Palabras que sean actos
Por Ariel Martínez Bordaisco*
La figura de Raúl Alfonsín, que nos devolvía la democracia hace 37 años, no sólo es la de un dirigente importante, tampoco solamente la de un estadista, de los que hay pocos en el mundo. No es solamente un líder, una referencia histórica. Alfonsín es un símbolo: es el horizonte aspiracional de un país que vuelva sostener los valores de la libertad, de la república, de la honestidad, del diálogo para la pacificación.
El hombre, el presidente, el político, es un signo de lo que fuimos, y también de lo que no siempre podemos sostener. Él fue un faro en la cultura política nacional, porque para salir de una etapa brutal como fue la última dictadura no sólo alcanzó una elección: tuvo que haber una visión, la claridad de quien condujo el proceso y encontró la llave para que la democracia se quede para siempre en la Argentina.
Por eso Alfonsín es, también, la llave al futuro. En una instancia inédita de nuestro país, la concepción de la política que legó Alfonsín es el porvenir de la iniciativa política para el siglo XXI, la que pueda solucionar los problemas presentes y futuros de la democracia. Una política que crea en el diálogo como herramienta de construcción, con liderazgos que comprendan el poder como mecanismo de transformación. Ese fue el tiempo de Alfonsín y es la promesa de futuro en la que creemos y por la que trabajamos hoy en el radicalismo.
Ese tiempo que Alfonsín le propuso a la Argentina tuvo, como suele suceder, otros hombres y mujeres que tuvieron la convicción de ayudar a construirlo. Gral. Pueyrredon tuvo a uno de esos hombres, cuya honestidad y valores son equiparables a los de su referente político: Ángel Roig triunfó por amplia mayoría, iniciando un gobierno de ejemplaridad personal y política.
A 37 años de aquello (se cumplen este viernes) la democracia vive otra de sus bisagras, porque nos pone en la extrema necesidad de reconciliar a la política para lograr los consensos que hacen falta y así poder hacer cambios estructurales necesarios y urgentes. Y la figura de Alfonsín se agiganta, porque nadie como él entendió que la democracia se arregla y se fortalece con más democracia, y de ninguna otra forma.
Días atrás, en una histórica sesión del Senado en Uruguay, Julio María Sanguinetti, primer presidente de la restauración democrática uruguaya; y Pepe Mujica, presidente por el Frente Amplio, y en las antípodas de su contrincante de toda la vida, se despidieron juntos de sus bancas. Otro cambio que aceleró el coronavirus. En los discursos de despedida, ambos presidentes hablaron de la concordia, de que es el tiempo de los consensos, de la unidad.
“Palabras que son actos”, es la frase final del poema de Octavio Paz que eligió Sanguinetti para cerrar su despedida y representa de manera profunda el imperativo que hoy tenemos en la clase política argentina: convertir al símbolo de Alfonsín en una hoja de ruta: poner en los hechos el valor de su palabra y transformar el futuro a partir de ese horizonte que él trazó es el mensaje más importante que debemos dar hoy, en gratitud eterna por aquellas palabras que nos sacaron de la oscuridad.
*Presidente de la Unión Cívica Radical
Mar del Plata – Batán