El educando y su personalidad (acerca de las vicisitudes y otras incidencias del proceso educativo)
Por Alberto Farías Gramegna
“Hablan con la seguridad que sólo da la ignorancia” – Jorge Luis Borges
“Desde muy niño tuve que suspender mi educación para ir a la escuela” – George Bernard Shaw
“Nada que valga la pena se puede enseñar. Creer es muy monótono, la duda y la curiosidad son apasionantes” – Oscar Wilde
A las sentencias de los tres gigantes de la literatura citados arriba, le agregamos nosotros una reflexión de Xavier de la Quintana sobre la importancia de la personalidad en el proceso de la educación: “Hoy en día la personalidad resulta un factor clave para lograr que la competencia -producto de la educación y capacitación profesional- promueva en el escenario sociolaboral un aporte plus al mejor desempeño, más allá de los innegables factores favorables o desfavorables de tipo situacional contingente, por ejemplo: entorno, vínculos grupales, estilos de conducción, retribuciones, etc”.
He aquí cinco conceptos claves sobre los que intentaremos llamar la atención en este artículo: personalidad, educación, capacitación, desempeño y competencia. Los cinco factores determinantes en el logro del éxito en la maduración emocional y cognitiva del educando.
Personalidad y educación
La personalidad de cada uno de nosotros puede describirse como un tipo de organización dinámica “dentro” del individuo de los sistemas psicofísicos, en equilibrio, y responsables de los patrones característicos de comportamiento que perfilan transacciones adaptativas con el entorno y la situación.
La personalidad se expresa en pensamientos, sentimientos y acciones observables. Cuando relacionamos personalidad con educación estamos aludiendo al proceso de capacitación profesional que articula el “factor humano” con el “recurso humano”. Educar al estudiante a través de descubrimiento de las potencialidades de la personalidad, es decir el desarrollo singular de los “talentos”. Esto tiene -además de una dimensión comunicativa axiológica- un reflejo directo tanto en los contenidos como en la dinámica pedagógica de la actividad capacitadora.
La educación es algo muy diferente a la mera enseñanza y esta última es solo un aspecto instrumental de lo que podría derivar en “doctrina”. Veamos la esencia de cada concepto mencionado.
Educar (del latín “educare”, derivado de "educere", ex: fuera de y “ducere: guiar, conducir) refiere a un proceso que -al estilo de la “mayéutica” socrática- privilegia la “pedagogía de la pregunta” y la reflexión crítica acerca de las causas y los motivos de las cosas y los hechos. Educar es “extraer” lo mejor de cada educando antes que llenar una caja presuntamente vacía de conocimiento. Y en ese proceso adaptativo dialéctico, tal como quería el psicopedagogo Jean Piaget, el sujeto cognoscente al asimilar críticamente el nuevo conocimiento acomoda internamente su perspectiva anterior, al tiempo que esa misma perspectiva resignifica lo que se adquirió dándole un lugar especial en su propia historia personal. Por eso, a pesar de compartir conocimientos objetivos, cada sujeto subjetiviza el bagaje compartido.
Eso se llama “libertad de pensamiento” y “expresión de ideas”, costumbre siempre combatida por las barbaries de los totalitarismos sociopolíticos y también -por su propia naturaleza propositiva-, por los dogmas religiosos fundamentalistas. Así aquellos y estos gustan de “adoctrinar” antes que de educar.
De la enseñanza acrítica a la profesión del dogma
Volviendo al inicio, decimos que “educar es educar al estudiante y no al alumno”, palabra esta última cuyo significado de origen es “sin luz” (a-lumen). Educar es crear las condiciones para que el estudiante “descubra” la novedad, al tiempo que descubra su propia potencialidad creativa, al decir de Leonardo Da Vinci respecto de la escultura y la pintura, “per vía de levare” (levantar y considerar los estratos cognitivos y las creencias existentes) y no “per vía di porre” (tapar los conocimientos anteriores ocultándolos con presuntas “verdades” inobjetables y acríticas), tal como en el proceso terapéutico del modelo psicoanalítico de Freud. Cuando Gastón Bachelard aludía a la paradoja de que “el conocimiento es un obstáculo para el conocimiento”, se refería precisamente a los prejuicios, tanto del educador como del educando.
