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Cultura 10 de octubre de 2021

Cuento: Masashi

Justo vos tenías que estar en Nagasaki el 6 de agosto de 1945...

Por Jorge Luis Manzini

¡Japonesito!

No puedo olvidar tu simpatía, tu humildad, tu contracción al estudio en la escuela que compartíamos en Lanús.

Tampoco tu aspecto, tu cara y orejas redondas, tus ojos rasgados, tu boca chiquita, tu figura sonriente con el guardapolvo beige que te ponías para ayudar a tus padres en la tintorería de la vuelta de mi casa.

Yo te llevaba o iba a buscar la ropa que mandaba mi madre, una de las pocas cosas para las que recurríamos a gente del barrio. Porque para mi vieja, Lanús en esa época, era sólo para vivir tranquilos, y eso nada más que porque mi viejo tenía el negocio allí, y era de allí. Pero para las compras, los paseos, y por supuesto el colegio secundario y la universidad (universidad en Lanús no había) había que ir a otro lado, preferentemente al “centro” (la capital, Buenos Aires).

Así que te perdí de vista, porque desde el secundario, a Lanús, y a mi casa, iba a dormir, y a veces…

Fue toda una sorpresa para mí, ya veinteañeros ambos, cuando mis padres me contaron que te habías ido a Japón, a alistarte como soldado voluntario, cuando tu patria de sangre entró en la Segunda Guerra Mundial. Claro: por aquéllo del ius sanguinis y el ius solis, que nos enseñaban en la escuela, para los japoneses vos eras japonés; para Argentina, ya que habías nacido aquí, eras argentino.

¿Por qué se fue? ¿Qué tiene que ver él con Japón? Todo el mundo se preguntaba lo mismo. Japonés sabías, me consta. Pero creo que nunca habías estado allá. Nuestro país que siempre fue neutral, no había conocido guerras desde que terminó la del Paraguay en 1870, todavía con un ejército frente al otro, en formación, el campo de batalla, la población “civil” aparte –salvo los pobres y negros que eran reclutados, claro…-, y todo eso. Para nosotros argentinos, el pacifismo era un modo de vida. No deben haber sido muchos los hijos de inmigrantes que fueron como voluntarios de sus respectivos países de origen. Y para esta guerra moderna, nada que ver con las de nuestra historia, donde ambos bandos bombardearon ciudades enteras, justamente para “debilitar la moral” del enemigo…

Pero claro, los japoneses son japoneses. Como los judíos, los gitanos… Andá a saber a qué te sentías obligado. Qué te contaban tus padres y qué recibías de tus familiares allá, del honor japonés, la muerte en batalla, el emperador… ¡El divino emperador!

Porque la verdad, te tocó la peor. También, justo vos tenías que estar en Nagasaki el 6 de agosto de 1945…

Me contaron tus padres, con quienes me animé a ir a tomar el té y conversar, varios años después, que lo único positivo que rescataban era que por tu muerte heroica pudieron volver a Japón, como tantos otros, como huéspedes del gobierno, a recibir algunas cosas que habían quedado de vos -en tu cuartel de referencia, en Tokio, porque lo que tenías en Nagasaki se fundió contigo con la explosión-, y una medalla y un pergamino con el agradecimiento de Hirohito.

¡Tintorerito! ¡Qué muerte al pedo…!