Por Alvaro D’Elia | Twitter: @AlvaroDElia
Los choferes de colectivo conocen la ciudad más que cualquier otro marplatense. Tienen el mapa grabado en la memoria por los recorridos que realizan a bordo de las diferentes líneas. Ingresan a los barrios, los recorren, guardan registro de cada una de las esquinas y hasta de los baches.
También conocen al pasajero. Perciben lo que siente: si está feliz, si está triste, enojado o desmotivado. De alguna u otra manera estos sentimientos los influyen, al punto de poder condicionar la jornada de trabajo.
La relación es de ida y vuelta. Los mismos choferes comentan que son reconocidos abajo de los micros, en la calle, y reciben el afecto y la recompensa de las personas tras décadas de conducción.
Pese a que se trata de una profesión que se realiza de forma individual, entre los mismos trabajadores del transporte se genera un vínculo que va más allá del volante. Cuando no existía el virus ni la pandemia había reuniones familiares y comidas numerosas como las que el “Club Fanáticos del Bondi MdP” organizaba mensualmente en la sede del sindicato de la Unión Tranviarios Automotor (UTA).
“Somos todos choferes que nos gusta el colectivo de alma y por eso los armamos y los tuneamos. Nos gusta tener el micro lindo, limpio y cómodo. Estamos ocho horas ahí sentados y lo queremos tener en condiciones porque es nuestro segundo hogar”, dice Alejandro Luchetti (39), chofer de la empresa Peralta Ramos.
El club se formó como “Fanáticos del Bondi” en 2019 y lo integran 115 socios que conducen alrededor de 80 colectivos de las diferentes firmas de transporte que hay en la ciudad.
Luchetti cuenta a LA CAPITAL que antes de la pandemia se juntaban una vez por mes a comer asado en el sindicato de la UTA. En estas reuniones se recordaban las historias más insólitas y llamativas.
“Recuerdo el día, a poco tiempo de haber comenzado a trabajar, que se subió una señora al colectivo. Nos saludamos y veo que se agarra la panza. Como venía completo y había gente parada pedí un asiento ‘para la mujer que está embarazada’. Cuando terminé de decir eso me respondió: ‘No, estoy gorda. ¿No ves?’. Ese día pasé un papelón enorme. Me puse bordó y le pedí disculpas inmediatamente”, cuenta el hombre que trabaja como chofer desde 2005 por un legado familiar.
“Mi papá empezó en 1990 en la empresa 12 de Octubre. Yo tenía 9 años. El hacía turnos nocturnos largos y los fines de semana lo acompañaba porque me encantaba el bondi. Así arranqué. Me sentaba en el primer asiento y le acomodaba la plata de los boletos”, dice Luchetti.
Nito Artaza, pasajero estrella
Omar Godoy se sumó como chofer de la empresa Peralta Ramos en 2001. Ingresó por el suegro de un amigo pero aclara que “a mí siempre me gustó el micro” porque “en la familia de mi primera esposa eran todos colectiveros”.
El marplatense de 49 años siempre tiene presente como hecho anecdótico el día que Nito Artaza “se tomó” su micro. “Fue hace muchos años un día de verano”, indica sin recordar la fecha precisa de aquel suceso. Y detalla: “Sí me acuerdo que estaba en el teatro de la avenida Luro y Corrientes. Se subió en esa parada y se bajó en la Vieja Terminal. Fue un viaje corto”.
Artaza, figura destacada de las temporadas teatrales marplatenses, “iba solo, subió, sacó boleto y yo lo reconocí de inmediato. Nos saludamos y ahí reaccionó el resto, que también lo iban saludando. Realmente fue un tipo muy macanudo y amable con los pasajeros“, agrega el chofer que “varias veces” también transportó al recordado periodista, locutor y publicista Norbert Degoas.
“Mi gran debut”
Guillermo De Miguel pertenece a la empresa El Libertador. El chofer describe como su “gran debut” su primer día al frente de la línea 563B.
“Fue el 7 de diciembre de 2014. Hice un relevo en el Hospital Regional y el chofer que reemplacé me avisó que me iba a encontrar con todos los hinchas de Aldosivi en la zona del Puerto. Ese día había partido en el estadio Minella”, relata De Miguel.
La antigua monedera y la máquina de boletos, hoy reemplazadas por el Sistema Unico de Boleto Electrónico (SUBE).
