, tampoco había regresado su marido y cerca de las 10 quien se apareció en su departamento fue Espiñeira. “Señora, Roberto se fue y falta mucha plata de la caja”, le dijo con absoluto cinismo. Y le pidió que le entregara la segunda llave de la caja fuerte que Ruiz tenía la precaución de guardar en su casa. El contenido de la caja de seguridad era incriminatorio para Espiñeira y debía hacerlo desaparecer. Allí se preservaban todos los vales de retiro de dinero del gerente y remitos por mercadería nunca pagada. La prueba del fraude.

La mujer lloró, explicó que no podía ser posible, que su esposo no abandonaría a sus hijos. El gerente Espiñeira levantó los hombros, saludó y se fue con la segunda etapa de su plan cumplido: ya había hecho desaparecer la camioneta, tenía retenido a Ruiz y ahora había echado a correr el rumor de la fuga.

Más tarde, ese mismo martes, con Ruiz cautivo en un departamento sin ocupar de los fondos de la sucursal (o en el “bulín” que tenía en el 7° D de Santa Fe 1951), Espiñeira recibió a los auditores y los puso en conocimiento de su “versión”. Acordaron denunciar a Ruiz por la estafa y Espiñeira lo hizo al día siguiente en la comisaría segunda, la misma en la que la familia de Ruiz horas antes había pedido que investigaran su desaparición.

El jueves, el viernes y el sábado -22, 23 y 24 de agosto- la angustia en la familia Ruiz se incrementó al punto de recorrer los hospitales, las clínicas, las comisarías, consultar a la gente en la calle, insistir por el lado de la firma Noel. Nadie tenía una respuesta.

El único lugar que no deseaban visitar era la morgue. Pero el domingo 25 de agosto el hallazgo de un cuerpo sin cabeza ni manos en un acantilado cambiaría la historia para siempre.

El hallazgo

El domingo a las cuatro de la tarde Beatriz de Ongaro y su esposo Fortunato Ongaro caminaban con placidez aventurera entre el ramaje de los arbustos, allí en los acantilados. Habían llegado a la altura de la playa La Paloma para disfrutar de la vista y la buscaban en un claro de la vegetación. Quien iba algo más adelantada era la mujer y un grito suyo aterró a su marido. En el piso, sin cabeza y sin manos, yacía un cadáver.

Croquis de 1968 que señala cómo y dónde apareció el cadáver.

Croquis de 1968 que señala cómo y dónde apareció el cadáver.

Las autoridades tardaron hasta la mañana siguiente en saber la identidad del muerto. El doctor Nieto, tras enterarse por los medios del hallazgo del cuerpo (y de que entre las características observadas por los forenses había una cicatriz de una operación de apéndice), llamó a la comisaría y pidió presentarse en la morgue, algo que hizo antes del mediodía acompañado por una pedicura. Ambos vieron el cadáver sin cabeza y sin manos, y pese a ello lograron identificarlo. Nieto se fijó en la cicatriz y la pedicura en la intervención hecha meses antes para corregir un “dedo martillo”.

Los forenses no pudieron determinar la causa del fallecimiento pero sí que se había producido entre el jueves y el viernes. Es decir que Ruiz había sido retenido el lunes y asesinado tres días después. También que lo habían sumergido en agua para desangrarlo: el cuerpo no tenía casi fluídos.

Al conocerse que se trataba de Ruiz, la investigación a cargo del juez Delfor Díaz Colodrero se enfocó en los conflictos internos de Casa Noel. El mismo lunes por la tarde fueron demorados Espiñeira, su hijo y Aelita Ivars viuda de Martiarena, aunque el joven recuperó su libertad rápidamente. Con la excusa de investigarlos en el marco de la otra denuncia, la que el propio Espiñeira había radicado por el fraude, el juez los mantuvo detenidos a ambos, al gerente y a la jefa de contaduría. Un habeas corpus permitió, sin embargo, su libertad un par de días después, mientras las sospechas sobre Espiñeira de su participación en el brutal homicidio de Ruiz aumentaban pero no tenían respaldo en pruebas.

