Las huellas de Carlos Gardel en Mar del Plata
Desde 1916 a 1930, la ciudad recibió durante los veranos al Zorzal Criollo y fue el escenario donde comenzó a convertirse en la figura mítica que terminaría conquistando al mundo.
Gardel en la playa en el verano de 1930.
Mar del Plata, fundada en 1874 dentro de una de las estancias de Patricio Peralta Ramos, recién se convertiría en el centro de la Belle Epoque, cuando la clase alta porteña la adoptó como balneario para pasar los largos veranos de la década del 20. Fue allí donde Carlos Gardel forjó el estilo que lo llevaría a triunfar en Europa y, de la mano del cine, a la trascendencia mundial.
Desde fines del siglo XIX, la ciudad había crecido gracias al desarrollo agrícola y a su puerto, pero fue con la llegada del ferrocarril, en 1886, que comenzaría a ser vista como destino turístico para las familias aristocráticas, que pasaban los meses de calor, desde noviembre hasta Semana Santa, en la playa.
Esta afluencia creciente de veraneantes generó la construcción de obras de infraestructura turística como el Casino Bristol y las ramblas, y de clubes sociales y lujosos hoteles, donde se realizaban banquetes y bailes a los que no podían dejar de asistir aquellos integrantes de la elite porteña que querían figurar.
EL DUO INICIAL
Mar del Plata se volvió entonces un polo de atracción permanente para las compañías artísticas, por lo que allí desembarcó un joven Carlos Gardel, acompañado por el uruguayo José Razzano.
“En febrero de 1916 se presenta el dúo en el balneario que aspira seriamente a ser el primero del continente y que un cuarto de siglo después -asolada Europa por la segunda conflagración- lo será del mundo -recuerda el poeta Francisco García Jiménez-. Por ese entonces hace tres años que ha desaparecido la antiestética, pero heroica rambla de madera, dando paso a la de material, con sus airosas cúpulas”.
“Los más sonoros apellidos de la República están registrados en el libro de entradas del hotel Bristol. Y la colonia veraneante, compuesta casi enteramente por esos apellidos (¡O témpora!), se regocija con las “vistas” del flamante Cine de los Glücksmann en la rambla o va al Odeón a aplaudir a Gardel-Razzano, a la compañía de Orfilia Rico, a la gitana bailadora Pastora Imperio y a Teresita Zazá”, comenta.
Años después de esa primera temporada en la ciudad marítima, Gardel y Razzano hicieron otras en el cine Palace, sobre la Rambla. El local no tenía escenario y se habilitaba un ancho entarimado, bajo la tela de las proyecciones.
“El cine rebosaba de público selecto. Y era cosa de todos los días ver a damas y caballeros de la sociedad, que no habían podido conseguir plateas, sentados al borde del entarimado, rodeando a los cantores y pidiéndoles una tras otra las composiciones predilectas”, describe García Jiménez.
Entre el 10 y el 24 febrero de 1916, los cantores criollos, acompañados por su nuevo guitarrista José “EL Negro” Ricardo, inauguraron la temporada veraniega en el Teatro Odeón como número de varietés. Testimonio de esa época es la conocida fotografía en la que Carlos Gardel y José Razzano aparecen paseando de la mano por la Rambla Bristol.
En 1916, Gardel y Razzano arrasan con un número de varieté en el Teatro Odeón.
EL TURF
Tras comenzar un nuevo camino con el “tango canción”, Gardel volvió a Mar del Plata varias veces en la década del 20, pero no para cantar, sino atraído por su segunda pasión: el turf.
No hacía mucho que habían inaugurado la nueva estación de cargas, que ligaba la actividad productiva local con los grandes centros de consumo del país y quedaba justo frente a la entrada del hipódromo, donde hoy está el Estadio Mundialista.
Cuentan los testimonios de la época que la pasión de los burros fue el imán que atrajo a Gardel hacia Mar del Plata, especialmente a la barriada de San José, donde llegaba el cantor trayendo en un vagón especial a sus caballos, la Paisanita y el legendario Lunático.
“A esta afición se debería que los historiadores de Gardel no tengan registradas algunas desapariciones suyas. Quedan en el misterio que cubrió su vida… Pero en la memoria de algunos marplatenses quedaron las andanzas y los motivos que impulsaban al “inoxidable” a llegar recurrentemente a la ciudad que tanto lo atraía”, describe el periodista Rodolfo de Paolo, en un artículo publicado en la revista Club de Tango a mediados de los 90.
EL VARIETE
Según los diarios de la época, del 12 al 17 de marzo de 1925, en el Palace Theatre marplatense, de Max Glücksmann, se proyectó “La dama de las camelias”, con Rodolfo Valentino, y durante los entreactos el dúo Gardel-Razzano animó las secciones de variedades. Su fama mundial comenzaba a gestarse y el cine se imponía como camino.
En 1927, Carlos Gardel se presenta nuevamente, entre el 17 y el 23 de marzo, en el Palace Theatre durante las secciones tarde y noche, pero ya sin su legendario compañero de dúo.
