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La Ciudad 21 de agosto de 2016

Raimundo Ongaro y la juventud setentista

El papel de Raimundo Ongaro, recientemente fallecido, en la formación de la conciencia revolucionaria de buena parte de la juventud universitaria setentista.

Por Dra. Mónica Bartolucci

Con el golpe del Gral. Onganía contra el gobierno democrático de Arturo Illia, la Confederación General de Trabajadores (CGT) dividió sus aguas con posturas estratégicas diferentes, resumidas en fórmulas como la “colaboración o participación”, asumida por Augusto Vandor, o el “diálogo sin compromisos”, defendido por José Alonso. Una tercera posición diametralmente opuesta y en clara oposición ideológica con el gobierno de facto estuvo a cargo de Raimundo Ongaro, recientemente fallecido, un personaje clave en la formación de la conciencia revolucionaria de buena parte de la juventud universitaria setentista.
Las políticas regresivas del gobierno como la creación de la Comisión Técnica Asesora de Política Salarial, la intervención a sindicatos, la des jerarquización del Ministerio de Trabajo, la restricción al derecho de huelga de la dictadura de 1966, promovieron la creación de una Comisión Delegada o Provisoria ?”las 20″? con el objetivo de asumir la conducción de la central obrera por ciento ochenta días, nunca reconocida por la Secretaría de Trabajo. De manera que durante el Onganiato, las tres posturas internas de la CGT, se enfrentaron en un Congreso cuya consecuencia fue la división sindical entre la CGT de los Argentinos liderada por Ongaro y la CGT Azopardo, a cargo de Vandor.
La representación simbólica de “burócratas y colaboracionistas” que se agitaba desde unos años atrás, quedó definitivamente cristalizada a partir de este momento. En el mensaje a los trabajadores y el pueblo del “Programa de 1º de mayo de 1968 de la CGT de los Argentinos” (CGTA), Raimundo Ongaro creó un lenguaje nuevo dentro de la lucha sindical mezcla de peronismo, cristianismo y marxismo. Las denuncias de entrega al capitalismo imperialista, el poder de los monopolios y las invocaciones a una sociedad más justa y cristiana modelará las acciones futuras de buena porción de jóvenes argentinos politizados y en vías de radicalización. Allí se manifestaba que “no ha existido en el país gente más corrompida como algunos dirigentes sindicales y aunque costaba creerlo era cierto que rivalizaban en el lujo insolente de sus automóviles y el tamaño de sus quintas de fin de semana, que apilaban fichas en los paños del casino que hacían cola en los hipódromos, que paseaban perros de raza en las exposiciones internacionales”. Desde ese mismo momento los nominó como “colaboracionistas y entregadores” con los cuales “no hay advenimiento posible”.
La división del sindicalismo representó un dato clave en el posicionamiento político dentro de un peronismo movilizado en sus estructuras desde principios de los sesenta por nuevas ideologías del peronismo revolucionario, de John William Cooke, o de orientación marxista y cristiana como la de Ongaro. Esa división llegó a las universidades argentinas delineando las tendencias. Julio Bárbaro, dirigente universitario presidente de la Liga Humanista, manifestaba en los reportajes a la prensa acerca del ánimo de “luchar junto a la clase obrera argentina, representada por la CGT de los Argentinos” y se animaba a reconsiderar la típica posición de vanguardia leninista de la izquierda tradicional para acentuar su posición peronista cuando afirmaba que no declamaba “acerca de la alianza con una clase obrera abstracta que los estudiantes tenían que dirigir y adoctrinar”. Para los dirigentes del Frente Estudiantil Nacionalista (FEN), recientemente formado al calor de la CGTA, el único saldo positivo del movimiento militar de junio de 1966 había sido “la posibilidad de que los partidos de clase media comenzaran a desprender tendencias que toman como punto de referencia al peronismo”. Roberto Grabois, alumno de Filosofía y Letras, completó diciendo que el estudiante como un nuevo actor político, comenzaban a ser permeables frente a una política nacional y que los prejuicios antiperonistas “están desapareciendo”. Ongaro, por su parte, aceptaba la alianza estudiantil de buen grado. Recientemente asumido como una alternativa al poder tildado de burocrático, a su vez, protegió a universitarios en su seno cristiano, socialista, revolucionario y los enalteció a través de los documentos y discursos. En el programa de acción que da en forma de mensaje al pueblo, les recuerda y los incita a la acción y apela a la conciencia de los estudiantes diciéndoles que “un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una gran concentración andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.

Década del 60′

Para finales de la década del sesenta surgieron dentro de las universidades argentinas un enjambre de agrupaciones universitarias, nucleadas en torno a la Federación Universitaria Argentina (FUA) que albergaba varias corrientes marxistas, las de la Corrientes Estudiantiles Nacionales, la Franja Morada, la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), la Liga Humanista de origen social cristiano, y el Frente Estudiantil Nacional (FEN). Una de las características destacadas de estas agrupaciones estudiantiles fue el paulatino reconocimiento del peronismo y el inicio del armado de grupos de superficie que representaban organizaciones de cuadros y revolucionarias.
El año 1968 fue un año que comenzó a plantear una radicalización mayor, una unión concreta entre estudiantes universitarios y actores sindicales o ex militares, viejos y nuevos peronistas solidarios en pos de un mismo objetivo. Si desde la izquierda se entusiasmaban con la idea de un acercamiento entre el peronismo y el socialismo con dirigentes como Raimundo Ongaro y Bernardo Alberte, con quienes entablaron lazos concretos, para finales de la década otra tradición peronista fue defendida desde la derecha. Así, organizaciones como el Comando de Organización (CdeO) y fundamentalmente con la CNU solidificaron vínculos con sindicalistas del peronismo ortodoxo como José Rucci y los miembros más ortodoxos, quienes también se movilizaron en contra de todo el que intentara modificar el rumbo tradicional del peronismo para hacerlo girar hacia un socialismo nacional. Era el inicio, en una escala mayor, de la lucha armada y de la consolidación de un conjunto de organizaciones político-militares que en muchos casos fueron atizados por abogados laboralistas de la CGTA. Los documentos surgidos de sus asambleas, les marcaban los pasos a seguir a la nueva y aguerrida militancia, cuando recomendaban que las direcciones indignas, los “burócratas”, debieran ser barridas desde las bases. Ongaro mismo aconsejaba que “en cada comisión interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo ni participacionismo”. La lucha estaba planteada entre derechas e izquierdas aún dentro del peronismo, y se dirimirá sin tapujos, poco tiempo después.