Una experiencia religiosa
Usain Bolt logró tres medallas de oro en Río 2016.
Por Vito Amalfitano
Desde Río de Janeiro
En la antepenúltima jornada de los Juegos Olímpicos los periodistas argentinos nos permitimos el primer recreo, las primeras caipirinhas en Río de Janeiro. El viernes fue un día de menos actividad con presencia y prioridad de nuestros atletas y entonces uno a uno nos fuimos convocando por la vía de la que ya no escapamos casi nadie, los “grupos de whasap”.
Pero, como para no perder la costumbre, también para la distensión tuvimos que viajar mucho, muchísimo. Porque a la mayoría se le ocurrió que nos debíamos encontrar en el “point”, el punto justo sí, una calle en Barra de Tijuca que, como la calificó el inefable Mariano Ryan, el periodista “olímpico” de Clarín, “esto es Alem de las mejores épocas, pero 20 veces más”. Y sí, tal cuál. El lo graficó así ante nuestra presencia marplatense. Pero no le erró en lo más mínimo. Era el lugar indicado. Al que el compañero Pablo Falcone no quiso ir en el Mundial, hace dos años, porque estaba “cansado”. Se lo perdió. Por fín pudimos conocerlo.
En este caso fue una noche inolvidable, de camaradería, entre más de 20 de los 70 periodistas argentinos acreditados de la prensa gráfica. Periodistas y fotógrafos de La Nación y Clarín, de La Voz del Interior de Córdoba, de Cadena 3 y de otros medios de la ciudad mediterránea, LA CAPITAL, LU6 y LU9 de Mar del Plata, La Licuadora de La Plata, Maxi Boso de prensa de la organización de los Juegos, etc.
No abandonamos igual el deporte. Antes de las varias vueltas de cervezas y caipirinhas,-las merecíamos después de tanto trabajo-, observamos entre una multitud en la calle (todos pubs, lugares de comida, bares, con mesas afuera y miles de personas paradas alrededor cubriendo toda la la calle) la categórica victoria de Brasil en vóleibol ante Rusia y, antes, el último acto de Usaint Bolt, la victoria de Jamaica sobre Estados Unidos en la posta 4×100. Esta vez lo vimos por tele, priorizamos este encuentro, una suerte de despedida de los Juegos entre periodistas.
Sin embargo, la jornada anterior sí habíamos corrido para Bolt. Casi tanto como él, dijo alguno. Desde la consagración del hóckey en la lejana Deodoro hasta el Engenhao. Una surrealista carrera de todos los colegas para llegar a ver la final de los 200 metros. Por un insólito error de organización, no había micros directos entre los dos escenarios. Y ahí fuimos decenas periodistas en un micro hacia atrás, hacia el centro de prensa de Barra, para luego todos correr a otro micro allí que nos llevara al estadio Olímpico. La mayoría, además, escribiendo en los dos buses, algunos incluso parados, sobre la consagración de Los Leones y las notas correspondientes.
Valió la pena. Lo de Bolt es una experiencia casi religiosa. Como con Phelps, primero el silencio penetrante en la largada y después el alarido impresionante de todo el estadio cuando Usaint los supera a todos como quiere.
Ver al hombre más rápido del mundo en el lugar y el momento no es cosa de todos los días. Hay que dejar todo, fotos, videos y solo sentarse a escuchar el silencio, ver la ráfaga y sentir el estallido. Después sí, a sacar las cámaras que tanto le gustan al propio Bolt para retratar el ritual que él mismo prepara. Se arrodilla, besa el piso, se enfunda en su bandera, abre los brazos en cruz. Lo hizo tres veces en Río, como tres veces en Londres y Beijing. Igual que Nurmi y Lewis. Cuatro doradas. Pero él nunca perdió. Invencible. Y cautivante a la vez. Se sabe que gana, pero la experiencia “religiosa” de ver correr al hombre más rápido del mundo es irresistible. Tanto como la de no irse de Río sin una noche de caipirinhas entre los amigos periodistas de los Juegos en “la Alem” de Barra de Tijuca.