“Imaginate que era mi primer día como chofer. Estaba contento, nervioso, alegre, todo junto. Llegué a Magallanes y Avenida de los Pescadores y se me cruzaron dos hinchas de Aldosivi. Me dicen que se les había roto el colectivo y que yo los tenía que llevar a la cancha“.
Acto seguido, el chofer les gritó: “Esperen que doy la vuelta por el Puerto y vamos”. Pero los dos hinchas, ansiosos por llegar al estadio, le contestaron: “No, nos subimos ahora”. “Le chiflaron al resto y resulta que eran una banda de pibes. Se subieron y salimos para la cancha”, recuerda De Miguel.
“El viaje -describe- fue un descontrol: banderas, alcohol, prendieron bengalas, gritaban, iban cantando. Para colmo en los semáforos cortaban el tránsito para que yo pudiera pasar sin frenar. Ese día fue terrible y mi gran debut arriba de un colectivo. No me lo voy a olvidar nunca más”.
“¿Dónde estabas?”
Federico Liendo, chofer de la empresa Pueyrredon, apela a la memoria y narra: “Venía una noche de verano, no recuerdo si fue en 2017 o 2018, desde el centro hacia el barrio Belgrano por la línea 573. El colectivo iba lleno. Cuando llego a la parada de Gascón e Italia, una chica jovencita me pide bajar y había una señora esperándola. Cuando la chica baja, la mujer se sube al primer escalón y me dice: ‘¿Dónde estabas?’ a lo que yo respondo: ‘Trabajando'”.
Disconforme con la respuesta de Liendo, insiste: “A dónde te habrás ido con el colectivo. Hace dos horas que estoy esperando a mi hija y no sé dónde estás“.
En ese momento, el chofer de 29 años le vuelve a contestar: “Señora, cálmese. Estoy trabajando, tengo un horario y lo estoy cumpliendo. Si quiere mire la planilla o pregúntele a la gente”.
Ante esta situación, todos los pasajeros hicieron silencio por los gritos desesperados de la mujer, quien pedía explicaciones por la demora en el recorrido del colectivo.
Frente a la insistencia de la señora, el colectivero lanzó: “Pregúntele a su hija, que estaba ‘apretando’ con un pibe en la parada, cuántos colectivos habrá dejado pasar”.
“Terminé de decir eso y la gente estalló en risa. La mujer dio la vuelta y me pedía disculpas. La hija quedó avergonzada al lado del colectivo y nos fuimos riendo todo el viaje”, expresa el chofer.
El micro en casa
Guillermo Giménez (55) comenzó a trabajar como chofer en 1990 en la empresa 25 de Mayo y, como dato curioso, siempre en el mismo interno: el coche 44.
“Cuando me sumé a la empresa había 60 coches: los ‘merceditos’ con trompa. En ese tiempo éramos como una familia porque todos los choferes nos conocíamos. Hoy esto casi que no pasa porque ya es una empresa muy grande”, expresa.
Asimismo, menciona: “En esa época nos llevábamos las unidades: los días de franco hacíamos el servicio por la mañana y a la tarde íbamos con el colectivo a nuestras casas y los disfrutábamos con la familia en la Laguna o Sierra de los Padres. Esto obviamente se dejó de hacer a medida que fue creciendo la empresa”.
Colectivo marca Mercedes Benz 1114 con trompa. Este tipo de vehículo circuló en las décadas de los 70 y 80 por Mar del Plata.
Giménez, que este año “cuelga la camisa celeste”, recuerda con nostalgia “las noches de trabajo por la avenida Constitución en la época que funcionaban los boliches”.
“Era gente por todos lados. Esas salidas de madrugada quedan marcadas porque hoy prácticamente ya no hay actividad nocturna salvo por las cafeterías y cervecerías. Ya no es lo que era antes”, añade el chofer.
“En la salida de Sobremonte -sigue- se juntaban cuatro, cinco o seis colectivos parados en la puerta que esperaban a los chicos de la matiné o a los adultos, y después la experiencia del viaje“, dice entre risas.
El hombre de 55 años empezó a trabajar arriba del colectivo “por necesidad y sin pensar que me iba a gustar” porque “realmente amo el trabajo que tengo y lo disfruto muchísimo. Hoy, pensando que este año me retiro, sé que lo voy a extrañar“.