Nueva etapa y cambio de atmósfera
por Jorge Raventos
Alberto Fernández ha regresado de una gira que ha dado resultados excelentes. Se sabe que del dicho al hecho hay un trecho que no siempre se transita con eficacia, pero Fernández se ha encontrado durante su viaje con gobernantes serios: consiguió respaldo para encaminar sus negociaciones sobre la asfixiante deuda que pesa sobre Argentina de cuatro gobernantes europeos (entre ellos, pesos pesados como Emmanuel Macron y Angela Merkel) y, como frutilla del postre, el nuevo embajador argentino en Washington, Jorge Argüello, recibió de Donald Trump un mensaje prometedor: “Dígale al presidente Fernández que cuenta conmigo”. Se refería también al tema de la deuda, en particular a las conversaciones con el Fondo Monetario Internacional.
Un cambio de atmósfera
Es posible que Argentina se beneficie de un cierto cambio de atmósfera mundial que empieza a observarse. Durante un encuentro realizado esta semana en El Vaticano (Taller sobre Nuevas formas de solidaridad, organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales de la Santa Sede) economistas, funcionarios, pensadores y sacerdotes trataron la cuestión de un abordaje solidario a la situación económica mundial.
El papa Francisco exhortó allí a impulsar un nuevo clima mundial: “El tiempo presente exige y reclama -dijo- dar el paso a una lógica capaz de promover la interconexión que propicia una cultura del encuentro, donde se renueven las bases sólidas de una nueva arquitectura financiera internacional”. Francisco describió con cifras signos inequívocos de un mundo atravesado por crueles desigualdades: “El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor. Según informes oficiales el ingreso mundial de este año será de casi 12,000 dólares por cápita. Sin embargo, cientos de millones de personas aún están sumidas en la pobreza extrema y carecen de alimentos, vivienda, atención médica, escuelas, electricidad, agua potable y servicios de saneamiento adecuados e indispensables”.
Francisco estableció un principio moral por sobre los datos: “No existe un determinismo que nos condene a la inequidad universal. Permítanme repetirlo: no estamos condenados a la inequidad universal. Esto posibilita una nueva forma de asumir los acontecimientos, que permite encontrar y generar respuestas creativas ante el evitable sufrimiento de tantos inocentes. Un mundo rico y una economía vibrante pueden y deben acabar con la pobreza.” En ese contexto, el Papa abordó el tema de la deuda y citó a San Juan Pablo II (Centesimus Annus): “Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”.
El Fondo cambia el libreto
La mirada del Pontífice no sorprende: su pensamiento es conocido y, si se quiere, previsible. Por eso vale subrayar como más significativo el discurso de la directora general del FMI, la búlgara Kristalina Georgieva, porque confirma la idea de que el cambio de orientación ha penetrado en las grandes instituciones financieras.
Georgieva inició su exposición con una pregunta y una respuesta: “¿Cuáles son las nuevas prioridades para la economía mundial? Permítanme responder brevemente(…)la primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos”.
Que la jefa del Fondo coincida tan marcadamente con el Papa Bergoglio sí es una sorpresa. Georgieva dejó claro que no considera que “poner la economía al servicio de los pueblos” implique retroceder en materia de globalización, sino en reformar la globalización: “La integración y la cooperación mundial, los increíbles avances tecnológicos y –desde luego– las muchas políticas económicas adecuadas han transformado nuestro mundo. En las últimas tres décadas, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad y más de mil millones de personas han logrado abandonar la situación de pobreza extrema. Estos logros son extraordinarios, sin precedentes en todo el período de la historia de la humanidad. Esta economía –la economía que ahora tenemos– puede ser una importante fuente de esperanza, un rayo de luz”. Pero -describió- “esta misma economía ha proyectado sombras oscuras. Pensemos en la excesiva desigualdad: desde 1980, el 1% más rico de la población a escala mundial ha capturado el doble de beneficios del crecimiento que el 50% inferior”.
Georgieva subrayó que “no resultan sorprendentes los resultados de una reciente encuesta global, en la que más de la mitad de los participantes afirman que el capitalismo causa más perjuicios que beneficios. Las implicaciones son alarmantes: desde la disminución de la confianza en las instituciones tradicionales hasta el aumento de la polarización política y las tensiones sociales. Así pues, ¿cómo podemos contribuir a crear una economía que esté al servicio de los pueblos?”
