Cadenazzi, la mejor vacuna contra el Covid
Cuando los contagios complican a Alvarado, los goles del "9" le permiten sortear la pandemia. A partir de la lesión de Giacomini, el centrodelantero zurdo pasó de casi olvidado a gran figura.
Por Sebastián Arana
Algunos soslayan la intervención del factor suerte en el fútbol. Sostienen que todo tiene una causa racional. Desde un remate de manual que pega en un palo y se va hasta una “pifia” involuntaria que corre la misma suerte y se mete.
Otros, en cambio, le adjudican tanto a la fortuna que la convierten en una especie de divinidad. Bajo el altar de Kirikocho, entonces, se sacrifican horas de práctica para apuntalar el talento colectivo y las más sesudas planificaciones. Si la suerte es Dios, entonces, cualquier esfuerzo pierde sentido.
Ni tanto, ni tan poco. Vamos a examinar de cerca el botón de Alvarado para ofrecer una muestra. Aunque los dos triunfos sobre Estudiantes de Caseros y Mitre de Santiago del Estero parecen desmentirlo, al “Torito” se le puso difícil de verdad la reanudación de la competencia de la Primera Nacional.
De movida, en un plantel con veinte profesionales, cuatro estuvieron afuera por lesión: Iván Molinas, Matías Rodríguez, Robertino Giacomini y Darío Cáceres. Para el primero de los partidos, además, Juan Ramón Alsina estuvo suspendido.
El golpe más fuerte, sin embargo, lo propinó el Covid. Marcos Astina, quien se había ganado con creces ser considerado el jugador más desequilibrante del equipo antes del parate, lo contrajo antes de la visita a Caseros.
Así Gastón Coyette tuvo a disposición a catorce profesionales para enfrentar a Estudiantes. Peor fue el panorama para el último duelo ante los santiagueños. Sólo pudo regresar Alsina de su suspensión. No pudo recuperarse ni uno de los cuatro lesionados. Y al contagio de Astina, que continuó aislado, se sumaron los de su reemplazante Emiliano Bogado, Brian Mieres, Franco Malagueño -tres profesionales más- y el juvenil Valentín Dimare.
Así y todo, con apenas doce profesionales, Alvarado pudo imponerse una vez más dejando una muy buena imagen. Puede parecerlo, pero no es sencillo ganar y gustar con tan poco personal. ¿Cómo pudo ser posible?
Por un lado, el equipo sabe a qué juega. Es valiente y ambicioso. Acá y afuera. Y partido a partido se consolida la amalgama entre una idea clara y compartida por cuerpo técnico y jugadores y la convicción de salir a la cancha sabiendo que puede, que no es menos que sus ocasionales adversarios.
Por otro lado, más allá de las bondades de su trabajo, Coyette trajo bien. No siempre ocurre que los refuerzos sean, efectivamente, refuerzos en lugar de incorporaciones. Hoy nadie discute que las llegadas de Pedro Fernández, Franco Ledesma, Julián Vitale, Ezequiel Vidal y Marcos Astina fueron grandes aciertos del entrenador. Y el pulgar también tiende a ir para arriba en los casos de Darío Cáceres, Brian Mieres y Javier Malagueño.
A Felipe Cadenazzi, en cambio, le costó. Ni bien comenzó el ciclo de Coyette, dejó una buena impresión en los amistosos y la rompió en el segundo partido, en la goleada 5-2 ante Nueva Chicago, en la que marcó dos tantos y fue figura. “El 9 está”, dijeron muchos.
Pero al partido siguiente falló un penal ante San Martín de San Juan y su rendimiento comenzó a decrecer, al mismo tiempo que aumentaban sus problemas físicos. Ya no pudo meterla en el torneo corto.
Lo peor para él, sin embargo, vino en la corriente temporada. Fue titular apenas en los dos primeros compromisos ante San Martín de Tucumán y Belgrano y entró un ratito en la caída ante Deportivo Riestra de la tercera fecha. Una lesión lo dejó afuera y Robertino Giacomini entró en su lugar y empezó a marcar goles. Y al pobre Cadenazzi ya comenzaban a mirarlo de reojo.
Pero apareció el azar y le hizo un guiño a Alvarado y a este interesante delantero. El parate le sirvió para terminar de recuperarse. Luego la lesión de Robertino Giacomini le dejó un hueco inesperado. Cadenazzi surgió entonces como alternativa natural para volver a ser el “9”. Y en dos partidos volvió a ser aquel que había ilusionado cuando recién llegó al club.
Alvarado jugó bien, pero no se llevó por delante ni a Estudiantes ni a Mitre. En ambos casos empezó a construir su dominio de la situación a partir de las apariciones y las definiciones de un Cadenazzi en plan de gran figura. Decidido a ser el “9” que siempre insinuó y que nunca terminó de explotar. Un delantero capaz de inclinar las pulseadas indecisas a puro olfato goleador.
Más allá de sus bondades colectivas, contra viento y marea, Alvarado sonríe porque el azar le hizo un guiño y la vida volvió a sonreírle al “9” postergado. Y Felipe Cadenazzi, en dos partidos, se reveló como la vacuna más efectiva contra el Covid.
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