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Cultura 30 de mayo de 2020

Breve recorrido por La Peste, de Albert Camus

Una novela de 1947 que reactualiza su contenido.

Por Eduardo Balestena

La pandemia que actualmente asola el mundo ha llevado nuevamente la atención sobre la novela La Peste (1947), de Albert Camus (1913-1960).

Concebida como una metáfora de la ocupación nazi en Francia y de la resistencia que valerosamente se le opuso, la forma elegida es la de la crónica pormenorizada de una ciudad bajo el dominio y aislamiento de una terrible plaga.

De este modo, el texto se abre, básicamente a dos posibilidades de lectura que sin embargo tienen muchos elementos en común.

La ciudad elegida como escenario es Orán, en la década de 1940. Rieux, el médico, es el personaje central en quien recae el mayor peso de la acción y un emblema de la actitud individual de resistencia.

Los restantes, van experimentando cambios de actitud y asumiendo distintos papeles ante el avance de la plaga. Con todos ellos se convive a lo largo de la extensa lectura.

No siempre obran por razones que se puedan enunciar, no obstante, su obrar es producto de una naturaleza que van descubriendo en la adversidad. La adversidad es a veces una gran maestra, pero es necesario tener la fuerza para superarla.

Lo real

En el nivel más visible, asistimos al día a día de la lucha contra la plaga, el contagio, la muerte, el ingente esfuerzo de los servicios sanitarios, el ofrecimiento de sí que hacen los personajes centrales, la amenaza permanente de la enfermedad y sus múltiples formas que la presentan como un enemigo todopoderoso y omnipresente que el narrador personaliza y que resulta impredecible.

Desde este punto de vista, la narración parece haber sido escrita hoy en día: asistimos a todo lo que acontece en distintas partes del mundo, desde la crisis de la actividad económica a la ruptura de vínculos y, más que nada, una permanente lucha que parece estéril y cuyo final se ignora.

En este nivel, tan inquietante, se plantea además de una función de la literatura –aquello capaz de ser siempre actual porque plasma una esencia que, pese a las distintas épocas, es la esencia humana, que muta en su exterioridad pero no en lo central- y la eterna amenaza que se cierne bajo la forma de la enfermedad: “Pues sabía que el bacilo de la peste no muere, ni desaparece nunca, que puede permanecer adormecido durante años en los muebles y la ropa, que aguarda pacientemente en las habitaciones, las cuevas, las maletas, los pañuelos, los papeles y que quizá llegue un día en que, para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte sus ratas y las envíe a morir a una ciudad alegre”.

El fragmento final es un ejemplo de las posibilidades de lectura del texto: la peste es la enfermedad real y a la vez una metáfora sobre la condición humana, siempre amenazada y sobre el bien y el mal.

Lo simbólico

El texto aparece construido entre lo real y lo simbólico. El mismo lenguaje adquiere dos funciones: informar y narrar y abrirse a nuevos sentidos, muchas veces inagotables.

La secuencia de los tranvías, por ejemplo: la gente muere en números tan grandes que, en un proceso gradual, los entierros se hacen cada vez en mayores cantidades y ya sin ningún sentimiento hacia las víctimas; ello a grado tal que debe ser habilitado un cementerio fuera del radio urbano.

Los cadáveres son llevados en tranvías de una línea fuera de servicio. En las noches, se escucha el siniestro traquetear de los coches vacíos que no transportan a seres vivos.

Esta secuencia es un elemento de la novela, uno de las tantas visiones apocalípticas de la plaga. Sin embargo podemos tomarla como una alusión a un capítulo no menos siniestro de la historia francesa: el de “Los convoyes de la vergüenza”: aquellos trenes franceses que transportaban a ciudadanos también franceses a los campos de concentración y exterminio, en una política colaboracionista.

Por ello tuvo lugar un famoso proceso en los años noventa. Los efectivos alemanes eran pocos en número, no obstante, pudieron dominar a Francia gracias al colaboracionismo: la actitud de Rieux, y de otros personajes como Rempart, son los símbolos de esta resistencia.

Los ejes

Paralelamente a estos mundos –la realidad descarnada y la alegoría- la novela se encuentra básicamente atravesada por dos ejes: el de la fe y el agnosticismo y el de la moral individual y la general.

Una de las secuencias centrales es la muerte de un niño, que pone en crisis la fe de padre Paneloux, cuyos sermones, como los del sacerdote en el relato La Inundación, de Martínez Estrada, coinciden con intensas lluvias o fuertes vientos, que otorgan una cualidad sobrenatural al momento.

Paneloux, para quien antes la peste era un castigo divino, logra justifica su fe, aunque no pueda entenderla: no puede entender cómo Dios permite el terrible sufrimiento y la muerte de un niño, luego de ello Paneloux muere pero de un mal indefinido que no es la peste.

Podemos pensar que es él quien elige morir. De este modo, cada peripecia admite una multiplicidad de sentidos e interpretaciones.

La postura de cada personaje es la respuesta a un imperativo individual. Rieux dice que sólo se puede enfrentar la peste “con honradez” y que ésta consiste en ejercer su profesión: un imperativo individual y un orden universal y también una enseñanza: en los peores momentos la salvación consiste en hacer lo que es debido, en responder con lo mejor de uno mismo a la terrible exigencia.

Filósofo existencialista, dramaturgo, miembro de la resistencia, Albert Camus, que recibió el premio Nobel de literatura en 1957, aborda la novela como una manifestación ética, una revelación de las actitudes honestas ante una calamidad universal y al hacerlo va mucho más allá de los límites de una situación para decirle a la humanidad algo verdadero y válido para siempre.

Hay en el hombre “más cosas dignas de admiración que de desprecio”: la terrible amenaza es también una afirmación humana, la de que el hombre prevalecerá pese a todo.

Quizás este sea la gran enseñanza que nos da el sufrimiento.