Luca Vildoza, la historia del pibe tímido que resplandece en la cancha
Luca Vildoza llegó a la Gran Manzana. Buena parte del camino lo recorrió en Mar del Plata. El propio jugador, su padre, compañeros y entrenadores reconstruyen esa parte de su trayectoria hacia la NBA.
Por Sebastián Arana
Difícilmente Luca Vildoza hubiera podido escaparle a su destino de jugador de básquetbol. Papá Marcelo, basquetbolista profesional, muy identificado con Quilmes, el club que lo trajo de su Tucumán natal, aunque campeón de Liga con Peñarol. Mamá Gabriela jugadora de Kimberley. Emilio, abuelo materno, histórico dirigente del club de la Avenida Independencia. Angélica, abuela materna, fanática del básquetbol, de Quilmes y su hincha número uno.
Cualquiera podría suponer que Marcelo lo inclinó hacia el básquetbol. La primera pelota, sin embargo, se la regaló Angélica. “Era de goma. Tendría tres años y tengo fotos jugando con ella en la calle. Pero en casa a todos les gusta el básquetbol. Si no hubiera sido la abuela, me la hubiera regalado mi papá o mi mamá”, contó Luca hace algún tiempo, en uno de sus regresos desde España.
El flaquito de los rulos y la vincha pisó una cancha por primera vez en Kimberley de la mano de su mamá. Juan Pablo Goiburu y Leandro Ramella, con quien se encontraría algunos años más tarde, fueron sus primeros entrenadores.
Tampoco Marcelo fue el responsable del cambio de club. La abuela Angélica fue la que metió otra vez la cuchara. “En Kimberley estuve hasta los siete años y después me fui unos meses a Once Unidos. Pero la abuela me dijo que yo tenía que jugar en Quilmes y me llevó”, explicó Luca.
En Luro y Guido pasó por las manos de “Ricky” Narváez, de Nicolás Mengoni, de Manuel Gelpi y de Luis Fernández, entre otros. Y desde el vamos llamó la atención, uno de esos talentos que encandilan a todo el mundo.
No hubo casi papá o mamá de compañeros o rivales que no haya imaginado un gran futuro para él. “Cuando Luca tenía diez años jugaba en premini, en mini, en U13 y Luis Fernández capaz que lo llevaba al banco de U15”, apuntó Marcelo, en una charla de café, hace ya algún tiempo.
Luca, siempre muy personal, nunca le dio demasiada importancia a todo aquello que generaba. “La primera vez que me dije que tal vez podría llegar a algo con el básquet fue cuando me llamaron de la Selección Argentina U15”, recordó.
Primeros pasos en la Liga Nacional
No faltaba tanto para su debut en la Liga Nacional. Daniel Maffei lo invitó a entrenar con el equipo que estaba próximo a jugar la temporada 2011/2012 y debutó en un clásico frente a Peñarol el 21 de setiembre de 2011, apenas cuarenta días después de cumplir los 16. Pasaron los años y no puede olvidarse de ese momento.
“Cuando el Loro me llamó yo pensé que querría que le alcance una botella de agua. Me paré y me dijo que entraba. Ese momento fue algo único. Tenés nervios, te duele la panza, te tiemblan las piernas. Entré para defenderlo a Franco Giorgetti y en la primera pelota que él agarra le piso el pie y me caigo al piso. Y después lo atacaba a Kyle Lamonte. No quería ni mirarlo. Agarraba la pelota y la pasaba”, confesó.
Maffei tampoco olvida esos primeros pasos de Luca en la Liga. “Un día lo puse veinticinco minutos. Fue en la cancha de Obras. Después del partido me preguntaron por qué jugaba tanto un pibe tan chico. ‘Porque juega bien. Si uno juega bien no importa cuántos años tenga’, respondí. No me extraña que haya llegado tan alto”, sostuvo.
