Una mujer visitó en la cárcel al asesino de su padre para saber la verdad
Betiana Cinalli fue a charlar a la cárcel de Batán con Omar Luján Ibarra, el asesino de su padre. Motivó el encuentro una nota publicada por LA CAPITAL en 2019 en la cual por primera vez Luján Ibarra habló del crimen de César "El Loco" Cinalli que le valió una perpetua. La necesidad de la verdad por encima del dolor y el rencor.
Los símbolos de la fe de ambos y las manos estrechadas.
Por Fernando del Rio
La mujer de 38 años guarda en un sobre de papel madera el rosario que compró en la Catedral. El hombre, de 62, sostiene con las dos manos una biblia de tapa cuarteada. Ambos son creyentes del mismo dios y eso, en algún punto, los iguala. No se saludan. Esperan casi a la par que el guardiacárcel venza la cerradura de la sala de reuniones pero qué importa unos pocos segundos más después de tanto tiempo. Deciden recién saludarse con sentido de ritual, de obligación, justo antes de que la puerta ceda y pasen al pequeño cuarto. Entran los dos y se sientan, uno frente al otro.
Mientras termina de acomodarse, Betiana Cinalli (38) debe estar pensando si todo aquello dentro de la cárcel de Batán no es una locura. Si es lo correcto. Acaba de estrecharle la mano derecha a Omar Luján Ibarra, el asesino de su padre. Esa misma mano con la que Luján Ibarra, “Pechito”, disparó hace ya 16 años por encargo de alguien para arrebatarle la vida a César “El Loco” Cinalli, en un campo de Juan N. Fernández.
“No te puedo perdonar porque no soy quien para perdonar o no… no soy yo la que te perdone”, le dice la mujer y Luján Ibarra, con los ojos llorosos y sin desaferrarse de la Biblia, pide igual el perdón. “Pido mil disculpas aunque sé que con eso no hago nada, pero estoy dando la cara, y también sé que encontré a Dios que ya me perdonó”, alcanza a balbucear.
Betiana Cinalli, en Batán con una remera que lleva estampada la imagen de su padre.
El encuentro entre el asesino y la hija de su víctima fue en la cárcel de Batán y contó con el aval de todas las autoridades que rodean el encierro de una persona en una cárcel. Del Juzgado de Ejecución de la pena, del Servicio Penitenciario, del Ministerio de Justicia de la provincia y, en particular, del propio condenado a prisión perpetua. “En el juicio vos me preguntaste ‘¿por qué?’ y yo no pude contestar. Por eso acepté está reunión. Ahora estoy acá a disposición de tu familia para contarles todo, y si me quieren pegar un tiro, peguenmeló, me lo merezco”, pide y la mujer le responde que no, que solo quiere saber toda la verdad.
La entrevista y la necesidad
—Mirá esto, tiene que ver con vos… —le dijo una mañana de septiembre de 2019 una amiga a Betiana Cinalli.
La mujer le estaba enviando un link hacia la entrevista que el diario LA CAPITAL le había realizado a Omar “Pechito” Luján Ibarra como parte de una serie de notas a condenados a prisión perpetua en la cárcel de Batán y que se acababa de publicar.
Betiana Cinalli miró la charla con Luján Ibarra. La vio con asombro, dolor y con cierta esperanza. Por primera vez escuchaba la voz del asesino de su padre. “El Loco” Cinalli había sido muerto a tiros en 2005 por quien estaba ahora allí en la pantalla y que explicaba, cómo y por qué lo había hecho.
Jamás la Justicia había podido tener una sola declaración de Luján Ibarra y el periodismo lo había conseguido. Segmentos mendaces, otro de extrema sinceridad y mucha carga emotiva en un hombre que llegó a decir “me convertí en una mierda, en lo que nunca fui, un asesino”.
“No te puedo perdonar porque no soy quien para perdonar o no… no soy yo la que te perdone”, le dice la mujer y Luján Ibarra, con los ojos llorosos y sin desaferrarse de la Biblia, pide igual el perdón.
