Adolescentes en cuarentena: un cóctel de sensaciones
Capacidad de adaptación y valorización de los afectos, apatía, irritabilidad, trastornos en el sueño y hasta miedo. La pena por la interrupción de los rituales del último año escolar.
El aislamiento social preventivo y obligatorio afectó, de una u otra manera, a todos. Y los adolescentes, esa amplia franja etaria comprendida entre los 12 y 18 años, no quedaron ajenos a la situación.
Si bien el nivel de afectación varía de acuerdo a cada persona, hubo síntomas que se reiteraron como apatía, problemas de concentración y falta de ganas. “Esa baja motivación es típica del adolescente, pero en esta oportunidad se exacerban”, describió el psicólogo Leonardo Arroniz.
Aunque el especialista destacó que “no se puede generalizar” y que su campo de acción profesional abarca a chicos con “necesidades básicas satisfechas”, hizo hincapié en “los recursos de afrontamiento del chico y de la red de contención emocional que tenga”.
“No es lo mismo una familia que los contenga emocionalmente, que valide las emociones y genere espacios para hablar, que aquellas que bloquean esas emociones”, advirtió.
Si bien los adolescentes son nativos digitales, no todos se adaptaron de la misma manera a la comunicación virtual, ya sea para cumplir con los requerimientos pedagógicos o para saciar la cuestión social.
Social
Ulises (15 años), alumno de cuarto año del Instituto San Nicolás de los Arroyos, aseguró que la cuarentena lo afectó en el sentido deportivo. “No pude ni jugar ni entrenar al paddle y fue un bajón. Después me acostumbré y estoy bastante tranquilo ahora”, contó.
El confinamiento para el joven resultó “raro” y se sintió afectado porque estuvo 90 días sin ver a sus amigos.
La cuestión pedagógica la sobrellevó bien: “Me mandan todo por la plataforma digital de mi escuela y hago la tarea. A veces me cuelgo, pero estoy bastante al día”.
Alejo (16 años) cursa el 5º año en orientación Maestro Mayor de Obras en la Escuela de Enseñanza Técnica Nº2 y señaló que el confinamiento lo afectó en el colegio, porque “no podemos tener las clases prácticas y ya se que hay cosas que no es lo mismo aprender a hacer a través de una pantalla, por ejemplo el hormigón”.
“No es lo mismo ver el video que manda el profesor que estar en la clases presencial. A veces no te podés sacar las dudas, los profesores responden, pero por ahí tardan unos días y vos tenés que hacer la tarea ahora”, explicó.
En cuanto a lo social, contó que cumplió años en cuarentena y si bien ahora ya puede salir “a surfear, a pesar del frío, y a trotar, algo que nunca hacía”, los más de tres meses que debió permanecer confinado “las 24 horas en casa fue un poco duro, antes iba doble turno al colegio, casi ni estaba acá. Tengo hermanos mucho más chicos, demandantes, y a veces te queman. El no poder sacar las energías, pasar el día sentado o acostado, no está bueno”.
Rituales
Tal como señaló el profesional, el modo en que los afectó a los adolescentes varía de acuerdo a cada uno de ellos y su entorno. Sin embargo, a los que cursan el último año del ciclo lectivo les repercutió debido a que “vieron afectados los rituales del cierre de una etapa, que tiene mucho valor simbólico”.
“Esto los angustia porque no ven que suceda lo que se imaginaron, quizás los único que pudieron tener fue el último primer día (UPD)”, señaló el psicólogo Arroniz, que se desempeña en el nivel secundario del colegio IDRA y en la facultad de Psicología.
Martina tiene 17 años y cursa el sexto año en el Trinity College y lamentó que solo pudieron “tener clases presenciales 10 días”. “Estábamos todos entusiasmados, con ganas de ir y también se suspendió el viaje de estudios en abril. Nos íbamos a Inglaterra”, contó.
La adolescente aseguró que la cuarentena obligatoria la afectó “más desde lo social, porque en la parte académica nos manejamos con una plataforma”. “Ya veníamos con esa metodología desde hace dos años para algunas materias. Ahora es para todas”, dijo.
Así, ante la imposibilidad de encontrarse con sus amigas, las reuniones eran “virtuales, por WhatsApp o por Zoom, igual que los cumpleaños o los trabajos en grupo” aunque el efecto no es el mismo. “Muchas veces lo hablamos con mis amigas, algunas se deprimen, pero en la escuela también nos dan charlas de apoyo y motivación”, contó la futura estudiante de arquitectura, que terminó su test vocacional por Skype y se alegró de “haber salido bastante en el verano, porque ahora no se puede”.
A Santiago, 17 años y alumno de sexto año del colegio Illia, le pasó lo mismo al estar imposibilitado de encontrarse con amigos. “Me afectó no poder ver a mis amigos ni compañeros. Creo que el peor efecto es que al estar en el último año, lo que uno desea desde que ingresa al colegio es estar egresando con amigos y disfrutar todo lo que esto significa. Pero no se puede hacer”, contó. La ausencia de clases presenciales la suplió con “la plataforma digital”.
Más o menos
Las dos caras de la moneda también se reflejan en el efecto positivo o negativo con que los chicos recepcionan la situación extraordinaria.
Por la positiva “pueden aprenden cosas nuevas, se adaptan bien a la tecnología y hay un redescubrimiento de ellos mismos y hasta del espacio familiar”, describió el psicólogo.
Mientras que en cuanto a lo negativo, se pueden registrar “padecimientos por la hiper presencia familiar, ven afectada su intimidad, que es algo muy valorado por ellos, y pueden tener alteraciones en el sueño, en el humor y en la comida. Sufren la interrupción de la rutina”, advirtió Arroniz.
Santiago aseguró que durante el confinamiento aprendió a valorar las cosas “tanto del colegio como los amigos y la ciudad misma, que en el día a día lo asumimos como algo normal y no lo aprovechamos al máximo”.
A Martina la obligación de permanecer en su casa la ayudó a organizarse. “Cada día me ordenaba de manera tal que trataba de hacer toda la tarea a la mañana y así tener la tarde libre para lo que me gusta hacer. Me ayudó mucho, porque antes me colgaba”, describió.
Ante el cóctel de sensaciones en los más jóvenes, el psicólogo Arroniz sugirió “acompañar la gestión emocional, dar espacios de encuentro, tanto en la escuela como en las casas. Hay que escuchar y empatizar, para que los chicos puedan poner en palabras lo que les pasa”. Y recordó que “también hay miedo, ante la amenaza de lo no visible” , por lo que reiteró la necesidad de “acompañamiento”.
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