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Río 2016 12 de agosto de 2016

La sensación de sumergirse en las profundas aguas de la historia

El privilegio de estar en el lugar en el que Michael Phelps agigantó su leyenda.

por Vito Amalfitano
Desde Río de Janeiro, Brasil

En sus últimas bocanadas de aire se nos detiene la respiración. Y en la largada, todo el oxígeno se expande y la atmósfera se llena de magia. El instante en el que uno sabe que está en un lugar y en un momento en el que se sumerge en la historia.
La concentración de Michael Phelps antes de la largada nos contagia a los espectadores al silencio. Aunque él, poco antes de pararse en el andarivel, está escuchando música en sus auriculares. Pero cuando parten, el Estadio Acuático Olímpico estalla y se parte en mil pedazos. Es una sensación que no pueden describir ni las emisiones en directo, ni las mil cámaras, ni nuestras propias palabras. Es el tiempo en el que la historia del deporte se detiene por un instante y después alcanza su éxtasis en un minuto, 54 segundos, 66/100. Lo que demora el Tiburón de Baltimore en pulverizar a sus rivales en la final de los 200 metros combinados para ganar su medalla dorada número 22, dejando como un simple partenaire a otro monstruo de la especialidad como su amigo y compañero de equipo Ryan Lochte.

Ese minuto, 54 segundos, 66/100 tiene una previa y un ritual muy especiales. Primero, el privilegio de conseguir el ticket. No hay para todos los periodistas acreditados. Después, la ansiedad por llegar temprano al Estadio Olímpico Acuático pese a que la competencia central está prevista para las 23.01 (¿para qué ese “01”, esa precisión “milimétrica”, si finalmente se largó a las 23.03?). Salgo corriendo del Centro de Prensa rumbo al bus que va al escenario y me detiene el colega y amigo de años Mariano Ryan, prestigioso periodista de Clarín (autor de una impecable guía de los Juegos, junto a Eduardo Moyano, que entregó a los periodistas acreditados el Comité Olímpico Argentino). “¿Vas para Phelps Vito?, ¿vamos?”. La necesidad de compartir, de ambos, de todos, un momento que sabemos que va a ser histórico. Llegamos a las 21.30, él tiene un lugar asignado, yo otro, con la posibilidad de elegir, al arribar temprano, en mi caso, de qué costado ubicarme. Elijo el flanco dónde va a largar y llegar la final de los 200 metros combinados. Estratégico. Unico. “¿Vamos al básquetbol después, nos cruzamos?”: la pregunta de Mariano, la respuesta afirmativa y el acuerdo para encontrarnos en un punto a los 10 minutos de terminada la competencia, es decir, supuestamente 23.11, para correr 100 metros o algo más, hacia el Carioca 1, el estadio dónde jugaban Argentina y Lituania.

Cumplimos y nos encontramos a la hora señalada, minuto más, minuto menos. La corrida y la ansiedad por acompañar una vez más a la Generación Dorada no nos permite asimilar del todo lo que acabábamos de ver. Igual, en el apuro, Mariano lanza un “¡estuvimos en la historia!”. No sólo por el resultado, por el momento, por la atmósfera que se detiene y se transforma mágica. También por la manera en que Phelps se va despidiendo de su propia leyenda. Por la forma en que arrasó, al sacar una distancia arrolladora en el crol, después de pasar adelante en el pecho, pero tras una mitad de prueba en la que estuvo en zona de medalla pero no a la cabeza.

Sin solución de continuidad, después de la corrida, de la conmovedora demostración del público argentino en el Carioca 1 en la derrota del básquetbol frente a Lituania, de sufrir con los bajos porcentajes del equipo de la Generación Dorada (mejor que sea ahora y no en los cruces eliminatorios) y en la espera del micro para volver a casa, ya cerca de la una de la madrugada, el colega Ariel Senosian, de TyC Sports y Radio Continental, quien había estado también en los dos acontecimientos, nos comentó: “yo no puedo creer que algunos colegas me digan que lo de Phelps era para seguirlo por la tele, que era mejor que ahí dónde estuvimos… No se dieron cuenta lo que se respiraba, lo que se sentía, que estábamos formando parte de la historia…”. La palabra historia, con sabor a lugar común en otros casos, se hace inevitable para todos.

Son tantos los dioses del agua en la mitología griega que la noche del jueves lo entroniza a Michael Phelps ya directamente como único “Dios del agua”. Estuvimos en ese momento, en ese lugar, respiramos ese aire, lo contuvimos en la largada, explotamos en los 50 libres del final, casi que nos sentimos dentro de las profundas aguas del máximo “Dios”. No lo olvidaremos jamás.



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