Todo listo, dicen. Pero faltan latas de arvejas, papel higiénico y pilas para la linterna. Y es que ahora alcanza con que toquen cuatro cabezas y arranquen el auto. Después es inercia. Manejar y hablar todo el camino, meter mate para el sueño, baño para el mate, música para el baño y aguantar la respiración para volver a subir con caramelos del mercadito de la estación. El contador en cero, otra vez. Ahora ella maneja y él habla. El resto come caramelos. Pero se canta y se come y vuelve el olor a baño y una cara colorada. Bajan las ventanas a 130 km/h y se vuela el paquete de pañuelos atrás de la linterna sin pilas y ahora sí encontraron las arvejas y festejan la cena. Van a 140 km/h y el auto flota. Suben la radio y cantan. Los ojos pesan y empieza el mate y las galletas cuadradas y una lavada de cara cuando todos cambian de lugar. Ahora maneja él y nadie está contento porque es chico y gasta mucha atención a cosas que no lo valen, como al tablero del aire acondicionado o los insultos a su hermana menor, y viene una curva y luego otra y las agarra al revés y papá, que se acabó la lata de arvejas le grita y escupe todo y a la más pequeña le enseñaron que escupir así es de mala educación y se pelea con la otra, que ya pasó por eso y ahora es rebelde. Pero el más viejo de todos pauta una moción de orden y hace frenar el auto y baja a todos. Son las 3 de la mañana y están en ronda por la banquina escuchando cómo se van a ir al infiero si todo sigue así, y alguien de un auto le grita algo y ven que pega la vuelta y se suben todos y arrancan. Pero ahora están callados y a veces hablan de cómo le gustaría a mamá estar en ese viaje. Pero no, porque mamá ya estuvo en un viaje y nunca volvió. Y las risas se disipan porque volvió el hambre y no hay luz porque alguien la rompió de un golpe cuando casi se matan en la segunda curva que agarraron al revés. Y solo ella se tomó las cosas en serio, porque una vez jugó ese juego y no le gustó y nadie entiende que le tiene terror a la ruta. Pero mejor no decir nada, porque si ella no se pone firme la menor empieza a llorar y el mayor habla de la muerte y todavía falta un largo camino por recorrer antes del último viaje. Aunque nadie sabe nada de la enfermedad terminal del papá que hace catarsis y se desata cuando agarra el volante a 150 km/h y revienta el guardarraíl para retroceder como 20 km, allá abajo.