Cuidar es político. Niñeces desprotegidas y mujeres sobrecargadas
Un niño en la calle temprano y con frío. Dos niñas auxiliadas frente al incendio de su vivienda. Si queremos cambiar estas realidades, debemos comenzar por cambiarnos de pregunta. ¿Por qué “dónde estaba la madre” es una pregunta frecuente ante estos episodios, pero no es la pregunta a partir de la cual construiremos soluciones al cuidado como derecho de niños y niñas?
Foto ilustrativa
Por Romina Cutuli1
Lo personal es político. Aunque pasen las décadas, el sentido de la consigna feminista inspirada en el texto de Carol Hanish, contiene un potencial profundo y complejo que permite seguir actualizando sus sentidos. Dos episodios ocurridos en nuestra ciudad con días de diferencia, y ciertas reacciones sociales frente a ellos, permiten recuperarla una vez más. Nos recuerda, además, que preguntar “¿dónde está la madre?” es ni más ni menos que parte del problema. Veamos por qué.
El cuidado constituye una función social imprescindible e irrenunciable, que a lo largo de la historia ha sido organizada mediante diferentes mecanismos sustentados en la desigualdad de género. Todas las personas necesitan cuidados para asegurar la reproducción social de la vida, por lo que el concepto de “sostenibilidad de la vida” recupera con precisión su valor y su importancia. Todas las tareas de asistencia física, emocional y afectiva que sostienen la vida humana forman parte del cuidado. La distribución desigual en que se sustenta nuestra sociedad radica en que, si bien nadie puede sobrevivir sin recibir cuidados, no todas las personas adultas y en condiciones de cuidar, son proveedoras de cuidados. Esta distribución desigual perjudica la calidad de vida y las oportunidades laborales de las mujeres.
La noción de “diamante del cuidado”, propuesta en 2007 por Shara Razavi, nos ofrece un esquema que permite analizar cómo funciona la organización social del cuidado en una sociedad determinada, así como planificar políticas superadoras. La autora propone pensar en cuatro actores sociales involucrados en el cuidado: el Estado, las familias, la comunidad y el mercado.
En cada tiempo y lugar, existen diferentes modos de organización social del cuidado, aún la mayoría de ellos con un sesgo feminizado, ya sea en los cuidados desarrollados en espacios privados como en los públicos. Veamos algunos ejemplos. Cuando existen instituciones de cuidado públicas y gratuitas desde la primera infancia, está presente el Estado. Cuando se paga una institución de cuidado privada o se contrata personal con funciones de cuidado en una casa particular, está presente el mercado. Si existe un espacio barrial donde se cuida a los niños y niñas de manera colectiva, está presente la comunidad. Cuando un adulto con lazo de parentesco se ocupa del cuidado, está presente la familia.
Como sabe cualquiera que se haya aproximado a esta labor, el cuidado es un trabajo de tiempo completo. En lo que respecta al cuidado, tiempo completo no significa una jornada de 48hs semanales. Significa que es necesario todo el día -y la noche-. Todos los días del año. A lo largo de muchos años. Acompañando, claro está, la progresiva adquisición de autonomía, es fundamental comprender que niños y niñas requieren sostén adulto permanente aún para esas actividades que pueden hacer por sus propios medios, cuando están preparados para ello. Es decir, los dejaremos trepar, pero estaremos cerca para atajar las caídas.
No solo es una actividad de tiempo completo, sino muy compleja. Incluye tantas tareas que costaría enumerarlas todas. Sin pretensiones de exhaustividad: proveer alimentos, asistir en las tareas escolares, asistir o supervisar la higiene personal, acompañar a actividades recreativas, llevar a consultas médicas, proveer ropa limpia, un ambiente limpio, escuchar temores y deseos, secar lágrimas, conocer personajes y artistas favoritos, abrazar, cantar, leer, curar raspones, ahuyentar insectos, espantar monstruos. Interrumpimos la enumeración de manera arbitraria.
Todas ellas requieren tiempo y disposición emocional. Requieren también, un soporte material que las haga posible: no se puede cocinar sin alimentos ni leer sin libros. Sin acceso a los recursos materiales, tampoco hay cuidado posible.
En Argentina, aproximadamente el 12% de los hogares con niños están a cargo de un solo adulto, que en la mayoría de los casos es una mujer. Esta condición impone el dilema de “cuidar y subsistir”. Es decir, añade a la lista inacabada del párrafo anterior, la necesidad de buscar algún medio para obtener ingresos. Además, son imprescindibles una serie de tareas de cuidado que no se resuelven en el espacio del hogar: trámites y compras, entre otros. Recordemos que hace poco más de un año, fue necesario regular acerca de la discriminación que sufrían las personas con niños y niñas a cargo frente a la obligación del ingreso unipersonal a los comercios, en
contexto de pandemia. Niños y niñas habían quedado prohibidos en el espacio público. Día día, diversas prácticas reproducen las dificultades para hacer compatible el cuidado con la subsistencia, e incluso con el propio cuidado. Como vimos frente a la dificultad para acceder a un turno médico.
Mujeres sobrecargadas de trabajo, de necesidad de subsistencia, de imposibilidad de descansar, son la expresión de una “diamante del cuidado” desequilibrada e injusta. Mientras las instituciones de cuidado para la primera infancia responden a un porcentaje ínfimo de la población marplatense y el mercado ofrece soluciones solo a quien puede pagar por ellas, se reproducen desigualdades que repercuten también en los niños y niñas sujetos de cuidado.
La socióloga norteamericana Arlie Hochschild acuñó la noción de “niños con llave” para describir la situación de desamparo de niños y niñas que, al regresar de la escuela, no contaban en su hogar con un referente adulto a cargo. La autora nos ofrece, asimismo, una clasificación de los modelos de cuidado que puede acompañarnos para pensar la sociedad que queremos ser. Ella distingue entre un modelo tradicional, donde el cuidado es familiarizado y feminizado y el trabajo remunerado constituye un patrimonio mayoritariamente masculino; un modelo moderno-frío, donde toda la población adulta tienen una participación activa y de tiempo completo en el mercado de trabajo, y el cuidado es una alta proporción delegado en instituciones públicas y mercado; un modelo moderno-cálido, en que la participación sin discriminación de género en el mercado de trabajo está regulada por derechos laborales asociados al cuidado, y existen políticas públicas de protección al cuidado y a las personas que cuidan y, finalmente, un modelo posmoderno, en que toda la población adulta debe buscar la forma de ganarse la vida y el cuidado queda en gran medida librado a los recursos individuales, profundizando la desigualdad. Mientras que aquellas preguntas que nos hacemos siempre reproducen las desigualdades que nos preocupan, estos análisis habilitan a formular nuevos interrogantes, construir otros diagnósticos y, lo más urgente, diseñar políticas de cuidado donde ningún niño ni niña se encuentre en situación de desamparo, ni ninguna persona con responsabilidades de cuidado, desbordada de exigencias.
(*): Doctora en Historia. Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Grupo de Estudios del Trabajo Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Nacional de Mar del Plata. Directora del Proyecto de Extensión “Crianza con Derechos”, Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social, Universidad Nacional de Mar del Plata. Docente en ambas unidades académicas.
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