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Opinión 19 de junio de 2020

Un viento que no cesa

Carlos Ruiz Zafón. Foto: EFE | David Fernández.

por Nino Ramella

Murió Carlos Ruiz Zafón a una edad en la que morirse es una putada. Su vida misma y sus impulsos son un cuento. De joven empezó a trabajar como redactor en una agencia de publicidad en su Barcelona natal, pero no tardó mucho en cumplir su deseo: establecerse en Los Angeles a vivir en la cuna del cine que era su pasión. La idea era escribir música para películas. En cambio escribió allí libros para jóvenes.

Hace como veinte años arrasó en la industria editorial con “La sombra del viento”, su primera novela para adultos, que pinta la Barcelona de la primera mitad del Siglo XX a partir del “Cementerio de los libros olvidados”. Es uno de esos libros que no largamos hasta terminarlo, que nos angustian cuando llegamos a las últimas páginas porque sabemos que pronto lo echaremos de menos.

“La sombra del viento” es un homenaje al libro, a la literatura. Uno de sus personajes dice casi al final del libro: “el arte de leer se está muriendo muy lentamente, que es un ritual íntimo, que un libro es un espejo y que sólo podemos encontrar en él lo que ya llevamos dentro, que al leer ponemos la mente y el alma y que esos son bienes cada vez más escasos”.

Ruiz Zafón escribió su novela ambientada en Barcelona, ciudad llena de guiños, de historias, de una arquitectura tan singular y única…y lo hizo viviendo en Los Angeles, ese interminable suburbio que tiene tan poco que ver con la Ciudad Condal.

Fui afortunado al poder acompañarlo en la presentación de su best seller en la Argentina en el marco de los ciclos que organiza Editorial Planeta con la producción de Marcelo Franganillo. Ruiz Zafón no encajaba en nada con el estereotipo que de tanto transitar escritores uno va modelando en su cabeza.

Ramella Ruiz Zafon

Su desbordante talento creativo no se compadecía con su personalidad serena que sin llegar a la introspección podríamos considerar austera, lúcida e inteligente, pero austera.

Tampoco encajaba con el proverbial ego que alimenta el impulso creativo de los escritores en general y mucho más a quien acababa de vender 15 millones de ejemplares del libro que presentábamos. “Los escritores somos los peores jueces de nuestros contemporáneos porque a menudo nos mueven los celos”, afirmaba acertado. Desestimaba sin apelaciones que lo compararan con Eco, Auster o García Márquez.

Enamorado del cine se negó siempre a que sus novelas saltaran a la pantalla. “Mis obras fueron pensadas para la palabra escrita…y por suerte no necesito vender los derechos para vivir”.

Tanto me atrapó “La sombra del viento en su momento” que recomendé ese libro cuanto pude. Mi entusiasmo me jugó una mala pasada. Presté mi ejemplar con una dedicatoria que Ruiz Zafón ilustró con sus dibujos. Y ya sabemos…hay dos clases de tontos…los que prestan libros y los que los devuelven.

Conocía Barcelona pero caminarla luego de haber leído su libro fue redescubrirla. De regreso en Buenos Aires en el subte una mujer leía “La sombra del viento”. No dejó de leer ni siquiera cuando llegamos a “Catedral”, donde todos debemos bajar. No reparaba en sus pasos. Ella leía y caminaba lentamente. Me puse a su lado ya en el andén.

__Señora…¿no sabe dónde queda la calle Balmes?

Se quedó mirándome sin atisbo de reacción. Al rato dijo…

__…mmm…no sé…

Balmes es la calle una y otra vez nombrada en el libro, envuelta en la narración en una suerte de neblina nocturna, con árboles frondosos y casas importantes, donde ocurren situaciones de mucho suspenso e intrigas.

Espero que mi travesura no la haya perturbado y que lo tomara como un rasgo fantástico de lo vivido. Estoy seguro de que a a Carlos le hubiera divertido. No se lo conté.

Ah!…si alguien que lee estas líneas tiene mi ejemplar de “La Sombra del Viento” le pido que sea tonto…y me lo devuelva.



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