“Con un buen éxito hizo su presentación ayer, en esta coqueta sala de la Rambla Bristol, el celebrado cantor nacional Carlos Gardel, acompañado por los conocidos guitarristas Ricardo y Barbieri. Gardel hizo las delicias de los numerosos “habitués”, cantando como él solo sabe hacerlo, los tangos más en boga”, relataba la crónica del diario “La Capital”.
Sin embargo, “El Morocho del Abasto”, pese a su popularidad, no aparecía en las notas sobre la vida social de la época, salvo menciones especiales como su participación junto a Sofía Bozán y otras personalidades del mundo del espectáculo en la gala de agasajo por el arribo al puerto de Mar del Plata de los acorazados Rivadavia y Moreno, la atracción del verano de 1930.
Esa fue la última temporada de Gardel en Mar del Plata, con 19 conciertos en el Teatro Odeón, donde sumó a “La Negra” Bozán, ya como un artista en apogeo que ostentaba éxitos discográficos y un estelar paso por Europa.
Faltaba aún su incursión en el cine sonoro, una moderna técnica que lo desvelaba y que lo convertiría en inmortal. Sólo un año después, cuando Gardel se hallaba ya en Francia firmando su primer contrato con la Paramount y Bozán estaba de gira con la compañía del teatro Sarmiento, una serie de circunstancias quiso que conformaran la dupla protagónica de “Las Luces de Buenos Aires”, el primer paso del “Zorzal” hacia la gran fama.
* Fuente: Martina Iñiguez , investigadora gardeliana, para la Fundación Internacional Carlos Gardel.
El turf, el boliche de Cabeza y la futura unión con Piazzolla
Los testimonios de época narran innumerables presentaciones en un bar de los suburbios, donde se reunía la bohemia marplatense y los amigos burreros. Allí comenzaría una larga relación con la familia de Astor.
La década del 20 encuentra a Carlos Gardel lejos de los grandes escenarios de teatros y clubes de la Belle Epoque. Dicen que sus vistas a Mar del Plata tenían más que ver con su otra pasión: el turf. Y es allí, en los arrabales del balneario aristocrático, entre borrachos y bohemios, donde el Zorzal encontró a su mejor público.
El nuevo hipódromo de la ciudad estaba enclavado en el perímetro que delimita la avenida Juan B. Justo -entonces Cincuentenario- desde Dorrego a Jacinto Peralta Ramos, con un recodo en Lisandro de la Torre, por entonces llamada “diagonal de los studes”, justo donde hoy se encuentra el Estadio Mundialista José María Minella.
En los años 20, el barrio San José era un hervidero de personas atraídas por la aquella vieja pasión argentina por los burros, entre ellos Gardel. “Con las noches rumorosas, pobladas por el incesante croar de los sapos laguneros, con perfume de barrio suburbano en una ciudad especial como Mar del Plata -recuerda el periodista Rodolfo de Paolo-. Tiempo de quintas y carretas, de studes y caballos, de “ajenjo” y “pernot” en los boliches de Cabeza o Marcón”.
Bicicletería de los Piazzola.
Se trata de dos despachos de bebidas situados en la esquina de Matheu e Independencia: el de Marcón, en la esquina noreste, y el de Cabeza -Bar y Almacén El Retiro- hacia el suroeste.
Según narra De Paolo, “en El Retiro se reunían todos los vecinos con inclinaciones literarias -como el caso de Tomás Ciudad, Abraham Domínguez y el padre del famoso púgil Antonio Cuevas, de quien además se decía que era un imbatible jugador de truco. Gente de barrio, como los Llamazares, Dalmasso, Manetti, Bruzzone, Maffione, Simón”.
“No fue casual que allí recalara Carlos Gardel, quien conoce el local y su gente durante la preliminar presentación artística en setiembre de 1922, junto a José Razzano, en el teatro Odeón”, sostiene.
Cuenta la anécdota que los Manetti, la rama materna de la familia de Astor Piazzola, vivían al lado del bar de Manuel “Cabeza” Veramendi y dicen que fue en ese boliche donde Asunta y Vicente -conocido mundialmente como “Nonino”- se conocieron y montaron su bicicletería.
En septiembre del 22, Gardel había ido a acompañar a su yegua “La Paisanita”, que perdió como nunca en el hipódromo marplatense, y por la noche terminó con los muchachos del turf en el boliche del Cabeza Veramendi.
Inmediatamente se corrió la voz por todo el barrio San José: “Hoy canta Gardel en lo de Cabeza”. Y no fue la única vez. Aseguran los testimonios que Gardel frecuentó El Retiro durante años y que Astor lo vio cuando era apenas un niño.
Algo de esa relación es la que finalmente se plasmaría en 1934, cuando Astor Piazzola, de apenas 13 años, casi se une a su orquesta del Zorzal cuando en Nueva York participa como “canillita” en la mítica grabación de “El día que me quieras”.
“Es Nonino el que decide probar suerte en los Estados Unidos y allí estaba con Astor adolescente cuando Gardel estaba preparándose para filmar. Entonces Nonino le habla a Gardel, al que conocía del bar El Retiro del barrio San José de Mar del Plata, de que su hijo, de apenas doce o trece años, ya toca el bandoneón. Gardel le pide que se lo mande y así se produce el primer encuentro personal entre los dos grandes”, escribe De Paolo.
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