La libertad: sus laberintos y fantasmas en tiempos de pandemias
Por Alberto Farías Gramegna
“La libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír” – George Orwell
“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más
fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”- Luis Buñuel
Luis Buñuel en “Le fantôme de la liberté”, plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”. La cuestión es ¿qué hacemos -por acción u omisión- con la libertad a la que por suerte estamos condenados?, como le gustaba decir a Sartre. Libertad para elegir lo bueno o lo malo; Libertad para
hacer o dejar de hacer; para salir de los laberintos o para extraviarnos en ellos. Y aquí aparece una cuestión
relevante: la que alude a la manera de elegir un camino que nos aleje de los laberintos propios de la ignorancia, los miedos y la cruda emocionalidad, característicos de las relaciones autoritarias y despóticas, y por lo contrario nos permita acercarnos aún más a la libertad, el equilibrio y la sensatez de la racionalidad, insumos inherentes a las sociedades democráticas.
Libertad y necesidad
La relación entre libertad y necesidad, ha sido y es el gran tema de la filosofía política. Ambas nociones mantienen una tensión inherente a su condición de pareja que se ama y se odia a la vez, pero se necesitan.
Una no puede prescindir de la otra. Sin embargo, las escuelas que consideran a la voluntad humana emanada
del deseo como absolutamente libre, con independencia de toda causalidad exterior, niegan la importancia
condicionante de las leyes objetivas de la naturaleza y de la sociedad en las elecciones trascendentes de los
hombres. Se abre aquí otra puerta compleja: la de la moral y la conciencia.
Para el materialismo histórico “El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto
por la necesidad” (Marx). Pero en “El miedo a la libertad”, Erich Fromm nos recuerda que el hombre,
cuanto más gana en libertad, -es decir cuanto menos depende de su indiscriminación alienante con “la tribu”
y con la naturaleza misma- más crece como individuo en su calidad de ciudadano autónomo. Sin embargo,
por ser un ser-en-sociedad-con-los-otros , “tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la
espontaneidad del amor y el trabajo creador, o bien de buscar alguna forma de seguridad…” en vínculos que
pueden debilitar su libertad y la integridad de su yo individual , y respecto a la libertad positiva agrega que
“el desarrollo y la realización de la individualidad constituyen un fin que no puede ser nunca subordinado a
propósitos a los que se atribuye una supuesta finalidad mayor." Lo que hoy llamaríamos “el bien común”.
En su “Historia de la civilización en Europa”, François Guizot se pregunta: “¿La sociedad está hecha para
servir al individuo, o el individuo para servir a la sociedad?”. Enseguida afirma que “de la respuesta a esta
pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino del hombre es puramente social, si la sociedad
agota y absorbe al hombre entero", o -agrego yo- si el Hombre en tanto ciudadano y su derecho a la libertad
y la felicidad está por encima o por debajo de esa generalidad inasible que llamamos “Pueblo”, representado
jurídica e institucionalmente por el Estado, en tanto regulador de la Sociedad.
En su “Filosofía del derecho”, Eugéne Lerminier parece responder al afirmar que "la libertad social
concierne a la vez al individuo y al ciudadano, a la individualidad y a la asociación: debe ser a la vez
individual y general, no concentrarse ni en el egoísmo de las garantías particulares, ni en el poder absoluto
de la voluntad colectiva.” Y en ambas dimensiones están presentes la libertad y la necesidad, la una y la otra
se condicionan y se retroalimentan. La condición humana emerge y se nutre de ambas. La primera sin la
segunda es mera utopía. La segunda eliminando a la primera es totalitarismo y despotismo.
En 1859 John Stuart Mill publica “On Liberty” diciendo que “la única libertad que merece ese nombre es
la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus
bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla.”. Es la esencia filosófica, ética y moral del
pensamiento liberal. He aquí otra vez la articulación funcional entre libertad y necesidad se ve con claridad y
es lo mejor que las sociedades abiertas y libres han legado al humanismo moderno y contemporáneo.
De libertades, responsabilidades y extravíos en tiempos de pandemias
Frank Snowden, de la Universidad de Yale, ha dicho que "la libertad ha sido a menudo una de las víctimas
de las pandemias". Y Alberto Relmu profundiza: “Así como en la guerra la primera víctima es la verdad, en
una pandemia lo es la libertad”. Sin embargo para evitar malentendidos hay que decir que obviamente no
se puede hablar de libertad olvidando que es la otra cara de la responsabilidad y viceversa: “La responsabilidad es el precio de la libertad”, el aserto es de E. G. Hubbard. Nadie podría justificar trasgredir la luz roja de un semáforo con el argumento de que detenerse atentaría contra su libertad de movimiento.
Exponer la vida propia y de terceros ante un peligro real como una pandemia, por incumplir y desafiar una
normativa racional y legal, -como por ejemplo un confinamiento temporal sanitario preventivo- es un acto
de irresponsabilidad, que como tal paradojalmente daña al ejercicio de la misma libertad. Los derechos
ciudadanos van de la mano con los deberes cívicos, siempre y cuando su cumplimiento no implique por
parte de los gobernantes arbitrariedad, irracionalidad, malicia, inconstitucionalidad o abuso de poder, sin
justificar conforme a Derecho el sentido de una normativa extraordinaria en una contingencia igualmente
extraordinaria. En esa misma dirección, las pestes y otras crisis extremas, históricamente han despertado en
el mundo, en algunos sectores de la sociedad, actitudes muy oscuras: pánico, histerias colectivas,
xenofobias, discriminación, escraches, violencia, intolerancia, delaciones personales infames, y otras
desmesuras hijas de la tentación autoritaria en nombre del “bien común”. Así, discrecionalmente , con la
justificación de una emergencia sanitaria, se pueden conculcar derechos democráticos, vulnerar a las
Instituciones saltándose legislaciones, personalizando mesiánicamente decisiones decretadas, manipulando
la información y la voluntad de las personas con fines ideológicos o construyendo oportunistamente un
relato épico de lucha contra presuntos responsables de la calamidad, exacerbando discursos nacionalistas y
populistas variopintos. Fantasmas, laberintos y riesgos de la libertad en tiempos de pandemia.
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