“Nos bofeteó feo la pandemia, pero Dios nos hizo a imagen y semejanza, nos enseñó a pensar y a caminar en una sola dirección: hacia adelante. Y eso es lo que hay que hacer”, dice Cacho Garay, humorista y contador de cuentos que se presenta todos los jueves del verano en el Teatro Provincial con su show de chistas. Su espectáculo llega en el marco de una gira costera que terminará el 13 de febrero, momento en que iniciará una serie de shows en Las grutas.

Sencillo, de hablar lento, este mendocino que vive en Luján de Cuyo sabe que lo suyo es el camino. Sea en uno de sus autos viejos que gusta restaurar, sea en ese guion imaginario que se traza antes de cada show y que tiene postas. “Nunca escribí nada, tengo un guion imaginario, tengo postas pero voy improvisando todo el tiempo, por ahí entre una posta y otra me salto de la ruta y si necesito retomar voy hacia esas postas” trazadas, dice sobre cómo se prepara para cada show.

Esta vez, llega con un repertorio vinculado a la pandemia, claro, y a las redes sociales, la contracara del encierro y de vivir hacia adentro. Aunque los temas de sus relatos no se quedarán ahí: el humor de lo cotidiano, de la vida puertas para adentro de la familia y puertas para afuera, lo que ocurre en la cocina, en una pareja de recién casados o en una que lleva tiempo viviendo junta y los contratiempos que vive él mismo también se meterán en este show.

“Si bien es cierto que no hay gran afluencia de público en el teatro por los miedos consabidos y la gente no tiene muchas ganas de reírse, por otro lado hay necesidad hacerlo. Al final del show les pregunto a los espectadores: ‘Después de esta hora y media en la que se rieron ¿algunos de ustedes pensó en lo aumentos, en la desocupación, en los contagios?’ Todos me dicen que no, hay una necesidad enorme de risa”, admite en una entrevista con LA CAPITAL.

Cacho viene de un 2021 en el que adquirió deudas y estuvo a punto de vender uno de sus automóviles más viejos para poder saldarlas. Lo hizo público por las redes sociales y lo que recogió fueron enormes muestras de solidaridad. “Sí, me sorprendió que tanta gente me ofreciera ayuda, ayuda que no necesitaba porque yo solo simplemente necesitaba vender un vehículo, uno de esos que reconstruyo, para cubrir una deuda. Fue bonita la reacción de la gente”, dijo.

Y contó que su hobbie se relaciona con las antigüedades. “Yo no soy restaurador ni compro autos restaurados, compro hierro viejo y lo reconstruyo, armo los autos, ni siquiera los vendo, no es un negocio para mi”. Dice que sabe  “más  o menos de mecánica” y que lo ayudan varias personas.

“No tengo autos nuevos, podría tenerlos. El auto más nuevo que tengo es un Káiser Carabela del ‘58, viajo por la ruta, ando más lento pero ando, disfruto que otros autos se me peguen en la ruta, me pasen y se queden al lado mío para sacarme una foto”, revela y cuenta que también se moviliza en un Ford A de 1931.

El gusto por lo viejo no se agota en los autos. “Vivimos en una casa colonial en Luján de Cuyo, tenemos muebles muy antiguos, nos gustan las cosas viejas, si tenemos la posibilidad de hacer un viaje a París o a San Telmo, nosotros (junto a su pareja) nos vamos a San Telmo, es hermoso”, esgrime Cacho, el de las historias costumbristas, el llamado “Chapulín de las pampas”, el que elige reírse de su don de antihéroe y el que jura ser idéntico arriba que abajo del escenario.