Gregorio Eseverri, compañero suyo en aquel equipo, aporta también su visión. “Yo estaba en Quilmes desde un año antes y lo iba a ver a los partidos de U15 en el ‘José Martínez’ porque ya se decía que tenía un potencial muy grande.
De apariciones como la de Luca que luego no quedaron en nada hay muchos ejemplos. Pero él no dejó jamás de crecer, sobre todo a partir del año siguiente. Más allá de sus condiciones basquetbolísticas y físicas, lo que a mí no dejaba de sorprenderme era otra cosa. No podía creer como un pibe tan callado y tímido afuera de la cancha adquiría semejante desfachatez dentro de ella”, manifestó.
Tiempo de pruebas
Vildoza, el pibe que afuera era uno más y adentro de la cancha brillaba con otra luz, a partir de esa aparición fue puesto a prueba de todas formas. El alejamiento de Quilmes de Daniel Maffei, apenas dos meses después de su debut en la Liga, supuso la primera. Su sucesor, Luciano Martínez, no lo consideró en absoluto. Luca pasó de jugar muchos minutos a ver los partidos desde el banco. Un buen día Sergio Hernández, que entonces dirigía a Peñarol, se encontró con papá Marcelo y se interesó por la situación de la joven promesa. El encuentro llevó al padre a preguntar por la situación de su hijo y a los dirigentes quilmeños les faltó tiempo para organizar una reunión con “Beto” Martínez para arreglar la situación. “Cuando fui a casa a decirle a Luca que estaba todo solucionado y que esa noche iba a jugar, me dijo muy serio que iba a dejar el básquetbol y estuvo una semana sin ir a entrenar. Me acuerdo que no quería ni tocar la pelota, nos íbamos todos los días a jugar al tenis a Once Unidos”, apunta Marcelo.
El tiempo lo curó todo y Luca volvió a jugar algunos partidos antes del final de una temporada que concluyó con un descenso doloroso. Y esa experiencia amarga le dejó una enseñanza. “Yo me alegraba aquel año cada vez que hacía algo bueno en un partido. Pero de golpe te das cuenta que no le importa a nadie cómo juegues vos si estás perdiendo y estás por descender. Nadie se va a acordar del pibe que hizo cuatro puntos en un partido que su equipo perdió por teinta. Ese momento me hizo ver que era mejor jugar para el equipo que para uno mismo”, reflexionó.
Con la llegada de Pablo Zabala a manejar el básquetbol de Quilmes a partir de mediados de 2012 muchas cosas se aclararon en el horizonte de Vildoza. A partir de entonces y mientras permaneció en el club, para él siempre hubo un lugar acorde a sus posibilidades. Y Leandro Ramella, nuevo DT, lo tuvo en cuenta para armar un equipo que pretendía regresar a la máxima categoría.
Respaldado por todos, al joven talento, de todas formas, le quedaba un enorme camino por recorrer. Antes de comenzar la temporada 2012/2013 del TNA tuvo una seria lesión en una de sus muñecas. “En ese sentido, me pasó de todo. El quinto metatarsiano de un pie, el quinto del otro, tuve una hernia en la espalda, una lumbalgia. La lesión del brazo fue la más dura, me decían que si, no me recuperaba bien, tal vez no podría jugar más al básquetbol. Leandro Ramella me preguntaba por qué no iba para adentro. Y yo le expliqué que me daba miedo que me choquen, caer y quedar mal. Vivía tirando de tres y tomando tiritos cortos. Y ahí él me recomendó que lo hablé con mi psicólogo y así fue. Pero tuve dos temporadas en las que, aunque tuviera espacios para atacar el aro, me daba miedo en serio. Finalmente, pude superarlo”, recordó.
Crecimiento
A pesar de estos problemas, las producciones del joven base crecían y su romance con el hincha de Quilmes también.
Las decisiones dirigenciales lo continuaron apuntalando cuando el club regresó a la máxima categoría. Zabala y Ramella siempre apuntaron a traer bases que no lo taparan y que lo ayudaran en su crecimiento.
