El drama del suicidio juvenil que provoca alarma en la ciudad
Mar del Plata es una ciudad con una altísima tasa de suicidios y en aunque no hay estadísticas precisas en los últimos tiempos ha preocupado a las autoridades la seguidilla de casos juveniles. Suicidas con edades entre los 15 y 24 años se reiteran todas las semanas. Un flagelo que debe analizarse en profundidad para poder desplegar políticas públicas preventivas.
Por Fernando del Rio
La nena, porque aún lo era, soportó todo lo que pudo de una vida que la injurió desde el principio. Tenía 15 años y había recibido más golpes que muchos adultos en cuatro veces ese tiempo. En la tarde del 23 de mayo esperó a que su abuela, a quien llamaba “mamá”, se fuera a hacer unos mandados y se colgó con un cable de un árbol del precario patio.
Allí -y así- murió María. No alcanzaron los esfuerzos de la abuela al regresar, ni los de su adorado primo. Cuando la pudieron bajar María ya había cumplido con aquello que se había propuesto. Tan solo 21 días habían pasado desde que uno de sus mejores amigos, Walter (16), decidiera quitarse la vida ahorcándose. Ella eligió el mismo método que, por otra parte, es el mismo método que eligen casi todos los adolescentes para suicidarse.
El caso de María es el que rompe la tendencia y se transforma en una singularidad y, por ello, la indagación periodística y su publicación autorizada por los familiares. Pero además, este episodio se enmarca en una serie de suicidios adolescentes que preocupa a las autoridades locales de Salud Mental (área municipal) y a los investigadores judiciales.
No existen estadísticas ni registros precisos sino aproximados, porque al tratarse el suicidio de un episodio que no deriva en la comisión de un delito -excepto cuando hay una instigación- no se judicializa. De cualquier forma, y utilizando fuentes extraoficiales, se puede alcanzar un número cercano al real de los suicidios de menores de edad.
Según las conclusiones de algunos estudios, “en los últimos años se ha observado un incremento de la tasa de suicidios en la etapa adolescente, comprendida entre los 13 y 24 años de edad, este incremento es coherente con el crecimiento del consumo de drogas y/o alcohol, así como también los trastornos antisociales, favoreciendo este tipo de conductas suicidas”.
En este 2016 LA CAPITAL pudo constatar al menos 7 suicidios de jóvenes menores de 19 años en Mar del Plata aunque se estima que el número exacto es más del doble. La singularidad que presenta este tipo de hechos (reserva de identidad, sentimiento de culpa familiar y desestimación judicial) oculta la verdadera estadística y a la que ni siquiera se tiene acceso desde el área de Salud Mental de la Municipalidad, para atacar algún tipo de política de socorro.
Pero además de los episodios consumados se producen con frecuencia intentos de suicidio, y salvo un hecho en el que hubo un arma de fuego de por medio siempre la metodología empleada fue la del ahorcamiento.
“Tal vez para un menor sea lo más sencillo de conseguir como herramienta de autoeliminación. Una soga, una sábana, un cable o una prenda de vestir son elementos que siempre están a mano”, explica un especialista forense.
María
Tal vez sea el caso episodio más complejo y preocupante, porque reúne una confluencia de factores que por sí solos ya operarían como disparadores en cualquier joven.
La historia de María es trágica. Hija de una mujer que la abandonó, fue a parar a manos de su padre, quien tampoco se hizo cargo de ella y se la entregó a sus propios padres. María creció con conflictos y al llegar a la preadolescencia se introdujo en la crueldad de sus entornos.
En 2015 murió su abuelo-padre. Luego fue su fiesta de 15, en la que su robusto cuerpo la diferenció de sus amigas. En las fotos se la veía feliz pero la angustia ya iba por dentro. Una vecina muerta en un accidente de tránsito se sumaría a su psiquis horadada. Bajo tratamiento psiquiátrico, María tomaba algunos medicamentos.
