Jimena Busefi y su poesía: “Los sentimientos son ‘la posta’, lo demás es puro cuento”
"¿Quién dijo que una mujer independiente no quiere construir un vínculo sólido y soñarlo eterno?", se pregunta la autora del notable poemario "Los viajes que no hice".
Por Paola Galano
Las flores, las calles de Buenos Aires, la música de Pink Floyd o Bee Gees, los cafecitos y bares porteños son el telón de fondo de “Los viajes que no hice” (Halley), un libro en el que la poeta Jimena Busefi continúa con la voz poética que ensayó en su primer poemario, “Filósofa con brushing” (Peces de ciudad).
El abandono, el amor y el desamor, las lecturas, lo que no ocurrió y la melancolía flotan, como atmósferas a veces, como temas otros, en este nuevo libro de Busefi, quien es docente de Lengua y Literatura en escuelas medias y se declara amante de las antigüedades, de “la buena mesa” y sueña con viajar por el mundo.
Entrevistada por LA CAPITAL, la escritora afirmó que en su nuevo libro trabajó la idea del viaje como si fuera una metáfora: “Hay viajes metafóricos, sí: el amor, la maternidad, la muerte”.
En el bello poema “Ucronía”, escribió, por ejemplo: “A veces salgo a pasar/ con la hija que no tuve,/ le pongo mis collares,/ mis pulseras, mis zapatos,/ le compro lucecitas en un cotillón/” y remata, ya casi al final: “A veces ella cura/ mi eterno mal de amores/ invocando la luz de las mujeres/ que nos precedieron con una voz azul/ ancestral y poderosa/”.
También los viajes reales, hechos o deseados, son parte del poemario: “Con esto no me refiero a grandes travesías. A veces creo que un viaje en auto, de noche, escuchando música en la ruta, yendo a conocer un pueblo de la provincia de Buenos Aires, es uno de los viajes más lindos que puede haber”, comentó.
La suya es una poesía femenina y cercana, que incluye a los lectores y a las lectoras para entablar puentes de abordaje de los textos, que suelen estar “vestidos” por el gusto de la autora de pasear y deambular por una ciudad que a veces parece redescubrir con cada mirada.
“Ahora,/ en este lugar, en este abismo,/ soy, nada más, una mujer asombrada/ que mira la ciudad y sus escombros,/ desde la nebulosa de sus ojos miopes/, tal como escribió en “Concierto de campanas”.
Imágenes fuertes vinculadas con las pérdidas (“Perdí tanto en el camino/ que no debería dolerme así/ haber perdido la certeza/ que me daban tus abrazos”) se tejen con otras que profundizan en el abandono y en el amor esquivo, pero siempre con la sencillez de una poesía que se sabe amiga incluso de quienes no son asiduos visitantes del género.
-¿Cómo nacieron los poemas de Los viajes que no hice?
-La verdad es que, algunos, nacieron en un momento de mucha alegría. Venía de un año glorioso. La poesía me estaba dando momentos muy lindos y reconocimiento. Mi primer libro de poemas, “Filósofa con brushing”, circulaba bastante, recibía premios, me invitaban a lecturas, ferias, radios, etc. Algo muy nuevo para mí. Yo me acababa de mudar, empezaba una nueva vida, renacía: el año anterior había sido muy duro y, de repente, todo estaba bien. Quise seguir ese impulso, darle, de algún modo, una continuidad a la voz poética de Filósofa y a la luz de su estrella. Empecé a tener encuentros virtuales con Mariana Kruk, mi editora. Eran intercambios semanales en los que a veces escribía por consigna, algo que yo nunca había hecho. Por ejemplo, el poema “La que fuma en la oscuridad” nace como respuesta a su consigna: “¿Quién sos? Describite en un poema”. También, por esa época, me pasó de sentarme en un bar, nada más a esperar que llueva y ver pasar la vida; así surge ese poema del Británico, que es parte de “Geosmina”, donde lo único que importaba era el relámpago que acababa de ver y el whisky que no me animaba a tomar. Otros surgieron en un verano un poco triste; me acuerdo de estar sola, en una esquina, mirar el celular y empezar a releer mensajes de personas a las que quiero y estaban de vacaciones. Esa sensación de soledad y opresión del verano porteño disparó una añoranza profunda y escribí una serie de poemas muy breves, uno de los cuales dice: “bajo el sol / agobiante de enero / en una esquina vacía/ mi domingo solitario/ relee los mensajes / que nos mandabamos”.
