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Interés general 21 de febrero de 2021

La historia del Súper Domo, un símbolo inolvidable de Mar del Plata

De Joan Manuel Serrat a Julio Bocca. De Soda Stereo a los Redonditos de Ricota. Del circo Tihany a Peñarol y Maradona: apogeo y decadencia del escenario de la carpa gigante que marcó a fuego las temporadas más gloriosas, cuyo recuerdo vivirá siempre en el corazón de los marplatenses.

El estadio Súper Domo fue escenario de grandes alegrías para miles de marplatenses.

Por Bruno Verdenelli
[email protected]

 

Hubo un tiempo que fue hermoso, con temporadas estivales de verdad. Claro que evocarlo en este contexto es cuanto menos injusto, porque Mar del Plata no es una isla y las actividades turísticas, artísticas y deportivas se han visto especialmente perjudicadas en todas partes como consecuencia de la pandemia del coronavirus.

Pero si en un rapto de nostalgia urgiera hacerlo, hay ciertos símbolos del pasado cuyas imágenes sin duda aparecerían en la memoria de cualquiera. Y una de ellas tendría la forma de una carpa gigante instalada en Juan B. Justo y Edison.

El estadio estaba ubicado en la manzana comprendida por Juan B. Justo, Edison, Acha y Solís.

El estadio estaba ubicado en la manzana comprendida por Juan B. Justo, Edison, Solís y Acha.

La historia del Súper Domo comienza en 1978, mucho antes de su inauguración. El entonces interventor municipal, Mario Roberto Russak, había anunciado la creación de un ente autárquico que tenía como objetivo el análisis y la elaboración de cinco proyectos especiales para llevar adelante en distintos puntos de la ciudad. Entre otras edificaciones, se planificaba la construcción de un hotel de lujo, el complejo de Punta Mogotes y un posible acuario.

Para la consumación de esta última idea hubo una empresa particularmente interesada: se trataba de la firma que operaba el exitoso espectáculo Acuarama On Parade, que para esa época se había presentado en el Luna Park. Su propietario era el argentino Pedro Lavia, quien residía en Florida, Estados Unidos, y se había casado con una adiestradora de animales oriunda de dicho país. Además, ambos eran dueños de un acuario en Isla Mujeres, México.

Tito Lectoure, el titular del mítico estadio porteño, fue el encargado de llamar al periodista Jorge Alfieri por encargo de Lavia y de su cuñado y socio en Argentina, Luis Mandarano. En la comunicación, el reconocido empresario le solicitó el contacto de un marplatense que pudiera llevar adelante la propuesta y Alfieri pensó en el arquitecto Alejandro García Abalo, a quien conocía de su época como dirigente de un club local en el que éste último había jugado al básquetbol.

Desde entonces, Mandarano y García Abalo proyectaron la construcción de un acuario en la zona donde actualmente está emplazado el Museo Mar. Sin embargo, la idea no prosperó por una decisión del municipio. A pesar del revés, Lavia apostó de igual forma a la ciudad con Acuarama On Parade, espectáculo que presentó durante tres temporadas seguidas en la manzana donde luego se levantaría el Súper Domo.

“Ese terreno era de Bernardino Brasas, el dueño de ‘La Estrella Argentina’. El tenía cuatro esquinas ahí en el Puerto y yo trabajé en varias obras ahí. Se hicieron tres torres para la Asociación de Pescadores de Mar del Plata. La obra de Prefectura. Y luego yo hice Ferimar también”, recuerda García Abalo al ser consultado por LA CAPITAL.

Y agrega: “Ellos venían con el acuario, alquilaban una carpa y montaban Acuarama On Parade, que el primer año ganó el premio Estrella de Mar como Music Hall. Me acuerdo que habían traído a los delfines, Flipper y Sisi, después a Sulfa, la orca, en el año ’82. Venían con circos… En noviembre viajaba el representante del acuario, veía el terreno y yo le armaba todo lo que era obra civil. Y le hacía los trámites municipales para pedir las habilitaciones”.

Lo cierto es que para montar el fallido acuario permanente, “cajoneado” por la Municipalidad, la firma había importado una carpa valuada en 150 mil dólares y con un peso de 6 toneladas, similar a las que el gobierno estadounidense utilizaba para guardar armamento. Entonces, a los dueños se les ocurrió instalarla en la manzana comprendida por las avenidas Juan B. Justo y Edison, y las calles Solís y Acha, para que fuera explotada durante todo el año.

Lavia y Mandarano creían que una ciudad con más de medio millón de habitantes y sin lugares específicos con capacidad de albergue de espectáculos artísticos y deportivos de importancia, sería el escenario ideal para un negocio de ese tipo. El estadio tendría capacidad para alrededor de 3 mil personas y se estrenaría en diciembre de 1983, al igual que la nueva etapa democrática.