Betiana Cinalli acabó la nota atravesada por los sentimientos y escribió un largo comentario en el sitio web del diario LA CAPITAL –lo mismo hizo su hermano Matías-, en el que agradecían la publicación pero querían saber toda la verdad. Porque a Cinalli lo habían mandado a matar y para ello habían contratado a Luján Ibarra, como él mismo lo admitió en la entrevista, aunque sin dar nombres.
Un hombre había sido llevado a juicio tiempo después de la perpetua a Luján Ibarra acusado de ser el instigador del crimen que conmovió la pequeña localidad de Juan N. Fernández. Pero la Justicia lo absolvió: dijo que no había prueba suficiente y que debía valorarse en su favor el beneficio de la duda.
La familia Cinalli siempre quiso saber la verdad más allá de los rumores de pueblo. Y el único que la atesoró, siempre, fue Luján Ibarra.
En el mismo momento en que terminó de ver la entrevista, se forjó en Betiana Cinalli un deseo y una necesidad: enfrentarse cara a cara con Luján Ibarra para decirle que sabía que a él lo habían usado y que era él quien solo pagaba el crimen de su padre. Y que eso no era justo.
La verdad oculta
Luján Ibarra viste una campera de cuero desgastada encima de una camiseta de fútbol. A diferencia del día de aquella entrevista en 2019, esta vez no se preocupa por vestirse bien. Parece estar interesado solo en hablar, en descargarse, a cualquier precio.
Omar Luján Ibarra.
Como lo hizo entonces vuelve a contar con detalles -por los que se disculpa- cómo fue que mató en aquella noche de invierno a César Cinalli. Narra cómo llegó al campo, cómo esperó en la tranquera y cómo disparó. No una, sino varias veces. Describe el escape, también.
Betiana Cinalli acepta con entereza el trance porque Luján Ibarra solo había hablado ante LA CAPITAL, no en el juicio en Necochea. Pero, la verdad de la escena final no es tan importante como la de los hechos anteriores, la que todos desconocen y es en donde se ancla el motivo por el cual Cinalli fue asesinado. “¿Quién fue el que te pidió que mataras a mi papá?”, pregunta la mujer. Y Luján Ibarra se decide a dar nombres, apellidos, lugares, condiciones, todo ello con una precisión absoluta.
Yo quité una vida por algo sin sentido, fui y maté a una persona con la que yo no tenía ningún problema, no lo puede entender. Me convertí en un asesino.
“No sé si servirá a la Justicia, pero es todo lo que puedo hacer. Yo hablo con Dios…, cuando estaba internado le dije que no podía ser así, que hay cosas inconclusas que debo aclarar. Yo estuve grave, por una enfermedad hace poco, y entendí que me salvé gracias a Dios y que yo debía hablar. No me importa nada, ahora quiero hablar. Yo quité una vida por algo sin sentido, fui y maté a una persona con la que yo no tenía ningún problema, no lo puede entender. Me convertí en un asesino. Cargo con esto todos los días y si no abrí la boca antes fue porque estuve amenazado. Tengo guardadas las cartas que me mandaban para que no hable”, dice Luján Ibarra.
Esas amenazas fueron denunciadas en el Departamento Judicial de Necochea, pero fue una causa que, por cuestiones de competencia, no tuvo demasiada trayectoria procesal.
Betiana Cinalli sabe que la reunión se termina. Que además de escuchar todo lo que quería escuchar se lleva el compromiso de Luján Ibarra para hacer un video, para presentarse ante la Justicia si es posible. “Era mi necesidad entender el porqué de cada cosa. Yo siento de esta manera, no tengo el mismo rencor que pueden tener en mi familia y que lo entiendo, pero yo no tengo esa bronca, necesitaba hablarlo. Vos le quitaste la vida a mi papá ahora te pido que me ayudes a que la verdad se conozca”, le pide.
Luján Ibarra llora y eleva los ojos al techo descascarado del pequeño cuarto. Lanza algunas glorias a Dios.
La mujer toma el pequeño sobre de papel madera y se lo entrega. Luján Ibarra descubre en su interior el decenario de cuentas metálicas y con un crucifijo de madera. Pide, si no es mucho, un abrazo. Al oído los dos se dicen cosas. Hay angustia, dolor, pero también comprensión. Hay un ruego por perdón que se apaga sin una respuesta final.
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