El estudiante como tal está en el lugar del “discípulo” del maestro, en tanto que el mero “alumno” es el correlato de la burocracia propia de la enseñanza del “docente”, que adhiere (aún sin saberlo) al modelo de la “educación depositaria”. Esa es la esencia de la enseñanza, que basa su pedagogía sólo en la información de la currícula y la imitación acrítica. Es el contexto para alentar la repetición memorística antes que la reflexión creativa, basada en el dato. Esto no significa que la transmisión de información pura y dura sea descuidada, desde luego que no, pero la cuestión es que esa información se transforme en significativa para el educando, esto es que el educando la transforme en “dato”, concepto operativo diferente a la mera acumulación informativa.
Cuando la “enseñanza” está al servicio del Dogma, estamos ante la pedagogía del adoctrinamiento.
Las doctrinas son una serie de presuntas “verdades sagradas y reveladas” que no se pueden cuestionar a riesgo de ser repudiado (si es que no algo peor) por los exégetas del texto dogmático. Las doctrinas son la condición necesaria del principio ideológico del “pensamiento único”. Lo vemos en los colectivos sectarios de las tribus políticas, sociales, corporativas y religiosas. Todas comparten su temor y rechazo a la pluralidad de opiniones, la diversidad de actitudes y a las sociedades filosóficamente liberales y abiertas.
El dogma propone “abrir la cabeza” (la misma expresión conlleva una representación brusca de violación de la intimidad) del alumno (que no estudiante) para depositar allí dentro la “verdadera historia”, la de la verdad revelada (e interesada) de la tribu.
La historia moderna nos muestra más de un régimen que somete a sujetos y colectivos “díscolos” a la privación de sus libertades para someterlos irónicamente a un proceso de “re-educación” (sic) para que aprendan a “pensar bien” (sic). Cuando esta actitud en versión “soft”, se lleva a delante en un establecimiento académico, el docente (que no maestro) muda entonces en un sacerdote de doctrina que milita su credo en nombre de la “salvación” del alma poluta del que debe ser convertido e integrado al grupo elegido para bregar por el Bien combatiendo el Mal.
Capacitar personas es educar personalidades
La capacitación para la praxis implica unir la generalidad de la teoría con la particularidad del sujeto que la aprende (y la aprehende) y la singularidad del escenario de la organización (sea la escuela o una empresa).
Para este logro es necesario que la formación profesional integral del Recurso Humano se sostenga en el concepto determinante y complementario de Factor Humano y su componente clave: la personalidad como efector de desempeño. Se trata de la formación del educando para la praxis. Es lo que llamamos “capacitación convergente”: el encuentro operativo de las necesidades de la persona real con los requerimientos del personaje de rol profesional, articulados ambos factores por el estilo de personalidad del educando, asegura el desempeño sostenido de lo que llamamos una personalidad competente.
La “pedagogía de la capacitación convergente” buscará ayudarlo a descubrir los puntos de coincidencias y divergencias entre esos valores-creencias y los contenidos ético-pragmáticos de la capacitación profesional que recibe, y hará que los procese adaptando los resultados a la dinámica y el estilo de su personalidad. Este proceso de “confrontación crítica” y auto-diagnóstico del “como soy” y “como me llevo con la materia o el perfil de profesión al que tendré que acceder”, facilita un posterior desempeño profesional centrado en lo que llamo “manejo emocionalmente inteligente de las relaciones laborales”.
El desempeño se liga al concepto de competencia, ya que es el intento de obtener el resultado buscado, la eficacia (aprender por ejemplo) con la mayor eficiencia posible (menor desgaste y mejor relación coste invertido-beneficio obtenido).
La competencia alude a la condición de “competente”, en la ecuación “eficacia-eficiencia”, es decir el factor de efectividad en la tarea emprendida, sea esta estudiar o trabajar. Así educar en excelencia es capacitar personas y lograr personalidades competentes para un desempeño profesional laboral futuro de calidad. Educar entonces es ante todo educar personalidades.