El verano se fue con la expectativa de empezar las clases y con la noticia de que su psiquiatra había fallecido por causas naturales. María, no obstante tanta muerte, siguió con su vida, con su afición al rap y su devoción por Fili Wey, un artista del conurbano que entre sus temas más conocidos tiene uno llamado “Pensamiento Suicida”. En un pasaje de la letra dice “pensamientos suicidas cosas que da la vida/amores y desamores son cosas que no se olvidan”.
María, que asistía con frecuencia a la Diagonal Pueyrredon a encontrarse con otros adolescentes seguidores de grupos de rap, había tenido diversos problemas con otras chicas, algunas de ellas de su misma escuela. Por eso cuando volvió a clases este año intentó no ser parte de ningún conflicto.
“La molestaban, la cargaban, había chicas a las que le gustaban otros grupos de rap y estaban así como enfrentadas”, dice su madre-abuela que cada dos o tres frases asegura que intentó cuidarla de todo. Ese cuidado muchas veces se transformaba en negativas ante los pedidos más sencillos y propios de la adolescencia. De un modo u otro, protegida o no, las cosas iban salir mal.
María fue acosada en la escuela 79 durante las primeras jornadas de clases hasta que un día le pegaron. Fue otra alumna de un año superior quien la atacó y la mandó a su casa lastimada. La indignación e impotencia resultó tal que María se quedó con la certeza de que no regresaría más a clases.
Las semanas siguientes fueron difíciles al punto de que María salió poco de su vivienda del barrio San Antonio y solo se reunió con un par de amigos. Algunos compañeros de la escuela la fueron a visitar. No hacía demasiado; su vida parecía detenida. Y en ese limbo, dicen en el barrio -estuvo incluido como dato central en las primeras averiguaciones policiales-, fue que jugó al juego de la copa, esa superchería que solo puede ser considerada real por los más vulnerables.
Cuando a principios de mayo su amigo Javier se quitó la vida, todas las acciones de María se orientaron hacia la muerte, incluida la compra de una baratija con forma de pulsera. Ese elemento, según lo que los familiares de María creen haber averiguado, formaba parte de un pacto con otras jóvenes. “Después te toca a vos” fue el inquietante mensaje que le dijo poco antes de morir María a una de sus amigas.
Javier
El problema aquel primer día de mayo fue la falta de 2.000 pesos. Javier, de 15 años, se indignó con los reproches y los retos porque los consideró injustos. Entonces se encerró en su habitación, allí en la casa de la calle Magallanes, y se ahorcó con una sábana.
Javier era uno de los amigos de María y quien le hizo el reclamo del dinero fue su padre adoptivo. Vivía con esa familia desde toda su vida -lo adoptaron al año- que le había dado la contención necesaria aunque, a la vista de los resultados, no suficiente. Porque según los especialistas, la adolescencia es un momento de reactualización de conflictos, definiciones relacionadas con la sexualidad, grupos de pertenencias, elecciones, desinvestidura de las imágenes parentales, reconstrucción de subjetividad, imagen de futuro ilusorio, etc.
De esta causa se derivan características tales como: sentimientos de aislamiento, ansiedad y confusión, unidas a una intensa exploración personal, que conduce paulatinamente a la definición del sí mismo y al logro de la identidad; también la inconsistencia en la actuación, pues unas veces luchan contra sus instintos, otras los aceptan; aman y aborrecen en la misma medida a sus padres; se rebelan y se someten; tratan de imitar y a la vez, quieren ser independientes.
En el caso de Javier, según la información volcada a la investigación luego desistida, se advertía un problema con el consumo de drogas. Cuando caía aquella tarde de mayo, Javier subió a su habitación del primer piso y seguramente ni se detuvo en el teclado que tenía sobre el escritorio. O tal vez sí. Tal vez alguna canción lo hizo ir hacia lo alguna vez imaginado. Quizá hayan sido los versos raperos. Nunca se sabrá más que lo que se descubriría después: que ató un extremo de la sábana al tirante del techo y el otro a su cuello.