El enfoque revela una mirada diferente de la conducción del Fondo. Por otra parte, la preocupación por las graves tensiones que produce la inequidad social ya se había observado en la última cumbre de Davos, ese ámbito de debate de las cúpulas políticas y empresariales del planeta. Esa atmósfera es favorable para la pretensión del gobierno argentino de lograr una renegociación razonable de la deuda que abra un espacio para acumular fuerzas, estimular la inversión y el crecimiento, aliviar la dramática situación social y a mediano plazo, crear las condiciones de saldar o renovar normalmente el stock de deuda.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, que también participó en el encuentro de El Vaticano, tuvo la oportunidad de conversar largamente y mano a mano con Georgieva y verificó que las ideas generales también empiezan a manifestarse en cuestiones concretas. El diálogo con el Fondo progresa positivamente.
Ahora, en esas condiciones en principio favorables, se inicia una etapa diferente. Fernández prometió tener despejado el paisaje de la deuda para fines de marzo y el calendario no se detiene. Se aproximan dos compromisos exigentes para el ministro de Economía Martín Guzmán: la semana entrante recibirá la visita de los técnicos del FMI (ellos hablan un idioma diferente: las comprensivas palabras Georgieva, no absuelven al ministro de dar un examen técnico, mostrar sus números y demostrar la sustentabilidad de su programa). Guzmán también deberá enfrentar al Senado y presentar allí detalles de su plan que, en algunos casos, será analizado con la mirada crítica que alimentan las diferencias domésticas.
“Tenemos un plan, pero no queremos mostrarlo por ahora”, explicó el Presidente en París. Pues bien, empieza el tiempo en que hay que mostrar. Tanto a los ajenos como a los propios.
El bluff Kicillof
El país superó, entretanto, el episodio bonaerense, donde la principal jurisdicción subnacional tenía que afrontar un vencimiento pequeño pero inoportuno.
Contra lo que pretendía el gobernador Axel Kicillof, después de prorrogar con reiteración el plazo establecido para que los acreedores aceptaran sus ofertas de renegociación de la deuda de 270 millones de dólares vencida a principios de febrero, los bonistas no aceptaron sus condiciones.
Del otro lado, contra lo que vaticinaban analistas de mal agüero, la provincia no entró en default, ya que Kicillof encontró el dinero que se necesitaba para pagar esa obligación.
El gobierno nacional cumplió con su palabra: el Tesoro no aportó para sacar del apuro a la provincia de Buenos Aires, que tuvo que conseguir recursos en su propio distrito (por ejemplo: aportes de algunos municipios y retrasos en incrementos salariales de los docentes).
Toda estrategia se mide por sus resultados: la del gobernador (hacer pata ancha y proponer una negociación dura a los acreedores, amenazándolos con su propia insolvencia) fue una estrategia fracasada. Kicillof debió ablandar sus condiciones en dos oportunidades y eso tampoco fue suficiente: los bonistas más avezados le habían tomado el tiempo y sabían que no podía arruinar la negociación nacional de la deuda declarando un default provincial por 270 millones. Sabían que el pago saldría de algún bolsillo.
El gobierno nacional bancó la estrategia de Kicillof mientras se desarrollaba: si hubiera conseguido resultados (un cambio de plazos, por ejemplo) la habrían aplaudido. Siempre estuvieron claras dos premisas para las dos jurisdicciones: uno, el ballet de la provincia no contaría con fondos nacionales y, dos, esa jugada no podía concluir con un default.
En rigor, el propio gobernador lo había adelantado: “No pensamos ni queremos el default”. Pero amagó con esa posibilidad.
Con los hechos consumados, Santiago Cafiero, jefe de gabinete de Fernández, resumió lo ocurrido: “El gobernador estaba definiendo las limitaciones y mejores condiciones para encontrar un sendero de deuda sustentable y sostenible en el tiempo, y se topó con una visión totalmente distinta de lo que proponemos como gobierno nacional y provincial. Finalmente tuvo que hacer el pago y no era lo deseable pero actuó con responsabilidad”.
¿Tiene sentido atribuir la estrategia de Kicillof a un estilo impregnado de ideología o a una orientación dictada desde el Instituto Patria? Esa parece la interpretación favorita de los analistas opositores, que encuentran hasta en la sopa “contradicciones” entre el kirchnerismo de Cristina y la Casa Rosada.
No hace falta esquivar el hecho de que las formas, procedimientos y talantes que impulsa Alberto Fernández son diferentes de los que imperaron bajo las presidencias (particularmente la segunda) de la señora de Kirchner, pero rebuscar divergencias permanentemente termina siendo un ejercicio estéril, que desgasta más bien a quienes lo practican. No todas las diferencias de estilo responden a esa matriz.
Por otra parte, la señora de Kirchner no es hoy aquella presidenta, sino esta vicepresidenta. “Es dueña de los votos”, se suele argumentar. Y es cierto, pero ahora no hay elecciones hasta dentro de dos años.
Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires intentó jugar un bluff creativo para gambetear una zona de debilidad de su distrito. No tuvo éxito. En realidad, quedó más débil que antes, ante el poder nacional y ante los acreedores.
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