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Opinión 26 de septiembre de 2021

Algo más que un cambio de funcionarios

Por Jorge Raventos

Para ciertas facciones de la prensa porteña, contaminadas por el simplismo analítico de la grieta, la última reorganización del gabinete sólo puede interpretarse como una nueva confirmación de que “la que siempre gana”, “la que comanda”, “la que consigue lo que quiere” es la vicepresidenta, la señora de Kirchner.

Es probable que haya que revisar ese enfoque.

 

Un sistema colapsado

 

La elección del domingo 12 desmanteló el sistema de poder establecido a fines de 2019. La señora de Kirchner fue la primera en dar por colapsado ese dispositivo, que ella misma había suscitado, y trató de acelerar su crisis, impulsando las renuncias de sus seguidores al gobierno de Alberto Fernández, con un objetivo que la diputada Fernanda Vallejos tradujo con elocuencia en audios viralizados: que el presidente “se allanara” a la voluntad de su vice. Se trató, según la descripción del gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saa, de “un escándalo”, un “ultraje a la investidura presidencial”.

Aquel sistema de poder, como señalamos aquí después del último comicio, “consiguió el gobierno dos años atrás pero no ha logrado atravesar la primera prueba de ácido en estas elecciones primarias. Los restantes accionistas de la coalición (gobernadores, jefaturas municipales, líderes gremiales y de movimientos sociales), a menudo relegados a un segundo plano, se ven empujados por el desbarajuste del gobierno a hacer notar su presencia y a ejercer un control de gestión más riguroso, al evidenciarse que los tres factores que ocupan el vértice están amplificando irresponsablemente los daños de la derrota”. Esta es la etapa que estamos atravesando, tanto en el escenario nacional como en el bonaerense.

 

Reinventarse o desfallecer

 

Desde el nacimiento del peronismo en 1945, Juan Perón impulsó en su movimiento la virtud de reinventarse a sí mismo frente a los renovados desafíos planteados por la historia. El sacudón electoral de las PASO vino a advertirle al peronismo que si no recupera el realismo y la capacidad de pensar de nuevo ante las nuevas situaciones (“actualización doctrinaria”), como reclamaba su creador, corre el riesgo de convertirse en un instrumento político obsoleto y ser abandonado por los sectores que siempre lo sostuvieron. Mucho más en estos tiempos en los que la sociedad expresa su impaciencia sobre la política en su conjunto.

Son muchos los peronistas que consideran que su movimiento debe dejar de lado cualquier anteojera ideológica prestada y recuperar el pensamiento estratégico de Perón, pues achacan al alejamiento de esa concepción que se malograran o malgastaran oportunidades de inserción en el escenario internacional mientras crecían internamente la pobreza, la indigencia, el estancamiento, el desempleo, la inseguridad y la indefensión.

Los cambios de gabinete que Alberto Fernández terminó de delinear el viernes 16, después de conversar con gobernadores, gremialistas y dirigentes sociales, pueden considerarse, en parte, una terapia de emergencia destinada a detener una sangría que en el corto plazo (en noviembre) podría agravar la última derrota electoral, algo que se pretende evitar aunque los plazos no ayuden.

 

Dosis antianémica

 

Pero los cambios van principalmente más allá: implican una movida de revitalización que trata no sólo de dotar de musculatura política a un Poder Ejecutivo que se veía anémico por la paulatina evaporación de la autoridad presidencial, sino de devolverle al peronismo la capacidad transformadora, que constituye su razón de ser. El símbolo de este movimiento de revitalización es la figura del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, catapultado a la jefatura de gabinete.

En lo relacionado con el cierre de la sangría, Fernández mantuvo en su lugar al ministro de Interior, “Wado” de Pedro (el primer renunciante cristinista de su gabinete), pero más allá de presiones de su vice, también retuvo en sus puestos a Martín Guzmán y al titular de Producción, Matías Kulfas (ambos bombardeados desde el sector de CFK), mientras al denostado Santiago Cafiero lo cambió de funciones a expensas de Felipe Solá (denotando que la presión de la señora de Kirchner no conduce automáticamente a la hoguera).