Construcción y estreno

“Lo armamos en 30 días. El techo se formaba con la carpa a partir de la colocación de los arcos, que eran cuatro. Estaba preparado par soportar vientos de hasta 250, 300 kilómetros por hora, y aguantaba hasta un metro de nieve. Era más barato traer esto que hacer un estadio”, cuenta García Abalo, que además ofició como gerente del Súper Domo hasta 1993, cuando pasó a trabajar para el municipio en la construcción del complejo deportivo para los Juegos Panamericanos de 1995.

Y continúa: “Primero se hicieron todas las bases, se rellenó la superficie, se alisó el piso con camiones y después se colocó la carpa, que estaba divida en tres. El problema fue que los tipos cuando me mandaron los planos y el detalle del armado desde Sarasota, Florida, me pidieron elementos que acá no existían, como dos grúas de 16 metros de altura. ¡Acá no había ninguna! Lo tuve que armar con una grúa que era de la Base de Submarinos. Uno de los americanos cuando vino y vio eso, le sacó fotos y se las llevó, porque no podía creer cómo habíamos hecho”.

Alejandro García Abalo conserva los planos originales del Súper Domo.

La inauguración de la colosal carpa se produjo el 18 de diciembre de 1983, con la presentación del circo Tihany. El show fue un éxito y se repitió durante toda la temporada ’84. “Me acuerdo de que ellos tenían la venta de golosinas y no vendían chicles ni pastillas porque decían que los chicos se la pasaban mascando toda la función y no compraban otra cosa”, describe, entre risas, García Abalo.

El verano siguiente fue el turno de Tropicana, la compañía cubana de espectáculos con fama internacional. A la vez, los lunes actuaban Piero; Facundo Cabral, producido por Lino Patalano; Víctor Heredia; Mercedes Sosa; León Gieco; Daniel Viglietti o José Larralde.

“Con Facundo Cabral íbamos a tomar café. Era muy macanudo. En mi casa estuvieron los de Tropicana, y uno de los Les Luthiers… Pero los artistas venían, actuaban y se iban. A lo sumo, ensayaban el día anterior, armaban todo y probaban sonido. Y yo estaba en la oficina, organizando al personal”, sostiene el arquitecto acerca del tipo de relación que lo unía a los protagonistas.

Y aclara que los dueños del Súper Domo no producían ningún espectáculo. “Nosotros éramos como el Luna Park, alquilábamos paredes. Mandarano hablaba con los productores, hacían los contratos y me llamaba para decirme: ‘Llegan a tal hora’. Recién ahí los atendía yo”, señala.

La firma propietaria del estadio se encargaba de hacer el bordereaux el mismo día del show o a veces hasta el anterior, y le pagaba a los productores (y estos luego a los artistas), a Sadaic o Adicapif -entre otros organismos recaudadores de impuestos- y a sus 20 acomodadores y boleteros. Según la cantidad de gente, eran cuatro o cinco los porteros, distribuidos en las cuatro entradas.

“La única vez que tuvimos problemas fue con Horacio Guaraní, porque el productor no le había pagado y entonces no quería salir a cantar. Al final hablé, le pagaron y salió media hora después”, rememora García Abalo.
Plateas generales y laterales, y populares sin numerar: cada ticket tenía el color de la butaca que se había adquirido. “Azul, verde y colorado, que era la mejor ubicación, la del medio, en la que entraban como mil y pico de personas”, especifica el entrevistado.

Las mejores anécdotas

Joan Manuel Serrat actuó en múltiples oportunidades en el Súper Domo, durante dos veranos diferentes: el de 1986 y el de 1988. El primero de estos debía presentarse en enero, pero contrajo un virus que le impedía cantar y los shows debieron ser pospuestos para febrero. Finalmente, realizó cada una de las tres funciones previstas y ganó el premio Estrella de Mar.

“Habíamos vendidos 9 mil entradas y tuvimos que devolverlas. A algunos les dimos entradas para febrero y a otros la plata. En shows como estos teníamos entradas sin cargo y la Municipalidad nos ‘mangaba’. Con Serrat querían ir todos y era más ‘mangazo’ que entradas vendidas casi… Teníamos un cupo (fila, fila y media) para entregar. Más o menos en la mitad del estadio”, resume García Abalo, y añade: “A veces había algunos a los que les dábamos una entrada y nos preguntaban: ‘¿No podrá ser en la primera fila?’. ‘Sí. Comprá la entrada y sacá la primera fila…’, les decíamos”.

Otra de las anécdotas que recuerda el arquitecto y gerente del Súper Domo fue protagonizada por Pipo Pescador, que una tarde de diciembre llenó el lugar con alumnos escolares. “Se armó un quilombo bárbaro porque hacía mucho calor en la carpa. Para el invierno teníamos calefacción, pero para el verano nada… Tuvimos que abrir todo y hasta salimos en los diarios”, explica.

En el estadio de Juan B. Justo y Edison se realizaban todo tipo de eventos: en este caso, un encuentro religioso.