Con el DT de sus primeros palotes en Kimberley tuvo encontronazos pasajeros. El mismo Luca los reconoce. “A Leandro le gustaba entrenar mucho y yo era medio vago. Me pedía que defienda y yo le decía que no podía. Pero después aflojamos un poco los dos y puede decir que disfruté de haberlo tenido como entrenador”, admitió.
“A Luca no le di -sostuvo Ramella- ni el cincuenta por ciento de las libertades que luego le dio Javier Bianchelli. Mi lucha con él era hacerlo defender. Es un crack, un genio, pero tuvo que atravesar todo un proceso para llegar a lo que es hoy”.
En cuatro años con Leandro Ramella como DT, uno en el TNA y tres en la Liga A, los minutos del base en cancha no dejaron de crecer, ni tampoco sus aportes en puntos y asistencias. En ese interín, jugó una semifinal de Liga y se dio el gusto de debutar en la Selección mayor en los Juegos Panamericanos de 2015.
La experiencia de la Selección fue otra de las decisivas para él. “Antes de la Selección yo no entrenaba de la misma manera que jugaba. Pero estando ahí me di cuenta que si yo entrenaba así de fuerte al lado de esos tipos, después en los partidos iba a volar”, reconoció.
Su gran último año en Quilmes
El pibe de las piruetas increíbles y de los triples a la carrera sedujo al Baskonia, que lo contrató a mediados de 2016 y lo dejó un año más en Quilmes. Su último año en el club, con Javier Bianchelli como DT y con la responsabilidad de hacerse cargo de la conducción del equipo adentro de la cancha, significó para él un espaldarazo sensacional antes de irse a España.
No sólo estuvo a la altura, también consiguió guiar al equipo otra vez a las semifinales de la Liga formando un tándem increíble con Eric Flor. Y el pibe atrevido terminó de hacerse un líder responsable. Antes de llegar a las semifinales, Quilmes vivió una situación muy crítica. En un play-off con Bahía Básket perdía 2-0 y en el tercer partido en Mar del Plata él salió por cinco personales con el juego muy complicado para las posibilidades de los suyos. El dejó la cancha y se puso a llorar en el banco. “Me cortaba las pelotas si me iba así de Quilmes. Pero los chicos lo pudieron dar vuelta. Eric Flor siempre me recuerda que me salvó con Bahía Básket”, se sinceró.
Javier Bianchelli lo explica todavía mejor. “Luca era un nene todavía. No había cumplido veintidós años en aquel partido. Dijo esa frase: ‘No me quería ir así de Mar del Plata’. Pero, al mismo tiempo, era un chico que estaba más allá de todo. Todo para él era un juego y él sólo quería divertirse. Si a él le parecía divertido pasarle diez pelotas a Eric Flor y al equipo le hacía bien, le pasaba diez. Él era eso”, afirmó.
“Antes de comenzar esa Liga a mí me dieron para dirigir la Selección de Mar del Plata de mayores. El creo que ya estaba vendido a España o casi y ya había jugado en la Selección mayor. Se me ocurrió llamarlo para invitarlo a jugar el Zonal de Olavarría. ‘Te llamo para que me digas que no’, le dije. ‘Dale, voy’, me respondió. Ahé me di cuenta de lo importante que jugar era para él. Porque tenía afinidad conmigo, porque tenía ganas, por los compañeros…Luca siempre quería jugar”, finalizó Bianchelli.
El resto de la historia es conocida. El joven ídolo dejó su Quilmes, su casa y su familia y se fue a España. Se hizo más jugador y hombre. “Entrenar todos los días al cien por ciento me hizo crecer”, aseguró con sencillez.
Se consolidó como jugador de Selección, de Euroliga, llevó al Baskonia a su último título definiendo la final ante Barcelona con el sello de su talento irreverente y finalmente dejó a todo el mundo con la boca abierta firmando por New York Knicks, uno de los equipos históricos de la NBA. El pibe tímido ahora quiere resplandecer en el Madison Square Garden.
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