Espiñeira poco antes de desaparecer.

Espiñeira poco antes de desaparecer.

El juez y su equipo no se quedaron en suspenso, tampoco los policías de la Brigada de Investigaciones, por lo que en pocas horas volvieron a citar a la mujer para pedirle que ampliara su declaración respecto al fraude. Fue entonces cuando Aelita Ivars viuda de Martiarena contó todo: dijo que Ruiz, Espiñeira y ella misma eran parte del desfalco. Esa confesión obligó al juez a ordenar la detención de Espiñeira y se encontraron con la sorpresa de que Espiñeira había desaparecido.

Ver también: “Me enteré de lo que pasó

con mi viejo cuando tenía 23 años”

Los medios nacionales e internacionales ya replicaban los detalles del espeluznante caso de Mar del Plata, y al pasar los días sin novedades del prófugo, hallada la camioneta en Azul y agregados otros testimonios, la resolución del misterio estaba al caer. Solo se necesitaba atrapar al gerente.

Finalmente, Espiñeira fue detenido en Buenos Aires el 14 de septiembre, tras permanecer oculto varios días en la casa de su hermano Pedro. En su primera declaración ante el juez dijo que aquel lunes 19 de agosto había discutido en su oficina con Ruiz por el fraude a la empresa y que éste había sacado un arma para matarlo. “Extrajo de su cintura un revolver y ante esta actitud me le abalancé y luego de forcejear le aplicó un golpe de judo, lo tiré por el aire y golpeó contra un escritorio y después estrelló la cabeza contra el piso. Yo estaba cegado emocionalmente y lo volví a golpear contra el piso”, dijo de forma textual en su declaración. Ya de madrugada al advertir que estaba muerto, le cortó la cabeza y las manos. Al ser consultado sobre qué había hecho con esas partes del cuerpo, Espiñeira narró que primero las enterró en la zona de El Sosiego, pero luego las llevó a Buenos Aires, las metió en una caja metálica y las arrojó en el delta de Tigre. Espiñeira cambiaría su declaración varias veces, diciendo en otra ocasión que en realidad le había disparado a Ruiz en la cabeza.

Cuchillo con el que se cree que Espiñeira hizo las mutilaciones.

Cuchillo con el que se cree que Espiñeira hizo las mutilaciones.

El relato fue mendaz siempre y sus modificaciones fueron dirigidas a mejorar su situación penal. No solo no lo mató esa noche sino que la Justicia descartó la defensa legítima por entender que, al pedir horas antes a su amigo Ventura el “favor” de llevar la camioneta a Azul, Espiñeira tenía un plan ya premeditado. Entonces condenó a Espiñeira en primera instancia a cadena perpetua, fallo ratificado en 1974 por defraudación, homicidio calificado y robo agravado.

Nunca se pudo saber quién ayudó al gerente Espiñeira en aquellas noches de agosto para mantener cautivo a Ruiz, asesinarlo, cortarle manos y cabeza, dejarlo desangrar dentro de una tina, llevarlo hasta los acantilados y sin arrastrarlo, dejarlo bajo unos arbustos.

Espiñeira estudio mecánica dental en prisión y alcanzó conocimiento de enfermerías que le permitieron ayudar a otros prisioneros. Estuvo en Dolores y también en Sierra Chica. La pena se le conmutó y pasó a ser primero de 25 años y luego de 18. En 1981, al cumplir 12 años, 8 meses y 21 días en prisión, el descuartizador Espiñeira quedó en libertad tras cumplir menos de 13 años en prisión. Su rastro se perdió definitivamente en el tiempo que siguió.

 

Otros artículos de Historia Criminal Marplatense

Verdad y leyenda sobre la muerte de un millonario

Aquella entrevista a Izaguirre hijo: “Yo soy inocente”

El asesinato de madrugada que paralizó a la pujante Mar del Plata en marzo de 1920

El triple homicidio que fue la tumba del más despiadado asesino de la región

Catalino Domínguez, el múltiple criminal de los campos bonaerenses

El médico al que querían todos y que fue asesinado en su consultorio