Imágenes de una China cotidiana en “Mateando con Mao”
Es el nuevo libro del poeta local Juan Miguel Idiazábal, quien vivió en China durante 2015. Un país atravesado por la abundancia y los contrastes, entre las tradiciones y la modernidad, aparece en estas páginas.
“Cornucopia”. Así define a China, país en el que trabajó en 2015 como docente de inglés. Esa palabra simboliza al “cuerno de la abundancia”, una abundancia que para Juan Miguel Idiázabal se extiende a “las personas, las historias, las culturas y los idiomas” de ese país inmenso.
Gran parte de esas observaciones están plasmadas en el nuevo libro de Idiazábal, “Mateando con Mao”, un poemario en el que cuenta detalles de la vida en LiuShi (distrito de Yuequing, en la provincia de Zhejiang), una de las ciudades del suroeste chino en las que vivió y trabajó.
Gran parte del poemario está impregnado por la idea del contraste: la vieja China con sus tradiciones milenarias y su mitología versus el gigante tecnologizado, en el que se construyen rascacielos y se produce smog.
“El alma de China está en juego/ abajo lo viejo/ ladrillos convertidos en polvo/ polvo convertido en ladrillos/ comenzar todo de nuevo”, escribe.
Entre esos dos universos, de fuerte contrapunto, aparecen momentos de la vida cotidiana. Cómo es ser un peatón, el transitar las distancias, la timidez de las mujeres chinas frente al extranjero, como en su caso, los campos y otras postales vistas desde la mirada argentina, siempre mate en mano.
“Estos poemas nacieron de la observación y la experiencia. Observo lo que acontece a mi alrededor y en cuanto puedo escribo. Muchos de los poemas nacieron en momentos en que podía parar a escribirlos en el lugar en que surgían. Tuve la previsión de comprar un celular con un lápiz óptico que me permitía escribir en cualquier lugar”, recordó el escritor, que integra el colectivo La Prosa Mutante.
“Varios de los poemas nacieron en el silencio total de mi apartamento. En el medio de la noche, mientras el barrio respiraba. Otros en el trabajo.La mayoría nació con un mate en la mano, como buen argentino que bordea la adicción al mate, llevé yerba, mate y bombilla en mi valija”, dijo al ser entrevistado por LA CAPITAL.
-¿Cómo te fuiste a China, en qué contexto?
-Me fui a China buscando nuevos horizontes. La docencia en Argentina no es un mundo de rosas. El 2014 fue un año de mucho trabajo para mí, pero esto no se coincidía con lo económico. Además, veía que amigos y conocidos viajaban y trabajaban como docentes de inglés en otros países y podían vivir bien. Eso quería para mí.
-¿Según tu experiencia, cómo es China?
-China es un país sumido en el misterio para los occidentales. Esto, desde mi punto de vista, se debe a que la información que obtenemos desde los programas de viaje es sólo eso, info de viajes y turismo. Y después los programas que intentan mostrar una visión más integral no muestran mucho sobre la vida en China. Los lugares que me tocó caminar a mí me demostraron que China es una cornucopia. Adentrarse en las calles chinas es adentrarse a un país fascinante lleno de contrastes. A mi particularmente, me tocó ver cómo los cambios iniciados alrededor de veinte años atrás están cambiando la forma de vida de la gente que vive en China.
–¿Cuál es la relación de los chinos con Mao? Pudiste captar éso?
-Es una relación muy particular. Salvo a la entrada de Ciudad Prohibida y el centro comercial turístico y alguna que otra estatua no vi todo ese culto al líder que estamos acostumbrados a escuchar que existe. Además, cuando estaba allí pregunté sobre el título del libro, mis amigas y amigos tanto chinos como argentinos me aconsejaron no usar a Mao en el nombre porque podía malinterpretarse si editaba el libro en China. Yo lo hice para plantear esa visión de un argentino sobre china. Creo que el nombre de un libro tiene que tener cierto empuje comercial, entonces Mate + Mao tenían que estar en el título. Esto no quita que los chinos son muy respetuosos de la memoria y la historia sobre la Revolución Cultural y la figura de Mao durante su vida. Después de todo, fue la principal persona pública que llevó a un pueblo feudalizado a ser una nación moderna.
-En el libro hacés hincapié en el choque entre una China moderna y nueva frente a otra vieja y dueña de tradiciones. ¿Es muy notorio ese contrapunto?
