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Arte y Espectáculos 19 de agosto de 2016

A los 100 años falleció Horacio Salgán, una gloria del tango

El pianista, director de orquesta y compositor fue uno de los máximos exponentes del género local.

El pianista y compositor Horacio Salgán, una de las voces instrumentales más lúcidas que dio el tango y expresión de una estética musical compleja que reunió al mismo tiempo las posibilidades de una música porteña educada, refinada y a la vez atorrante, falleció hoy a los 100 años, informó la Academia Nacional del Tango, de la que era académico de honor.

Autor de composiciones emblemáticas como “Don Agustín Bardi” y “A fuego lento”, Salgán no fue ni el más popular, ni el más estridente ni, acaso, tampoco, el más “vivo” de un ambiente que lo cargaba por no participar de los hábitos nocturnos de sus colegas.

A pesar de eso fue el que entregó su vida al estudio y a la música. Y el que consolidó un estilo. Decía: “Nunca me propuse tener un estilo ni hacer una renovación de nada. Lo que salió, salió espontáneamente porque así lo sentía”.

Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán -y es obvio- no fue sólo tango. Irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico. Del mismo modo, el tango de Salgán lleva una dosis de negritud propia de las tradiciones musicales del continente. Fue director, pianista, compositor y arreglador. Sus “arreglos”, muchas veces, ya no son arreglos sino las versiones definitivas de esos tangos.

Su figura alcanzó tal dimensión que distintos homenajes se montaron luego de que cumpliera 100 años, el 16 de junio pasado, entre ellos el concierto que ofreció Barenboim en el Colón el 29 y 30 de junio pasado y también un ciclo titulado Celebración Salgán que se está desarrollando en estos momentos en el marco del Festival de Tango de la ciudad y en el que 18 pianistas de distintas extracciones como el jazz, el tango y el folclore releen e interpretan sus composiciones.

Horacio Adolfo Salgán nació en 1916 cerca del Mercado del Abasto. Su padre, músico intuitivo, tocaba el ṕiano y la guitarra y él comenzó a estudiar a los 6 años y a los 13 era el mejor alumno del Conservatorio Municipal, donde estudió, sobre todo, los músicos clásicos con carta de ciudadanía romántica.

De niño tocaba el piano como número vivo en las películas mudas y a los 18 se incorporó a Radio Belgrano. También fue parte de los elencos musicales de Excelsior, Prieto, El Mundo y Stentor.

Su ingreso a la primera liga del tango fue a los 20, a instancias del director Roberto Firpo, que lo sumó a su orquesta. Poco después se convirtió en arreglador de la orquesta de Miguel Caló. Su primer encargo fue para hacer una versión de “Los indios”, de Francisco Canaro.

En 1944 fundó su propia orquesta (cuatro bandoneones, cuatro violines, viola, cello, contrabajo y piano). “La idea de formarla de alguna manera está determinada por la composición. Empecé a componer porque quería hacer tango de una manera determinada. No con la idea de ser compositor, sino con la de tocar tangos como a mí me gustaba. Lo mismo sucedió con la orquesta. Como a mí me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto. Hay gente a la que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada”, explicó para el libro “Horacio Salgán: la supervivencia de un artista en el tiempo” (1992)”.

Por entonces Astor Piazzolla, que trabajaba con la orquesta de Aníbal Troilo, se escapaba en los intervalos para escuchar la orquesta de Salgán, que tocaba en otro bar cruzando la calle. Alguna vez le confesó que tras cada concierto, encandilado por las virtudes del pianista, se replanteaba su capacidad como orquestador.

La experiencia de la orquesta duró apenas tres años. El espíritu mercantil de la radio determinó su expulsión, en 1947. Su ambición musical no tenía lugar para un pulso mediático determinado por la repetición de lo ya probado. Su orquesta -afirmaba el director de Radio El Mundo- sonaba “rara” (disonante) y sus cantor, Edmundo Rivero, cantaba “mal” (sincopado).

Se recluyó en el estudio y la enseñanza. Reapareció en 1950, con otra formación, y en 1957 conoció al guitarrista Ubaldo de Lío. Con él conformó el Quinteto Real -emblemática formación del tango, que todavía persiste al mando de su hijo, César Salgán- con Enrique Mario Francini (violín), Rafael Ferro (contrabajo) y el bandoneonista Pedro Laurentz, otro de los padres del tango. Música para escuchar más que bailar, era el axioma del quinteto.

Tuvo más formaciones: sus trabajos con Dante Amicarelli y el Nuevo Quinteto Real, con De Lío, Leopoldo Federico (luego reemplazado por Néstor Marconi), Antonio Agri y Omar Murthag. En 1970 tocó en el Lincoln Center de Nueva York y en 1972 en el Teatro Colón. Su última actuación para el público masivo fue en 2010 para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810.

Escribió temas como “Don Agustín Bardi”, “Grillito”, “A fuego lento”, “Cortada de San Ignacio”, entre más; apuntaló a cantores como Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche; y realizó una tarea inmensa como “arreglador”, aunque rechazaba esa palabra, que sugería que había algo roto en las partituras originales.

“Yo nunca lo aclaré pero en la orquesta o en el dúo con De Lío todos los arreglos fueron míos. Escribí de la primera a la última nota desde aquella primera orquesta que fundé en 1944. Nunca se me ocurrió poner ese dato en ninguna grabación. No lo creí necesario. Pero ¿Qué resulta ahora? Que un grupo europeo graba un CD con mis arreglos para quinteto y figura como arreglador el pianista”, se asombró alguna vez.

Fue tildado de vanguardista, pero sin embargo también fue conservador, ya que contribuyó a consolidar las reglas de un lenguaje.

Preguntado sobre los impulsos del tango contemporáneo, incluso el llamado tango electrónico, contestaba con amabilidad y firmeza: “Lógicamente pienso que hay que empezar a tocar el tango como es y después hablar de las variantes. Antes de dar un salto mortal hay que aprender a caminar. Después, el tiempo dirá”.

Entre su legado dejó un libro, “Curso de Tango”, publicado por primera vez en 1991, y que es acaso el primer material de género escrito con una perspectiva técnica. No tiene un afán integral del lenguaje del tango sino más bien es un registro de su estilo, de las increíbles precisiones de su escritura.

Hace poco, en diálogo con Télam, repitió: “Mi máxima ambición, y lo fue desde niño y también lo es hasta hoy, es aprender a tocar el piano, lo mejor posible. Y así sigo: porque me retiré de las actividades públicas, no de la música”.