A las pocas semanas, cuando se supo del suicidio de María y se la relacionó con Javier, no faltó quien volvió a hablar del juego de la copa.
Victoria
El 10 de febrero de 2015, en jurisdicción de la comisaría decimosegunda (barrio noroeste de la ciudad), una adolescente de nombre Victoria no resistió los que interpretó como embates hacia su persona, su identidad y sus capacidades. Por eso tomó una lapicera de tinta azul y escribió en una hoja “No soy perfecta. La paso mal y les hago mal a las personas que quiero. Perdónenme”. Luego fue y se colgó.
Desde la psicología se sostiene que es posible describir algunos factores de riesgo que pueden ser predictores de una ideación suicida: las conductas adictivas, drogas o alcohol, la influencia del medio ambiente, la vivencia de conductas violentas u hostiles dentro de la dinámica familiar, antecedentes familiares de suicidios.
Ante toda esta problemática se genera el interrogante de cómo se puede advertir el riesgo de suicidio adolescente, ante un sujeto que puede demostrarse atravesando una crisis, como no dar muestras de la misma. Siempre el principal método de prevención debe ser la observación, dado que de alguna manera los jóvenes piden “auxilio”, a través de cambios en sus habituales comportamientos, en su relación con la alimentación o trastornos en el sueño, manifestándolo pasivamente en escritos, cuentos o relatos, dado que siempre sostendrán la esperanza de ser salvados.
Dylan
A Dylan le gustaban los autos de carreras y el Indio Solari. Era un adolescente promedio, que no parecía tener problemas agudos ni crisis permanentes. El distanciamiento de su padre no aparentaba ser una complicación importante en su vida, ya que desde pequeño integraba una familia constituida, con madre y padrastro presentes.
Algo que solo su entorno debe conocer lo llevó a esperar el momento justo y dirigirse a un sector de la casa de calle Einstein. No cualquier sector, sino ese en el que el revólver calibre .357 era guardado por su padrastro. Entonces tomó el arma y se disparó en el pecho. Naturalmente, cuando lo descubrieron yaciente en el piso estaba sin vida.
La ambulancia número 22 del servicio de emergencias, a cargo del doctor Ferrero, constató el fallecimiento y la comisaría tercera elevó las actuaciones por presunto suicidio. Las averiguaciones posteriores descartaron la intervención de otras personas y el caso, uno más, se archivó en la fiscalía de turno.
Pablo
Tenía 17 años y ya su nombre y apellido estaba registrado en los archivos judiciales y policiales. Se le habían abierto causas por distintos delitos, ninguno de ellos de gravedad. Vivía en la zona de Gutenberg al 9500, cerca de la Cantera Rizzo, y es allí donde había forjado algunas amistades que lo mantuvieron en ese camino. Incluso más: lo hacían ser parte de algo que lo identificaba y que tenía en el consumo de drogas una actividad más.
En la tarde del 25 de abril la adicción y otras cuestiones no reveladas a personas de su círculo más próximo lo mortificaron de tal modo que decidió caminar hasta unos cañaverales de Güiraldes al 9700, solo unas cuadras. Lo hizo ayudado de sus muletas, las que lo habían acompañado en los últimos tiempos después de un accidente.
Con el rosario de cuentas y cruz de madera sobre su pecho, Pablo se sacó el cinturón de cuero y lo usó con letalidad. Fue el cómplice, junto a una rama, para su determinación final.
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En Mar del Plata, una ciudad por naturaleza “suicida” (se coloca en la vanguardia en cuanto a estadísticas relacionables de todo el país), la problemática es desoladora. También es impactante la cantidad de tentativas de suicidios que, en muchas ocasiones, terminan siendo el punto de partida para la consumación final tiempo después.
Y tal como se sostiene en el ámbito de la psicología forense, todo intento de suicidio va dirigido hacia un “otro”, pretendiendo manifestar y expresar una demanda de reconocimiento, de escucha, de afecto, pero primordialmente de amor. Abriendo las puertas de un llamado que pide a gritos una respuesta.