En el estadio de Juan B. Justo y Edison se realizaban todo tipo de eventos: en este caso, un encuentro religioso.

Lo contrario ocurrió una noche en la que se presentaba el bailarín Julio Bocca, quien siempre, antes de cada show, daba la orden de que no entrara nadie una vez comenzada la función para así evitarse posibles distracciones. “Había gente que llegaba tarde y puteaba… Bueno, se le devolvía la plata. Pero un día fue al revés: era temprano, estaba lloviendo y hacía frío. El estaba haciendo el precalentamiento y entonces me acerqué a Lino Patalano, que era el productor, y le dije que la gente se estaba mojando afuera, en la fila. Habló con Julio y dejó que la gente entrara mientras él ensayaba… O sea, ensayó con la gente adentro. Lo digo para que se vea la calidad y la calidez de él como artista”, destaca García Abalo.

“Los rockeros”, los deportes y el circo

A la hora de hablar de “los rockeros”, el entrevistado no duda: “Vinieron todos: desde Soda Stereo a los Redonditos, Virus, Mateos… Tenían que empezar a las 9 y capaz largaban 10, 10 y pico. Un día vino Rata Blanca y los tuvimos que echar. Les cortamos la luz porque eran las 3 de la mañana y seguían tocando”, dice, todavía sorprendido.

Era común, a fines de los ’80 y principios de los ’90, que en espectáculos de este tipo hubiera incidentes. Por eso, García Abalo revela que, con la policía, habían ideado un sistema para evitar disturbios y hechos de gravedad. “La gente no podía entrar con pilas ni con cintos. Le hacíamos dejar todo en cajas. Las pilas para evitar que las tiraran, y los cintos por si se peleaban. Después era un lío para que se llevaran las cosas”, reconoce.

Soda Stereo tocó en el Súper Domo en muchas oportunidades durante la segunda mitad de los ´80.

Soda Stereo tocó en el Súper Domo en muchas oportunidades durante la segunda mitad de los ´80.

Por último, el gerente del Súper Domo recuerda, vagamente, un show en el que “un músico casi se electrocuta”. “Fue un recital de Fito Páez o de Spinetta, creo. No sabemos si pisó un cable o qué, pero algo le pegó una patada terrible y nos dimos un susto bárbaro”, señala.

Fito Páez en medio de la presentación de Circo Beat.

Fito Páez en medio de la presentación de Circo Beat.

Con el paso del tiempo, y luego de que Peñarol ascendiera a la Liga Nacional de Básquetbol, el estadio comenzó a ser utilizado para la práctica deportiva, con una capacidad de alrededor de 2.800 personas. Además del “Milrayitas”, que hizo de local, fue alentado por Diego Armando Maradona y hasta logró allí su primer título en la máxima categoría, hubo combates de boxeo, torneos de taekwondo y campeonatos de lucha.

‘Uby’ Sacco hizo una exhibición y también pelearon Juan Martín Coggi y Julio César Vásquez, por los títulos del mundo”, repasa García Abalo.

Los primeros clásicos entre Peñarol y Quilmes permanecen en la memoria de los "basquetboleros" de la ciudad.

Los primeros clásicos entre Peñarol y Quilmes permanecen en la memoria de los “basquetboleros” de la ciudad.

Sin embargo, ninguna de todas esas anécdotas supera, en la memoria del entrevistado, a varias de las ocurridas con los animales del circo Tihany. “Un día se escapó un mono y lo tuvimos que andar corriendo por arriba de los techos. Otro, un tigre se le tiró encima al domador, después saltó contra las rejas… ¡Y la gente entró a rajar corriendo!”, exclama.

Y agrega: “Para los circos teníamos la carpa principal y al lado poníamos otra carpa, donde estaban las jaulas de todos los animales. Ahí, además, a mi hijo lo mordió un pony en la pierna y tuvimos que llevarlo a que lo curen en el Hospital Materno“.

El ocaso

Con la construcción del Polideportivo, de la que también formó parte García Abalo, el destino del Súper Domo lamentablemente estaba escrito. En la segunda mitad de los ’90 dejó de ser utilizado y en octubre de 2002 se desmontó.

La legendaria carpa se desmontó en octubre de 2002.

La legendaria carpa se desmontó en octubre de 2002.

“El estadio funcionó con los mismos dueños hasta que se venció el contrato de alquiler del terreno, en el ´97 o el ´98. Yo iba pero no estaba más trabajando ahí porque me la pasaba todo el día en el Complejo de los Panamericanos. Después, el terreno lo compró el grupo Multicanal. No sé cómo arreglaron con Lavia, si compraron la carpa o no. Quedó ahí abandonada. Yo no tuve más contacto con los dueños originales”, concluye el arquitecto.

El ocaso había llegado para el Súper Domo, símbolo de una Mar del Plata que había sabido vivir tiempos dorados. Un pasado mejor.