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El País 18 de julio de 2020

La increíble historia de los escombros de la AMIA: terror, una comunidad de cartoneros gays y arte

Fotos: NA | Marcelo Brodsky.

por Pablo Tallón

El edificio de la AMIA, de estilo art decó, con ocho plantas (un subsuelo, planta baja y seis pisos) y de 49 años de antigüedad, se derrumbó en pocos segundos el lunes 18 de julio de 1994, a las 9:53, ante el poder explosivo de los aproximadamente 300 kilos de amonal utilizados por los terroristas.

La zona aledaña a Pasteur 633, en el barrio porteño de Balvanera, quedó plagada, no sólo de consternación y terror por las 85 muertes y los centenares de heridos, sino de escombros de lo que había sido la monumental sede de la entidad judía inaugurada en 1945.

Cemento, ladrillos, parquet, hierros, mármol e incluso restos humanos quedaron desparramados por calles y veredas.

Con el correr de las semanas y con el aval judicial para adentrarse en la escena del peor atentado terrorista que sufrió la Argentina, unos 300 camiones se encargaron de remover todo lo que había quedado después de la explosión: el resultado físico del terror en aquel edificio fue arrojado en la Costanera, para ganarle terreno al Río de la Plata detrás de la Ciudad Universitaria de la UBA.

En un primer momento, era frecuente ver rabinos buscando partes de los cuerpos de las víctimas del atentado: según la costumbre judía, hasta que no se produce el funeral es deshonroso que se vea el cuerpo de un fallecido, así como tampoco se lo debe dejar solo y se debe realizar el entierro lo antes posible.

Además, también se podían observar a miembros de la AMIA rastreando la zona para tratar de encontrar objetos que pudieran ser rescatados y conservados en la institución.

Ese relleno pronto se transformó en una suerte de terreno baldío, un cañaveral frecuentado por los pobladores de “Villa Gay”, “La Aldea” o “Villa Rosa”, distintos nombres del asentamiento creado en 1989 por cartoneros gays en lo que actualmente es el predio de la Reserva Ecológica Costanera Norte.

“Esto es ganado al río ilegalmente, por lo de la AMIA. Si vos hubieras visto las cosas que hay acá debajo, te querés matar: sacaban los huesos, sacaban los cráneos de los escombros de la AMIA y la Embajada (de Israel)”, relató uno de los vecinos del asentamiento a la doctora en Antropología Social e investigadora del CONICET María Carman, quien estudió el caso de Villa Gay en su libro “Las trampas de la naturaleza. Medio ambiente y segregación en Buenos Aires”.

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Años más tarde, organizaciones de derechos humanos impulsaron la creación de un Parque de la Memoria en la Ciudad de Buenos Aires, que fue aprobado por la Legislatura porteña en 1998: fue el primer espacio público creado luego de que el distrito obtuviera su autonomía, en 1996.

Uno de los miembros de aquel colectivo era el fotógrafo y artista Marcelo Brodsky, quien empezó a recorrer aquel relleno sobre el Río de la Plata después de que el entonces jefe de Gobierno porteño, Fernando De la Rúa, cediera el lugar para instalar allí el Parque de la Memoria.

“Yo sabía que ahí estaban los escombros de la AMIA. En una de las recorridas, estaba con el artista estadounidense William Tucker, que había ganado el concurso para instalar en el Parque de la Memoria una de sus obras. Yo fotografiaba todo, porque sabía que eso iba a desaparecer”, contó Brodsky en diálogo con NA.

Durante una de sus visitas al lugar, el artista se sorprendió: “Vi unos enormes pedazos de granito con partes de inscripciones. No sabía que me iba a encontrar con parte de la fachada. Pensé que podía a llegar a ser la Magen David, la estrella de David, pero al ver fotografías del viejo edificio me di cuenta de que eran las letras del frente que decían ¡AMIA!”.

Ante el hallazgo, Brodsky se comunicó con las autoridades de la AMIA para informarles.

“Cuando los encontré, le avisé a la institución y le pedí que pudiera utilizarlos para hacer intervenciones artísticas en distintos lugares para no olvidarnos” de las víctimas del peor atentado terrorista perpetrado en la Argentina, relató el artista.

Antes de que las piedras de la AMIA fueran removidas del lugar, algunos sobrevivientes del atentado recorrieron la zona junto al fotógrafo, quien pudo retratar esos momentos: con su cámara inmortalizó a Ana Weinstein, quien trabajaba en la AMIA cuando se produjo el atentado y actualmente se desempeña como directora del Centro de Documentación sobre Judaísmo Argentino, sentada sobre un gran bloque de cemento mientras observaba un trozo del mármol de la fachada del viejo edificio de la entidad.

Con el visto bueno de la AMIA, Marcelo Brodsky realizó en varias ocasiones “interferencias urbanas” con aquellos bloques de granito que daban cuenta del horror vivido ese 18 de julio de 1994.

En 2001 se expusieron por primera vez en el Centro Cultural Recoleta: luego también se montó la instalación en lugares como la sinagoga sefaradí más antigua de la Ciudad, en Piedras 1164; en la Plaza Houssay, para homenajear el rol de los médicos del Hospital de Clínicas en la atención de las víctimas del ataque terrorista; la vereda del Centro Cultural Ricardo Rojas, en plena Avenida Corrientes; y en la galería Rolf Art, en el marco de una obra colectiva por los 25 años del atentado.

“La primera vez pasó que la gente ponía piedras sobre los bloques de mármol, porque en la tradición judía se ponen piedras sobre las tumbas”, rememoró el artista en declaraciones a Noticias Argentinas.

Actualmente, esos bloques de mármol que fueron parte de la fachada del viejo edificio de la AMIA y víctimas del atentado se encuentran en la cochería de la AMIA, ubicada en Loyola 1139, en el barrio porteño de Villa Crespo.

El mármol, frío como la injusticia que aún envuelve al hecho, todavía se mantiene firme y rígido, igual que el reclamo de justicia.

(*): NA.



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