La etapa en curso, con una primera estación en las elecciones de noviembre, no aconseja cirugías, sino terapias de contención y un fuerte ejercicio de dinamismo realista, preparando el segundo tiempo, que se lanza en noviembre. Conviene atender a designaciones muy significativas, que empiezan a evidenciar el ajuste del rumbo. Julián Domínguez, a cargo de Agricultura, se ha empeñado velozmente en restaurar los lazos de colaboración con los productores, invitó a su asunción a los presidentes de las entidades de la Comisión de Enlace, reiteró su idea de que “no se puede pensar a la Argentina sin pensar el rol del campo” y dejó trascender que su cartera revisará rápidamente el tapón a las exportaciones de carne, un objetivo que reclaman ya las administraciones peronistas de varias provincias afectadas.

Otra señal bien registrada por el campo fue la designación de Jorge Neme como vicejefe de gabinete. El director del influyente Clarín Rural, Héctor Huergo, escribió, por ejemplo: “Neme revistaba como secretario de Relaciones Internacionales en la Cancillería. Pero fue durante muchos años el titular de UCAR, un organismo del Ministerio de Agricultura que canalizaba créditos de la banca internacional de fomento (BID, Banco Mundial, Corporación Andina, etc.) para proyectos de infraestructura en las provincias. En particular, de riego. Visité varias obras importantes y supe de otras. Desde la remodelación de los canales clave en Mendoza, llevar el agua a los arándanos de Tucumán, o a nuevos cañaverales en el norte de Salta”.

La incorporación de Aníbal Fernández al gabinete sumó una cuota de experiencia en un área en la que se concentra mucho de los reclamos de la sociedad y, además, un comunicador formado y aguerrido para cuando sea precisa la batalla verbal.

 

Un premier más que un coordinador

 

Sin duda la figura más trascendente de esta nueva etapa es el tucumano Manzur, a cargo de la jefatura de gabinete, a la que ha dotado rápidamente de un notable activismo (que se inicia a las 7 de la mañana, inclusive los sábados). En esta página se lo ha caracterizado ya, destacando su variado perfil, que lo conecta con los poderes territoriales, con los sectores productivos, con los gremios, con el conurbano bonaerense, con la Iglesia y con el escenario internacional. Manzur, tanto por su personalidad como por las circunstancias en las que ha asumido en un gobierno que necesita rumbo y ejecutividad, tiende a proyectar el cargo hacia funciones más propias de un premier que a las de un mero ministro coordinador.

El oficialismo afronta el desafío de regenerarse, rectificar el rumbo y adoptar un curso de acción que le permita acordar con el Fondo Monetario Internacional, encarar reformas destinadas a mejorar la productividad de las empresas, hacer más fluido y demandante el mercado de trabajo y dar respuestas a las grandes urgencias sociales. Todo eso requiere ampliar las bases de apoyo político del gobierno.

Con Manzur se inicia esta etapa, y este cambio, que se proyecta sobre la segunda mitad de este período, prólogo de la puja presidencial de 2023.

Si aspira a tener un futuro digno de sus orígenes, el peronismo no puede permanecer sin reacción ante el drama de la pobreza y la marginalidad social que crece sin cesar y afecta a millones de compatriotas; ni puede limitarse a repetir la ya agotada fórmula asistencialista que acompañó ese proceso creciente de empobrecimiento, sólo mitigando algunos de sus efectos. La consigna de cambiar subsidios por empleo debe pasar de las palabras a los hechos.

Para el peronismo se trata, en última instancia, de restablecer las bases de la justicia social y la movilidad social ascendente, que fueron sus emblemas, impulsando una política económica y una política exterior que promuevan la inversión genuina, estimulen ( y, en principio, no castiguen) las producciones competitivas del país, amplíen la capacidad exportadora, promuevan el aumento de la productividad y recuperen la capacidad de financiamiento externo.

Estos puntos son perfectamente realizables en las actuales condiciones del mundo y del país, y parecen el contenido programático natural de la reformulación política en marcha.