Por Paola Galano
A veces simbólico, a veces real, el viaje de una mujer hacia sus profundidades es el disparador para que Marta Magdalena Ferreyra trame un universo de naturaleza, detalles poderosos, palabras, silencios y misterios. Esa es la apuesta que hace en “La caligrafía del silencio” (Eudem), su nuevo libro, en el que combina textos en prosa con poesías y fotografías.
“La caligrafía del silencio” puede descargarse gratuitamente, ya que forma parte del extenso catálogo virtual que este sello, que depende de la Universidad Nacional de Mar del Plata, puso a consideración de lectores y lectoras. Se lo encuentra en el siguiente sitio: https://issuu.com/eudem/docs/la_caligrafia_del_silencio
Entrevistada por LA CAPITAL, la poeta que es docente de Letras y da clases en la Facultad de Humanidades, habló sobre su escritura, que se funde con lo metafísico y que busca interpelar a quienes la leen, se refirió al misterio, clima que rodea a sus textos, y contó qué vínculo guardan, según su visión, silencio, palabra y naturaleza.
“Crecí en contacto con la naturaleza, sembrando, cosechando en la quinta, con mi papá. Mis abuelas tenían ‘mano verde’ y yo heredé esa pasión por las plantas”, dijo en relación al mundo de lo natural que funda su poesía, un estilo que también trabajó en sus dos libros anteriores: “Labios de retama” y “Pasajera en la tormenta”.
“Desde muy pequeña vivía trepada a los árboles y a los caballos, cosa que seguiría haciendo, pero dado el paso del tiempo, me cuido más. Y vivimos en las afueras de la ciudad, con caballos, gatos y perros… Y todos ellos fecundan mis palabras, las pueblan. Es una relación de amor”, explicó.
A favor de tejer una poesía que interpele, para evitar “un soliloquio”, Ferreyra contó que busca “que el lector transite” con ella “los senderos de la caligrafía, los espacios del silencio, los acantilados nocturnos en medio del insomnio y descubra esos tesoros esparcidos en la arena después de los naufragios”.
– ¿Cómo nació este libro?
– El libro nace como una necesidad de darle cuerpo a un conjunto de textos que exploran las relaciones entre los mundos subterráneos y los universos tangibles; un movimiento constante entre la identidad que se derrama en la palabra y la naturaleza que sustenta y otorga sentidos. Cuando camino voy hilvanando significaciones, ovillando retazos de memoria y es así como descubro relaciones que despiertan mi asombro. De ese modo nació el libro… en una caminata con una amiga, en las calles o la orilla del mar.
– Liliana Swiderski en el prólogo de tu libro habla de que realizás “una poética de la huella”, ¿coincidís, te interesan los vestigios de las cosas, de los recuerdos?
– Sí, coincido. La escritura recobra las huellas y reliquias de la memoria y con esos materiales siembra la morada de sus significados. Mis textos se aventuran en los laberintos del olvido y acechan las imágenes del recuerdo como vestigios de la identidad, como pisadas en la noche que conducen hacia la profundidad del mar o la savia de los bosques.
– ¿Quién es la protagonista: la mujer, la naturaleza, o la mujer en la naturaleza?
– La mujer se fue convirtiendo en la protagonista. Una mujer que es la mujer y que es todas o cualquiera, también yo, mi madre, las abuelas, mis amigas… Descubrir los senderos de la libertad me lleva a deshacer fronteras y límites e incursionar en una aventura cada vez que escribo. Así penetra la naturaleza y es un regocijo, pero también un desafío: naufragios de alta mar, huellas en el bosque, aguaceros, sequía, el pétalo en el viento, el silencio.
– Hay un pasaje de la mujer a la niña, al revés de las leyes de la vida, ¿por qué considerás interesante volver a la niña?
– Es retornar a la inocencia. Es recuperar los sueños extraviados en la tarea de volverse adulto. La niña guarda las claves de la mujer: la intención de libertad, la honestidad, el ímpetu… Madurar para comprender a la niña que refresca los trazos de la vida. Por eso la mujer también redescubre a su niña, dialoga con ella. Es un reencuentro.
– Escribís “la vida parece estar tejida con palabras” y “algo de lo que se dice es silencio”. Hacés un juego entre lo que se dice y lo que no se dice. ¿Cómo entendés las palabras y cómo el silencio?
– El silencio tiene muchas significaciones. Es lo que no decís con palabras, pero truena en tus gestos o en tus actos. Es el momento de la creación, ése instante del diálogo puertas adentro del cuerpo y del alma. El silencio es el lenguaje sagrado de la naturaleza; si bien ese silencio está forestado de trinos, viento, lluvia, son sonidos que te serenan y te invitan a relacionarte con el aire y la tierra. El silencio te transporta a tu origen; porque ése silencio es un silencio de fecundidad. Hay otros silencios que son censuras autoimpuestas o prohibiciones sociales; a esos silencios la poesía los desafía siempre. Existe una relación dinámica y de fertilidad entre palabra y silencio; la palabra recupera sus sentidos en su vínculo con el silencio, se diría que es una suerte de dialéctica… Y la palabra como caligrafía, como artesanía escrita de puño y letra, que se detiene sobre el papel y espera y borra y vuelve a escribir lo que le dice el silencio.
– ¿El misterio atraviesa todo el libro?
– Me fascina esa idea. Sí, siento que sí. ¿A dónde se llega? ¿Qué escribe esa caligrafía del silencio? ¿Cómo se dice lo que no se dice? ¿Se encuentra la mujer con la que fue, con la que no pudo ser? ¿Quién es la del espejo?
– ¿Considerás que la tuya es una poesía metafísica?
– Sí, posiblemente… No soy de rotular porque creo que ciertas denominaciones funcionan como limitadoras. Es una poesía cuyo norte es la libertad. Aprendí con poetas como Lorca, Calveyra, Pizarnik, que cuando se logra pensar desde la libertad la escritura fluye en varias direcciones al mismo tiempo. De ese modo, se crean múltiples relaciones: con tu propio ser, con los demás, con la Naturaleza… Aprendí que la poesía es honesta cuando crea desde su libertad, sin prejuicios ni ataduras teóricas; cuando descubre su propio camino entre riscos y abismos, entre tormentas y abrazos.
– ¿Por qué elegiste combinar prosa con poesía?
– Porque siento que la prosa me permite expandir más el espacio de las imágenes e incursionar en el relato. Escribo poesía muy sintética, porque me encanta el impacto de lo breve; por eso la prosa me ofrece la posibilidad de desarrollar y ampliar los senderos de la palabra. Cuando organizaba los poemas para el libro, una amiga me sugirió agregar las prosas; entonces, vi que existía una relación entre ellos y trabajé en esas conexiones. Ahora me da esa sensación de un libro que respira, que late; diferentes ritmos, pero el mismo aire, la misma sangre.