Kaplan, el artista que pegó el volantazo
Por qué dejó de lado sus viejos temas y empezó a mirar el entorno. El plástico habló del misterio, del arte como refugio y de la bendición del acto creativo. "No podemos detener el flujo de las cosas", explicó.
Acaso cuando pase, diremos de este tiempo que vino para cambiarnos, para modificar lo que éramos y abrir otras perspectivas. El encierro obligado que tanto impacto generó a nivel económico y social, también afectó a un artista como Daniel Kaplan. Desde su refugio en el Bosque Peralta Ramos, este pintor acostumbrado a retratar el ambiente y el espíritu festivo de las milongas tuvo que cambiar de dirección. Algo así como un volantazo, para poder seguir haciendo esas dos cosas que tanto ama: dibujar y pintar.
“Que para qué sirve el arte… creo que este ciclo de confinamiento nos dio la respuesta más palpable que pudiéramos tener -indicó en una entrevista con LA CAPITAL-. El arte es un refugio tanto para el que lo está haciendo, como una inspiración para el que lo recibe. Creo que ahora más que nunca nos queda claro la importancia del arte en nuestras vidas”.
Desde este presente, las milongas le generan “una tremenda melancolía”. “Ya no podemos ir a las milongas, estamos con imposibilidad de compartir un abrazo de una manera franca y sin temores, no quiero retratarlas de una manera nostálgica, porque para mí es algo vivo, algo que se va nutriendo y que nos nutre a la vez. No quiero pintarlas como un recuerdo”, explicó.
Por eso, tras un largo mes en el que se quedó sin tema para poder explorar en la tela -la introspección más profunda la cursó con el primer confinamiento de 2020-, Kaplan empezó a mirar el entorno. Y el entorno le devolvió lo que buscaba.
Así, alumbrada por la pandemia, nació su nueva producción pictórica. Parte de ella llegó recientemente a la galería de arte Zurbarán, ubicada en la ciudad de Buenos Aires. En marzo último, inauguró la muestra “El aroma del tiempo”, un título con el que logró unificar los temas en los que trabaja en la actualidad: el otoño y el verano.
El otoño aparece reflejado en la hojas secas que llenan su jardín. El verano, en tanto, inyectó en sus cuadros aspectos vinculados a los cuerpos desnudos, al mar y al sol, cuerpos “bañados por la espuma, la luz, la espuma envolviendo los cuerpos, el deleite, la sensación de aire libre, la sensualidad”, definió, siempre entusiasmado.
Y del otoño aclaró el porqué de su elección: “Me enfoqué en lo que tiene que ver con las hojas, que es el ciclo de los cambios y de las transiciones, como una metáfora de que vivimos en ciclos permanentes, de que el cambio es contínuo y no podemos detener el flujo de las cosas”.
Centrado en el realismo y en la figuración, Kaplan es un artista clásico. Su formación proviene de las escuelas de arte Ernesto de la Cárcova y Prilidiano Pueyrredon. “No me interesa tanto el realismo fotográfico, lo admiro mucho en otros pintores pero entiendo que mi energía pictórica pasa por valorar la sensibilidad, la resonancia, el toque, estar abierto a lo que está surgiendo en el proceso de la pintura, como si fuera un diálogo, un diálogo en el que la acción y lo fortuito me dicen hacia dónde llevar la imagen”, explicó.
Además, en este momento, está interesado en “lo inacabado”, en lo que emerge a partir de la pincelada y queda inconcluso en la tela. “Me gusta la tensión que encuentro ahí”.
“Aprendí a escuchar lo que la pintura o el dibujo me estaban sugiriendo, a tener un diálogo con la forma”, contó sobre aquello que le enseñaron sus maestros: Guillermo Roux y Juan Carlos Distéfano. “Ellos me ayudaron a pensar, me ayudaron a darle orden a mi emocionalidad, a toda la manera en que podía organizar el dibujo, a entender cómo pensar desde la forma”, agregó.
No obstante, otras cualidades del arte las descubrió solo, sin necesidad de ayuda de maestros: el enigma que bordea la creación, por ejemplo. “Para mí el arte sigue siendo un misterio, una de las cosas más hermosas que me puede pasar, sigue siendo una bendición dedicarme a aquello que más me apasiona, dedicarme a crear algo que me deje la sensación de satisfacción y de plenitud”.
A los 56 años, el artista visual parece más convencido que nunca: “Si no hubiera estado el arte en mi vida, quizá me hubiera vuelto loco. Mi vida es mucho mejor poniendo todo el foco en lo creativo, le debo muchísimo al arte, es mi manera de expresión y de transitar la vida, no tanto a partir del resultado de una obra, sino por el acto de estar creando. Me gusta pensar en el momento de la creación como una verdadera bendición”.