-Sí, es muy notorio. En las grandes ciudades se ve por ejemplo en la desaparición de barrios tradicionales de las zonas céntricas por edificios más modernos. En las ciudades del interior, se nota el contraste entre la arquitectura de las casas con lo que ocurre dentro de las tiendas y las calles donde la modernidad tecnológica toca a las puertas. También, hay un choque por desaparición de vestimentas o costumbres. Creo que, para el imaginario colectivo occidental, los chinos todavía usan el traje Mao en su vida diaria, lo cual está lejos de la verdad. Los chinos miran mucho la moda coreana, y mucha de la gente mayor es la que usa los famosos trajes Mao con la gorra todavía. Otro ejemplo se ve entre algunas iniciativas del gobierno que chocan con tradiciones locales o formas de hacer las cosas que tiene la gente común. Por otro lado, el celular es Dios en China, un país muy tecnificado y digitalizado, todo se hacer a través del celular, incluso los pagos. Eso que recién está llegando a la Argentina, en China es tan común que hasta se pasa dinero por WeChat, que es un híbrido entre Twitter y WhatsApp. Por eso fue más fácil para la población encerrarse a trabajar durante esta crisis pandémica. El comercio minorista y mayorista, el interno y el externo, ya estaba digitalizado.
-Contame cómo es ser un peatón en China, a raíz de esa poesía “Peatones”, en la que relatás el caos.
-Ser un peatón es ser una gota de agua durante un tifón. Es una locura. Al punto que durante un viaje a Shanghai vi cordones de policías para cortar el tráfico tanto vehicular como peatonal pues muchas personas que visitaban esta metrópoli no respetaban o no conocían lo que era un semáforo, por más que manejasen. En el trajín diario, era más fácil caminar por la calle que por la vereda, que solía estar atestada de autos estacionados. Los tuk tuks (triciclos) se meten hasta por las obras en construcción para ahorrarte tiempo y dinero. Es una experiencia que hay que vivir para comprender. Esto ocurre no en las megaciudades, como Beijing o Shanghai o Hong Kong, por lo menos yo no vi eso, allí se respeta bastante las normas de tráfico, pero en otras ciudades como FanXian, LiuShi, Yeuqing, WenZhou y ciudades y pueblos más chicos el tráfico es caótico.
-¿Cuál es el alma de China? Describís en Soul of China el campo verde versus la ciudad alienada y fiel a Tiempos Modernos y en el medio un dragón, ¿por qué?
-Para mí, el alma de China está arraigada en lo agrario, en el campo y el trabajo del campo. También es la gente, China es una cornucopia de culturas en simbiosis o buscándola. Cada una de ellas forma una parte de ese alma del que hablo en el poema. En ese buscar equilibrar la vida del campo o de los pequeños pueblos con la de la gran ciudad es que podemos ver realmente qué es China. Una imagen recurrente que se me viene cuando recuerdo China, es ir en un auto o en el tren y pasar pequeños pueblos muy humildes de pocas casas y cuadras y mucha gente trabajando junta en pos de lograr algo. Eso es China, millones de personas distintas trabajando en pos de un mañana mejor. Su fortaleza no está en la bolsa de valores, sino que reside en la gente común que vive el día a día lo mejor posible. En las caras sonrientes de los estudiantes con sus uniformes iguales corriendo a comer en algún puesto callejero junto con los docentes y padres sentados todos en una misma y única mesa de plástico. El alma de China reside en los gritos de “Hello” que me daban en algunos lugares porque nunca habían visto a un extranjero. Esa inocencia del encuentro entre dos culturas resumidas en esa palabra gritada al viento.
-Te detenés para contar cómo es la mujer china, pero lo hacés entre preguntas. ¿Cuesta la vinculación entre una mujer china y un extranjero, como tu caso?
-Me sacaban fotos como si se hubiese abierto la jaula del circo y el hombre elefante (como se llama a él mismo) hubiera salido a pasear. Bueno, muchas eran mujeres grandes las que sacaban esas fotos. Yo y los otros extranjeros que vivíamos en esas ciudades no turísticas éramos una cosa rara y eventualmente, empezamos a contestar. Intentábamos establecer un diálogo mínimo o que se acerquen para que su furtiva foto no fuera tan furtiva. En esos casos, a los hombres no les importaba mucho y se acercaban enseguida, la mayoría de las mujeres jóvenes ni se acercaban. En las escuelas que visité y con mis propias alumnas o compañeras de trabajo, me llamaba la atención que cuando les preguntaba algo muy directo se avergonzaban o respondían en chino aunque su nivel de inglés fuera lo suficientemente bueno para responder. En estos casos, hablaban con algún compañero o compañera y esas terceras personas debía responderme por vergüenza. Recuerdo una situación en que inocentemente en una clase de cultura que dábamos abierta a la comunidad le pregunté a una alumna adulta sobre sus hábitos de esparcimiento, los estábamos comparando con Occidente: “¿A dónde salís cuando salís de noche? ¿A bares, a boliches, vas a recitales?” Se puso colorada, se comenzó a reír como adolescente. Mi jefa me dijo: “Eso no se pregunta a una alumna”. Y una compañera de trabajo riendo dijo algo así como “¿Estás averiguando para invitarla a salir?”. La alumna en cuestión habló en chino en voz muy baja a otra alumna quien a su vez contestó por ella. Todo en segundos. Ese tipo de situaciones era muy común en mi semana.
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