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Opinión 15 de noviembre de 2021

Entre el escrutinio y la hora de la verdad

Por Jorge Raventos

Un soldado de guardia que captura al último de cien invasores enemigos no podría aspirar a una medalla al mérito. El gobierno de Alberto Fernández celebró como una victoria una elección en la que perdió el control del Senado, fue derrotado por nueve puntos en el cómputo general y cayó en los distritos más poblados y económicamente competitivos. Pero evitó que el desastre sufrido en las primarias de septiembre se agigantara, ahora en el comicio “de verdad”.

La euforia oficialista tiene ese trasfondo: la Casa Rosada temía una debacle y, en la vereda de enfrente, una legión de adversarios jubilosos vaticinaban (y se preparaban para festejar) la añorada muerte, no del mero kirchnerismo, sino lisa y llanamente del peronismo, el “hecho maldito” nacido “hace 70 años” como solía contabilizarse hace un tiempo.

El diario español El País, que no milita en la grieta local, publicó el lunes un título que revela tanto esas expectativas que las urnas frustraron, como la alegría oficialista por haber evitado un desastre mayor: “Una remontada electoral inesperada mantiene con vida al peronismo”, puso.

Evidentemente, hubo “remontada”, aunque no fue suficiente para evitar la derrota. Tampoco habría que ver en esa recuperación parcial la causa de que el peronismo mantenga la vida, sino quizás, por el contrario, fue la resistente vitalidad del fenómeno peronista la que, pese a la crisis de liderazgos y al desconcierto que cunde entre sus representaciones, hizo posible “la remontada”.

El fondo organizativo del peronismo consiguió movilizar a un gran número de votantes que se habían abstenido de concurrir en las primarias y que ahora participaron. Aunque estos comicios fueron de los menos concurridos de la etapa democrática, la participación creció más de un 3 por ciento entre septiembre y noviembre. Y la proporción más grande de ese incremento de votantes sumó sufragios al Frente de Todos. Por caso, en la provincia de Buenos Aires Juntos por el Cambio obtuvo el mismo porcentaje que en septiembre, mientras el Frente de Todos mejoraba su cuota en un 2,5 por ciento; en la Capital, Juntos por el Cambio retrocedió en su porcentaje un 2,6 por ciento, mientras el Frente de todos recuperaba o,6 por ciento (y Milei, un 3 por ciento).

El oficialismo consiguió revertir el mal trago de las PASO en Tierra del Fuego y en el Chaco (donde recuperó el primer puesto), en comunas del conurbano como Quilmes y San Martín. Y, si se quiere, consiguió una victoria legislativa importante en territorio bonaerense, al recobrar el control del Senado provincial que, ahora empatado en números, deja el desempate en manos de la vicegobernadora Verónica Magario.

Pero esos son consuelos menores ante los golpes recibidos.

En el ranking de ganadores y perdedores del oficialismo hay que contabilizar como perdedor neto al kirchnerismo: al descalabro que habían producido las cifras de las primarias en el sistema de poder vigente se sumó el daño autoinfligido a través de las iniciativas de la señora de Kirchner (amago de renuncia de la parte adicta del gabinete nacional, obstáculos a la gestión económica) y ahora la pérdida de confort de la vicepresidenta en un senado que pierde su control automático.

Alberto Fernández, que por errores no forzados y por ausencia de decisión fue derramando el poder que le otorga el cargo, adquiere quizás una nueva ventana de oportunidad en la nueva etapa. El debilitamiento relativo del kirchnerismo le vuelve a ofrecer la posibilidad de poner la institucionalidad presidencial al servicio de una apertura política y de una reconstrucción del sistema. Gobernadores, intendentes, movimientos sociales y sindicatos esperan que el Presidente reoriente, convoque y tome decisiones. El acto de mañana, miércoles, lanzado desde la CGT, quizás es un primer movimiento en esa dirección. A diferencia de lo que hizo después de las PASO, cuando frenó una movilización convocada por el movimiento Evita en defensa de la institución presidencial, esta vez Fernández respaldó el llamado.

Sobre los movimientos sociales, la CGT y los poderes territoriales recae ahora un peso mayor. La organización que ellos proveyeron para la remontada muestra que están dispuestos a jugar ese partido.

Entre los gobernadores que ganaron en sus provincias (incluyendo a los que ganaron relativamente, como el cordobés Juan Schiaretti, cuya fuerza quedó lejos de Juntos por el Cambio, pero muy arriba del kirchnerismo y que, además recuperó un senador propio) puede haber competencia en el horizonte por legítimas ambiciones políticas, pero en primera instancia están empujados a promover políticas que fortalezcan una transición constructiva durante estos dos años.

Los intendentes de conurbano, que recuperaron parte del caudal electoral perdido en los últimos dos años, adquieren un peso que se ejercerá sobre el gobierno provincial de Axel Kicillof.

El centro de los aparatos políticos deberá ceder protagonismo a las periferias. La dimensión federal estará presente en los acuerdos internos e interpartidarios que se empiezan a discutir ya mismo.

En la oposición los resultados tienen algunos aspectos paradójicos. La diferencia alcanzada en los cómputos aumenta la exposición y empuja al conjunto hacia una necesaria asunción de responsabilidades, un tema que genera tensiones internas (entre los más propensos al diálogo y los más intransigentes).

Horacio Rodríguez Larreta fue un gran ganador, porque la jugada de imponer candidatos en la provincia de Buenos Aires y en la Ciudad Autónoma terminó bien. Sin embargo, la remontada del Frente de Todos en la provincia amenazó la victoria de Santilli y pudo haber frustrado la operación de Larreta. Suspiro de alivio en la calle Uspallata, pero también debilidad mayor en las negociaciones que se avizoran.

En la ciudad de Buenos Aires las cosas tampoco anduvieron óptimas. La victoria disimula los defectos, y mucho más una por tanta ventaja como la que obtuvo María Eugenia Vidal. Pero: ella no pudo llegar a 50 por ciento que aspiraba y, además, perdió porcentualmente en comparación con el resultado de las PASO. Que la pérdida haya sido similar (3 por ciento) al crecimiento de Javier Milei entre uno y otro comicio podría sugerir que, a su manera, Mauricio Macri y Patricia Bullrich fueron triunfadores indirectos el domingo: ellos levantaron las barreras para facilitar el tránsito de votantes del PRO al postulante de la línea “libertaria”, quizás interesados en que el previsible triunfo de Vidal no fuera arrollador y no aportara al fortalecimiento de Larreta. Tanto Macri como Bullrich son competidores de Larreta y Vidal para 2023.

El radicalismo ha crecido en fuerza política y en candidatos potenciales dentro de Juntos por el Cambio, lo que augura una competencia fuerte por la fórmula presidencial dentro de dos años.

El empate virtual institucional dictado por el escrutinio (dicho sea de paso: excelente labor del Ministerio de Interior. Hubo cómputos indiscutidos antes de las 21 horas del domingo) empuja hacia acuerdos responsables para repechar la crisis. En primer lugar hay que resolver la deuda con el FMI.

Alberto Fernández pidió una actitud patriótica de la oposición. Se requiere una conducta responsable y patriótica, en principio, de quienes ejercen el gobierno. También de la oposición, que tiene derecho a pensarse como posible gobierno en dos años a la luz de los resultados del domingo. Y del mismo modo de los sectores de la producción y el trabajo. La patria necesita el esfuerzo y la conducta de todos. Hasta el domingo último la intransigencia pagaba réditos electorales. A la hora de gobernar se requieren otras cualidades.