Foto ilustrativa.
Por MiTre
Balcón mirando al oeste. Sol desde las 13 y hasta más de las 18, en esta época. Por lo menos los días que hay sol. El resto de las jornadas (sin sol) como el balcón siempre está ubicado igual, el sexagenario transita su encierro con alguna actividad relativa a ese sector. Por ejemplo, hubo días en los que se puso a lijar madera, y luego pintó, otros compró plantines y macetitas y armó un pequeño jardincito. Así fue. Claro está que los mejores momentos son los que disfruta al sol.
Ahí el sexagenario da rienda suelta al ocio y solo pasa el rato. Cargando vitamina D mientras deja pasar el tiempo acariciado por los rayos de febo. Desde lo alto del balcón observa los movimientos de la calle, el andar de los vecinos, de los pibes del barrio, los perros y algún que otro vendedor ambulante.
En estos casi siete meses de encierro, se sentó muchas veces en el balcón y aprendió el movimiento de la cuadra casi a la perfección. Lo suyo ya raya con el “chusma” del sector.
Pero la cuestión principal es disfrutar un rato sin hacer nada. Ni siquiera leer aunque eso sea un vicio para el mayor de sesenta encerrado.
Así aprendió que desde el balcón se abre un panorama grande. La altura permite recorrer con la vista un gran sector de la ciudad. Y observar. Hasta se ve la antena de este diario. Todo por la tarde y al sol.
Por la mañana y a la sombra, pueden aparecer unos mates, la radio encendida y alguna tostada.
Por estos días sexagena prepararando el atardecer, porque como cuando esto empezó (el encierro al final del verano) vuelven las tardecitas templadas y el balcón cobra otro valor mientras el gobierno decide en que fase estamos.
Así las cosas el sexagenario encerrado espera mientras va recordando como era antes de la pandemia y las pocas veces que recurrió al balcón para pasar un rato. Siempre anduvo por otras partes de la casa. Pero esa descripción será tema de otra entrega.