Falta de jerarquía. Estas tres palabras signaron los tiempos de Boca desde que su dirigencia decidió echar, sin eufemismos, a su máximo ídolo y mejor futbolista de la historia, Juan Román Riquelme. Ocioso sería explicar aquellos episodios en muchas líneas, porque son archiconocidos. Simplemente hay que refrescar como se le abrió la puerta de la salida. Se le contaron costillas, entrenamientos, colores de los dólares y hasta se le pusieron condiciones en la letra chica de un nuevo contrato que eran para que de el portazo. Y se recuerda que en los seis meses a la finalización de su contrato todos los dirigentes decían que esperarían hasta junio para ver “como estaba”.
Hace unos días, sin ponerse colorado, el presidente de Boca dijo sobre la renuncia de Messi, que “en Argentina no se cuida a los ídolos”. Es precisamente lo que hizo en su club.
Pero mantener a Riquelme no sólo era una obligación moral, también era una necesidad práctica. Era el único hombre que se podía cargar al hombro la transición de un tiempo de gloria inédito en Boca hacia una época incierta. No solo se trataba del jugador más influyente y decisivo en la cancha, sino el emblema que quedaba de esa etapa, ya retirado poco antes Martín Palermo.
Si los dirigentes hubieran pensado en el club, si hubieran planificado esa transición, Riquelme debía retirarse cuando él quisiera y aunque terminara jugando poco, debía ser el faro, la guía, para el equipo de primera división, y para los pibes, de los que ya de hecho se encargaba como ninguno de los futbolistas importantes de Boca, y no solo con consejos.
Desde que echaron a Riquelme y a Bianchi los directivos cerraron abruptamente ese tiempo de gloria y no tuvieron proyecto de transición. Quisieron tapar todo con nombres, dinero, marketing y las promesas reiteradas de pasaportes y geishas, que ya venían de las elecciones de 2011. Puro voluntarismo y “slogans”. Y demasiado engaño.
Y cada vez más mancillada la identidad de Boca, hasta pensar incluso en “jubilar” la Bombonera.
Y fueron gastando “cartuchos” y mentiras. Primero erigieron en “líderes positivos” a Agustín Orión y Fernando Gago. Al final fueron los más negativos, dentro y fuera de la cancha. Y el 5, además, tuvo la desgracia de sufrir diez veces más lesiones que las que le contaban minuciosamente a Riquelme.
Después de fagocitarse nada menos que a Carlos Bianchi, con faltas de respeto sin parangón en el mundo para entrenadores de su trayectoria y títulos, se “devoraron” también a Rodolfo Arruabarrena, quien tuvo su cuota de responsabilidad al aceptar el cargo cuando todavía ni siquiera estaba afuera “el Virrey”.
En ambos casos, se les trajeron el quinto o el sexto jugador de cada lista de refuerzos pedida por los entrenadores. Es decir, futbolistas, en general, que no estaban a la altura de Boca.
Llegó el tiempo de nuevos “ídolos de barro”. Se quiso hacer creer que Andrés Chávez, por ejemplo, un jugador de la B Nacional, era uno de ellos. O que Marcelo Meli, porque corría mucho, estaba hecho “a la medida de Boca”.
Esos casos se multiplicaron por decenas, hasta llegar a los Benedettos. Y se seguía padeciendo aquella falta de jerarquía. Las presentaciones de todos esos jugadores y todas las nuevas y excéntricas camisetas fueron muy pomposas. Cambiaron jerarquía e identidad por marketing y “slogans”.
Había que ganar las elecciones de cualquier forma, no sólo por Boca. Y entonces apareció mucho, pero mucho dinero, por Carlos Tevez. Y a Carlitos, que ama a Boca, que es un símbolo de Boca, le hicieron creer que podía ser líder, conductor y hasta futuro presidente. El también se la creyó. Y quedó claro que no estaba preparado para ello, ni mucho menos. Tanto con él, como antes con Nicolás Lodeiro (incluso con el capricho del presidente por darle al uruguayo la camiseta 10, cuando el jugador prefería la 14), se buscó justamente hacer olvidar a Riquelme.
El último “cartucho” que se gastó fue el de otro ídolo, Guillermo Barros Schelotto. Y se insistió con él tanto tiempo, que parecía que se estaba esperando por Guardiola. Y lo cierto es que los mellizos, lo expusimos en su momento, tienen muchas virtudes como entrenadores, pero aún les queda mucho por aprender. Y sus equipos pecan por ser más vertiginosos que ordenados. Con ese vértigo les fue bien un rato en Lanús, y también muy mal en otros.
Así de apurado fue el Boca del jueves en la Bombonera. Y una vez más, sobre todo tras el 1-0, se extrañó cuando Riquelme ponía los partidos bajo la suela. Tampoco se preparó ni se recurrió a jugadores del club ni se trajeron refuerzos que cumplan con su función o algunas de sus características, más allá de que el 10, el último 10, quedó claro el jueves, es irreemplazable.
Quemaron todos los “cartuchos”. No les queda ninguno. Y persiste y es crónica la falta de jerarquía. Por ahí deberían pensar en ir a Don Torcuato, golpear una puerta, pedir perdón y recurrir al único hombre que pueda poner bajo la suela y se pueda cargar al hombro este polvorín. Desde el lugar que él quiera. Dentro o fuera de la cancha, en el banco o como asesor o dirigente. Siempre fue el que más entendió el juego y el que más entendió a Boca. Desdeñaron su sabiduría y se dedicaron al marketing, y a “operar” otras cuestiones que ni siquiera tienen que ver con Boca. Algunas inclusos mucho más importantes y graves. Y en las que también hicieron mucho mal.
Así les va. Así les fue.
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