“Me pregunté quién fue la primera dramaturga argentina”
Doctora en Letras y actriz, Milena Bracciale rastreó los nombres y las obras de las primeras mujeres que escribieron teatro, en la década de 1860 en Argentina. Encontró en esos textos una fuerte discusión sobre el rol de la mujer en la sociedad.
“Como siempre trabajo el teatro, me pregunté quién fue la primera dramaturga argentina”. Ese interrogante disparó el trabajo de investigación de la doctora en Letras, docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata y actriz, Milena Bracciale.
Se trata de un proyecto post doctoral, que realiza en el marco del Conicet y en el que trabaja desde hace dos años. En él, busca reconstruir los trabajos escritos por las primeras autoras argentinas.
Tras graduarse como doctora con una tesis sobre la obra de Mauricio Kartún, la académica inició “un trabajo de deconstrucción” propio, en el que reflexionó sobre lo que había investigado hasta ese momento. Advirtió que las mujeres y sus voces faltaban aún en sus estudios y proyectos.
Por eso empezó a buscar. Así surgieron los nombres de “Griselda Gambaro, que lógicamente no fue la primera, después aparecieron las primeras dramaturgas del siglo XX: Salvadora Medina Onrubia, que tampoco fue la primera, y Alfonsina Storni, que también fue dramaturga”, agregó.
Otra de las que aparece es Juana Gorriti, una autora de narrativa “muy trabajada”, como otras que se destacaron en este género.
Sin embargo, no se conformó y quiso ir más atrás en el tiempo. Llegó a la década de 1860 y descubrió a tres: Rosa Guerra, autora de la obra “Clemencia” en 1862, Juana Manso quien en 1864 escribió “La revolución de Mayo de 1810” y Matilde Cuyas, autora de “Contra soberbia humildad”.
De las tres, que eran argentinas y no pertenecían a la aristocracia, la más famosa fue Juana Manso, quien realizó una gran tarea como docente y cuyo trayecto se encuentra más documentado. Bracciale dijo de Manso que fue “cosmopolita”, por haber vivido en Uruguay, Brasil y haber conocido Estados Unidos, en un contexto en el que no era común emprender viajes.
A ese grupo, Bracciale sumó a Eduarda Mansilla, miembro de la aristocracia nacional con contactos en la familia de Rosas, ya que era su sobrina.
“Me puse a buscar y gracias a las investigaciones de Beatriz Seibel descubrí que había algunas dramaturgas pero que sus textos no estaban trabajados”, es decir analizados en profundidad, dijo. “Me encontré con la que es considerada la primera dramaturga, Rosa Guerra, que tiene un texto de 1862 que se llama ‘Clemencia'”, contó.
“Clemencia” y “La Revolución de Mayo de 1810” no se llevaron a escena, en tanto que la obra de Cuyas, “Contra soberbia humildad” sí llegó a los escenarios. “Cuyas fue una jovencita de 18 años que se empeñó en que la pongan en escena y lo logró”, agregó Bracciale.
Sobre el rol de la mujer
De la lectura crítica, halló puntos comunes entre esas tres primeras obras. “Encontré que estas obras tenían una fuerte impronta con respecto a la situación social de la mujer, eran obras combativas, había denuncias, más fuertes en la de Rosa Guerra, pero en las otras también se podía leer eso -comentó la investigadora-. Aparecían aspectos de la subjetividad y de las propias vivencias de las autoras, puestas en términos ficcionales. Y dan cuenta de que evidentemente ese debate estaba en la sociedad, porque por algo aparecían ahí, de manera muy temprana, y el teatro se hace cargo de éso”.
Y recordó que, en la sociedad argentina del siglo XIX, estaba ya presente la discusión sobre el rol de la mujer. “Alberdi habla de la educación de la mujer en unas columnas que tenía en La moda y Sarmiento también se preocupa y dice que si las mujeres van a ser las que van a educar a los hijos, en realidad hay que prestarle atención a ellas.
Alberdi dice en esas columnas algo asíque los padres son los que prostituyen a las mujeres, que de loúnico de lo que se encargan es de ubicarlas con un candidato que tenga dinero, yque esa es un tipo de prostitución aceptada. Pero pone todo el peso en la mujer, como si de ella solamente dependiera” su emancipación.
“A mi me parece que en ese sentido, el texto de Rosa Guerra es una respuesta, ella escribe un texto en verso que se lo dedica a Mitre, a quien apoya como el pacificador de la Nación. Su texto critica alrosismo, ella interviene en la vida pública, en las cuestiones políticas, en los debates. Y en esa obra, uno de los personajes es Inés,quien hace todo un alegato sobre la educación de la mujer, está diciendo que no depende solo de la mujer sino que depende también de políticas públicas que le permitan a la mujer educarse, es como una respuesta a lo que dice Alberdi”, apuntó.
“Pioneras”
“Todavía no podemos hablar de feminismo propiamente dicho, es anticipatorio, ellas (las autoras analizadas) funcionarían como pioneras, teniendo en cuenta que el primer Código Civil es de 1869 y en él la mujer estaba catalogada al nivel de un niño”, recordó la especialista.
“Luego, hay una ley que es de 1926 que es la que determina la capacidad civil de la mujer, ahí se establece que no podía educarse ni realizar actividades comerciales, ni hacer nada sin el consentimiento de su marido. Recién el voto llega en 1947”, contextualizó.
En ese sentido, precisó que las mujeres autoras estudiadas “fueron muy silenciadas, incluso en la historia del teatro argentino”. “Fueron recuperadas las mujeres que escribían narrativa pero las dramaturgasno, las actrices tienen más visibilidad, porque hay actrices del teatro de la ranchería, era una labor más aceptada, pero la de escritora de teatro no, y Rosa Guerra y Juana Manso que además desarrollaron otras labores vinculadas a lo educativo son más conocidas que Matilde Cuyas”, amplió.
Para Bracciale, el silencio que pesa sobre las autoras estudiadas se debe al hecho de que la historia del teatro fue escrita por varones. Y además, se da otra situación: “En el caso de Guerra y de Manso como sus obras no se ponen en escena, no llegan a tener el matiz de la teatralidad, pasan al olvido”.
En la investigación, la docente también descubrió la obra de Casimiro Pietro Valdéz, un español autor de “La emancipación de la mujer”. “Tiene un título grandilocuente pero cuando uno la empieza a leer se da cuenta de que es una burla, es muy jocosa, muy divertida, pero en definitiva deja a la mujer ya su causa, ni siquiera a la altura de un niño, al borde de la debilidad mental, toda la cuestión humorística es muy efectiva. Esa obra funciona como una advertencia a quienes se sientan identificadas con ese ímpetu libertario”, dijo y encontró en esa obra otra prueba de que el desarrollo femenino era parte de los debates de la época.
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