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Opinión 16 de julio de 2016

Los turcos defendieron su democracia y a su autoritario presidente

por Dogan Tiliç

El fallido y sangriento golpe de Estado que sacudió a Turquía en las últimas horas parece haber debilitado al Ejército y reforzado al presidente del país, el islamista Recep Tayyip Erdogan, y su aspiración de tener en sus manos más poder.

De acuerdo con el más reciente balance, 161 personas murieron, 1.440 resultaron heridas, al menos 2.839 militares fueron detenidos y decenas de soldados golpistas murieron en la intentona.

Fue la cuarta asonada fallida en la historia de la República de Turquía tras otros tres golpes, en 1960, 1971 y 1980, aunque este intento se diferencia en mucho de sus antecesores.

Esta vez, parece haberse corroborado la teoría de que un golpe no puede tener éxito en la era de los medios digitales.

En 1960, 1971 y 1980, lo primero que hicieron los militares fue tomar el control de la radio y la televisión, pero esta vez, si bien también lo intentaron con algunas emisoras de televisión, su poder sobre ellas duró poco rato y la mayoría de los medios pudo continuar trabajando en defensa de la democracia.

Los políticos habían logrado movilizar la resistencia de las televisiones afectadas, como la CNNTürk y la estatal TRT.

Los medios pudieron transmitir sendos mensajes de los políticos instando a la población a salir a las calles, e informar amplia y rápidamente de lo que estaba pasando.

Además, fue la primera vez que la población no permaneció en silencio frente al levantamiento militar: decenas de miles de personas salieron a las calles para resistir a los golpistas.

Los ciudadanos tomaron las plazas, saltaron encima de los tanques y se enfrentaron verbalmente a los soldados.

También por primera vez, todos los partidos políticos del país fueron unánimes en rechazar la asonada.

Asimismo, la Policía, la Gendarmería y una parte del Ejército se mantuvieron fieles al gobierno del primer ministro, Benali Yildirim, líder del islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP).

Pero también fue un triste estreno el bombardeo por parte de los golpistas del edificio del Parlamento turco, en Ankara, que resultó seriamente dañado, y tampoco nunca antes había sido atacada una residencia veraniega del presidente, como ocurrió anoche.

Fue también la primera vez que durante un intento golpista la población pudo presenciar en las pantallas cómo se rendían los soldados con las manos en la cabeza, tumbados en el suelo y cómo se les despojaba de sus uniformes y armas.

El Ejército turco, uno de los mayores del mundo y la institución hasta ahora más fuerte del país, con sus miembros considerados durante años como “intocables”, se vio, también por primera vez, en una situación penosa.

Pero tampoco nunca antes la Policía se había enfrentado al Ejército ni un golpe había sido tan sangriento, con un número inédito de muertos, heridos y detenidos.

A diferencia de lo que ocurrió en las anteriores ocasiones, el Servicio Nacional de Inteligencia (MIT) fue atacado por los golpistas, cuando antes había sido siempre acusado de haberse confabulado con los militares rebeldes.

Esta vez, el MIT se mantuvo leal al gobierno y al presidente, a quienes no pudo informar sobre las preparaciones del intento golpista, que sin duda requirieron mucho tiempo, algo que deja de manifiesto fallos importantes en la inteligencia del país.

En sus primeras palabras tras la intentona, Erdogan consideró en Estambul que ahora tenía ante sí una oportunidad para limpiar el Ejército de los seguidores del predicador islamista Fethullah Gülen, antiguo aliado suyo considerado ahora enemigo y terrorista.

No obstante, el grupo de Gülen rechazó las acusaciones desde Estados Unidos, donde vive exiliado el predicador.

Los turcos defendieron con fuerza su democracia pero por otro lado creció en los círculos opositores la preocupación de que Erdogan haya salido de esta crisis aún más fortalecido.

Un primer indicio de este fortalecimiento podría ser la purga que se efectuó en el sistema judicial, con el despido de 2.745 jueces, sospechosos de estar relacionados con Gülen.

Erdogan aspira a cambiar la Constitución para convertir la actual república parlamentaria en una presidencialista.

Eso le daría aún más poder del que ya tiene por ser el hombre fuerte del AKP, partido que él fundó, si bien formalmente lo abandonó para poder ascender a la jefatura del Estado.

Erdogan es visto cada vez con más recelo por la oposición, así como por políticos en el extranjero, debido a su creciente autoritarismo y su tendencia a perseguir a cualquiera que lo critique, incluyendo la prensa, por lo que ahora se teme que pueda avanzar hacia un poder casi totalitario.

EFE.



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