-¿Cuánto de contenido fantástico tiene este libro? En concreto por estas frases te lo pregunto: “Me acuerdo de una calle de Italia en la que nunca estuve, una calle empinada y un balcón, creo que en Positano (…) Y me acuerdo de la noche en que empecé a escribir estos poemas, sin saber que me llevaban a lugares en los que no estuve (o que perdí)”.
-Tanto como la escritura permite. O sea mucho. Una fusión de ejes reales y fantásticos que el lenguaje poético habilita porque la metáfora está incluida en su entramado. Pero respondiendo puntualmente a tu pregunta, Positano es un lugar que siempre me pareció soñado y en el que sólo estuve a través de los relatos de una mujer divina, a la que ayudé a escribir un libro. La descripción que ella hacía de sus viajes fue, para mí, un paseo por el mundo. Ella es la mujer de ese balcón. Y también soy yo que, a través de su voz, llegué a ese mar y a esos acantilados.
-Hablás del viaje como una metáfora de todo aquello que finalmente no pudo concretarse. ¿Coincidís?
-En parte. Hay viajes metafóricos, sí: el amor, la maternidad, la muerte. Y otros reales que hice o quisiera hacer. Y con esto no me refiero a grandes travesías. A veces creo que un viaje en auto, de noche, escuchando música en la ruta, yendo a conocer un pueblo de la provincia de Buenos Aires, es uno de los viajes más lindos que puede haber.
-Detrás de todos tus textos late el amor y su contracara, el desamor, ¿por qué?
-Supongo que el amor es la fuerza más poderosa, la búsqueda incansable que siempre reiniciamos aunque su contratara, el desamor, nos arroje a la decepción y el abatimiento. Hace poco releí “El banquete”, de Platón. ¿Cuántos miles de años pasaron desde que se escribió? ¿Cuántos desde que se narró, por primera vez, el mito del nacimiento de Eros? Y todavía hoy seguimos anhelando develar la naturaleza de ese enigma que es el amor. Creo que los sentimientos son “la posta”. Lo demás es puro cuento.
-El personaje femenino que creás para tus poesías es una mujer solitaria que se define como la dueña de un “destino de eterna novia abandonada”. ¿Te interesa el tema del abandono para indagar desde la poesía?
-El tema del abandono no me interesa, me duele. Y a veces con el dolor no nos queda otra que transformarlo. Igual hay mucho de giro poético en ese verso de la novia abandonada; me pareció una imagen fuerte en un contexto, casi cotidiano, ver una telaraña en un rincón. Y alude también al mito porque en ese verso hay una diosa que teje y desteje: Penélope, Aracne, las Moiras que tejian el destino… mirá todo lo que me disparó no haber pasado el plumero un día! Esa es una de las maravillas de la poesía, que se aparezca en lugares impensados y en medio de tu rutina.
-Contame sobre el contrapunto entre la mujer independiente y libre que narra sus andanzas por una Buenos Aires tranquila y bohemia y esa otra mujer que necesita del amor viril para completarse.
–Una complementa a la otra, conviven, son parte de una misma mujer que adora su libertad y puede ir por la vida con un aire de emancipación y bohemia, pero también anhelar el encuentro con el amor verdadero. No para “completarse” (eso suena a falta) si no para compartir la riqueza de su espíritu. ¿Quién dijo que una mujer independiente, palabra que mucho no me convence porque siempre dependemos de algo, no quiere construir un vínculo sólido y soñarlo eterno? Yo adoro la soledad, es mi ámbito sagrado. Pero no soporto la superación de los supuestamente “independientes” que enarbolan la bandera de lo efímero, lo light, la cultura del “solta”, el amor líquido y todas esas liviandades en envase plástico. Sabemos que el amor, igual que la sexualidad y la idea de la muerte, nos atraviesa. Ante él quedamos indefensos, es “un rayo que parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, como escribió Cortázar. Qué ridículo sería decir “no necesito el afecto de nadie, soy una persona independiente”. A veces necesitamos del otro, llámese pareja, amistad, familia o mascota.
-¿Por qué las flores son el decorado, el telón de fondo de tus textos, casi como la escenografía?
-Porque son parte de mi escenografía. En mi casa, casi siempre hay flores y música. A la mañana riego las plantas escuchando a Carpenters o a The Beatles. Los jazmines del país, la lavanda y la ruda crecen en mi balcón y conforman este microcosmos que es mi pequeño refugio.
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