La artista marplatense Marie Orensanz será parte de un ciclo de entrevistas
El Museo Nacional de Bellas Artes, convocó a varios artistas a reflexionar acerca del arte, los museos, la creación, la praxis artística a través de consignas. La plástica de 83 años, radicada en Europa desde 1975, forma parte del grupo.
Marie Orensanz, en foto de la página del Ministerio de Cultura de la Nación.
La artista plástica marplatense Marie Orensanz fue una de las convocadas por el Museo Nacional de Bellas Artes para una serie de entrevistas a publicar en la web, como una forma más de aportar contenido de entretenimiento, educación y conocimiento, en estas épocas de confinamiento por la pandemia de coronavirus.
La artista, que reside en Francia desde 1975, en febrero de este año obtuvo el reconocimiento Aware of Honor 2020 “a la excelencia de su carrera”, por el Ministerio de Cultura de Francia.
El galardón se iba a entregar oficialmente este 16 de marzo, en París, pero la ceremonia fue suspendida, también por la pandemia.
En este ciclo del Museo Nacional de Bellas Artes, llamado “Pensamiento de artista”, Marie Orensanz, Cesar Paternosto, Sara Facio, Roberto Jacoby, Manuela Rasjido, Norberto Gómez, Juan Carlos Distéfano, Julio Le Parc, Delia Cancela y Eduardo Stupía reflexionarán acerca del arte, los museos, la creación, la praxis artística a través de consignas esenciales.
El Ministerio de Cultura de la Nación Argentina, en referencia a la última visita de Orensanz al país, en 2018, la distinguió con el Gran Premio a la Trayectoria.
En una nota que el organismo oficial publicó entonces, la artista se describe, define y profundiza sobre sus concepciones acerca del arte y su función.
“Soy argentina, nací en Mar del Plata en 1936 y mi profesión es artista plástico. En eso trabajo. Cuando tenía 17 años, nos fuimos con mi familia a Europa. Yo todavía pensaba estudiar abogacía porque tenía la ilusión de ayudar a la Justicia, pero en el viaje descubrí que a través del arte también se podían transformar las cosas”.
Se anotó en el taller de Emilio Pettoruti, donde aprendió distintas técnicas durante cinco años. “El decía que para aprender a bailar había que saber poner los pies. Para pintar, había que saber las técnicas. Las aprendí, y aunque me vino muy bien, hacía pequeños pettorutitos que no me servían para nada como expresión propia”.
Siguiendo su intuición, Marie se alquiló un pequeño taller, en el barrio de Barracas. Más tarde se encontró con Antonio Seguí, que por ese entonces había vuelto de México. Corrían los años ’60. En ese encuentro, el pintor le comentó que tenía un taller, que daba clases y que podía enseñarle otras técnicas. Además, le encomendó que llevara alguna obra de su autoría, y así lo hizo.
“Por supuesto que llevé algo desastroso; no tenía por qué demostrar nada, tenía que ir a aprender. Trabajé con él unos dos años y medio. Fue muy positivo porque me enseñó otra forma de abordar el arte y una libertad para hacer lo que uno quiere. Ahora no tengo nada que ver ni con Antonio ni con Pettoruti, pero indudablemente sus técnicas me ayudaron”.
Sobre su relación con el arte, contó “soy una artista nómada. Me defino así porque los artistas vamos de un lado a otro y tenemos que aprender. Viví en Roma, Milán, París, y viajé por todos lados: América y Europa. Creo que eso te enseña un montón, porque cuando llegas a un lugar no podes violentarlo, cuando llegas no sos nadie. Es muy interesante y enriquecedor ese empezar a conocer y comunicarse desde cero”.
En cuanto al rol de la mujer en el arte, entendió que “indudablemente tiene que ser igual al rol del hombre, porque no es el sexo sino que es su inteligencia y su trabajo lo que hay que observar”. Y contó experiencias que la marcaron: “En mi DNI soy Marí. En Italia eso puede ser el nombre de un varón o de una mujer. Hice una exposición y un coleccionista compró una obra mía. Pero cuando se dio cuenta de que era una mujer la devolvió.
