Hebe Pastor de Bonafini ya inscribió su nombre en la historia argentina y mundial como una de las inconfundibles madres de los pañuelos blancos que durante años y años clamaron por la aparición con vida de sus hijos desaparecidos, en definitiva asesinados por la dictadura militar que usurpó el poder en la Argentina entre 1976 y 1983.
Sin embargo, las manchas en ese rico aunque indeseado curriculum aparecieron cuando la rodearon personajes que no trepidaron en enlodar sin escrúpulos esa historia, lo que la llevó a los tribunales pero del lado de los acusados, cuando ella siempre había estado apoyada en el mostrador de los acusadores.
Hubo un punto en su vida en el que Hebe, como la llama casi todo el mundo político y de los derechos humanos, comenzó a confundir algunos límites. Un ejemplo: en su reciente alegato político entregado al juez Martínez De Giorgi en la causa “Sueños Compartidos”, que no fue un descargo judicial, mezcló la justicia de los regímenes de facto con la de la democracia.
Así, en ese marco Bonafini se pone por sobre el resto de la ciudadanía y considera que no tiene que rendirle cuentas a nadie.
Su dolor, nadie lo discute, puede ser infinito, pero no es mayor al de muchas otras personas que están en su misma condición. Ni al de muchísimos otros compatriotas con otros sufrimientos irreparables.
Y ello, también es verdad, no la exime de tener que dar explicaciones sobre cuestiones que no tienen nada que ver con las terribles experiencias que tuvo que vivir en el pasado. Más cuando se trata de cosas tan terrenales como un supuesto fraude de millones de pesos pertenecientes a la gente.
Además, debe entender que en este caso está solamente en el territorio de la sospecha y que la indagatoria es un acto de defensa. Hasta trascendió que le habrían aconsejado que morigere su postura y se allane a ir al tribunal para no empeorar las cosas.
Claro, también están los mezquinos de turno que, como se ha visto en los actos de las últimas horas, se cuelgan de sus polleras para sacar rédito político.
Como Bonafini, de “motu proprio” y envalentonada por esos personajes oportunistas, sigue con su rebeldía, el magistrado dispuso entonces ordenar su detención y llevarla por la fuerza a su juzgado, como ocurriría con cualquier otro mortal.
Pero sucede que la policía “no pudo” detenerla en ninguna ocasión en la que la tuvo al alcance de la mano. Ni cuando Bonafini estuvo en la sede de las Madres (antes y después de la tradicional ronda de los jueves en la Plaza de Mayo) ni en el propio histórico paseo, frente a la Casa Rosada.
Dejaron trascender que se iba a esperar el “momento oportuno” para efectuar el arresto para no generar escándalos ni incidentes. También se habló de un plazo nebuloso de tres días hábiles para la efectivización.
No es la primera vez que se argumenta demasiado y se dan rodeos en torno a la detención de una persona. País generoso, donde se da hasta el absurdo de prófugos que se entregan en un estudio de televisión. Y a la vez un ladrón de gallinas va a parar a la cárcel más rápido que un narcotraficante.
Claro que el caso de Bonafini es bien distinto. Inspira miedo. El miedo político. Que es el peor.
DyN.
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