El hecho me dejó azorada, y entonces por eso ahora pongo la “e”, Marie, para que no haya ninguna confusión. Tomé conciencia de que también me habían pasado otras cosas y que no había tenido tanta conciencia”.
Exposición en Mar del Plata
Una de esas cosas que le pasaron inconscientemente tienen que ver con Mar del Plata: “En el ’69 hice una exposición en Mar del Plata. Veníamos con mi marido de Brasil, en auto, y pasábamos por Santa Fe y vimos mucha gente en la calle. Nos detuvimos. Al principio pensamos que era un accidente, pero después entendimos que era gente proclamando y defendiendo su trabajo. Esa gente arreglaba trenes, y esos trenes iban a ser desviados, y se iba a perder la fuente de trabajo. El pueblo iba a morir. Toda esa gente me pidió que hiciera algo por ellos, que comunicara lo que estaba pasando. Yo asumí el compromiso. Era enero, y en Buenos Aires no había nadie. Solamente Enrique Pichon-Rivière sacó una noticia en Confirmado. Me fui a Santa Clara del Mar, pueblo que fundó mi papá, y al poco tiempo me llamaron de Mar del Plata para hacer una exposición. Fue en 1969. Me invitaron junto a Mercedes Estévez, también marplatense, para exponer en la galería Primera Plana. Era mi oportunidad, así que avisé en la entrevista que iba a colgar carteles que dijeran ´El pueblo La Gallareta (Santa Fe) lucha por su única fuente de trabajo´. Les expliqué lo que me había pasado y aceptaron. Mercedes Estévez expuso en el medio de la galería con cemento y arena, para mostrar la transformación de Mar del Plata, la destrucción de la ciudad y las construcciones horizontales. En la exposición, se me acercó un señor que me dijo que él podía hacer algo por el pueblo. ´Genial´, le dije, ´era mi intención´. Pero también hubo críticas. Otro me dijo que estábamos locas. ´¡Es Onganía! Corren mucho peligro´. Eso me azoró. Al día siguiente de la inauguración, nos llamaron para decirnos que la exposición estaba ¡clausurada! Y la excusa fue peor: ´Ustedes son mujeres. Creíamos que iban a exponer flores´, juro que casi me muero, ¡flores! ¡Mujeres! ¡Cero cabeza!”.
En ese marco decidió irse a Europa. “Al tiempo tuve que hacer otra exposición en Buenos Aires, en la galería Artemúltiple, una serie de dibujos que bauticé Flores venenosas, y que acompañé con un escrito: ´Hay que tener cuidado porque se desarrollan en la sombra´. Los nombres de las flores estaban escritos en latín y en francés. Es decir, cómo uno de pronto tiene consciencia de un montón de cosas sociales que pasan. Porque yo lo que hacía era un hombre chiquitito que aplastaba a otro, pero para mí era lo mismo que poner que el pueblo de la Gallareta lucha… Pero la gente cuando veía el dibujo tal vez se distraía con la forma, en cambio el texto era implacable. Ahí fue la primera vez que tuve real conciencia de que la palabra va más allá de la imagen”.
Y al respecto recordó: “La base de mi obra son doce pensamientos que expuse en Milán en una galería llamada Eros. Ahí estaba Pensar es un hecho revolucionario. De ahí soy nómada”.
Sobre su forma de trabajo, su motor, explicó que “me empiezan a picar las manos y necesito hacer cosas. Pero indudablemente el pensamiento y la reflexión impulsan a crear. Hay gente que escucha música trabajando. Yo escucho el silencio. Una de las cosas que me gustan es trabajar en soledad, pero escuchar a todo el mundo alrededor mío”.
Por ello describe su obra como “un pensamiento; no son objetos, son pensamientos que quieren ir con el otro. Todo lo que he vivido lo paso a través del pensamiento y lo transporto a un objeto que deja de ser un objeto”.
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