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Opinión 11 de julio de 2016

Al escribir sobre la Patria

Por Fabrizio Zotta

-¿Qué te pasó?, después de las de Borges quedaste muy cansado…

– No, no es eso. Lo que pasó es que estuve con una angina muy fuerte…

– Mirá si nosotros frenáramos el diario por cada uno que tiene una fiebre. ¿Qué tenés para esta semana?

– Pensaba en una mirada personal sobre el Bicentenario, una nota que recoja mis ideas sobre…

– Una mirada personal. ¿Una mirada personal? ¿Y te parece que alguien está esperando leer lo que vos pensás sobre el Bicentenario? Imagino a la gente buscando en toda la edición, desesperada… ¿A ver qué opina Fabrizio sobre el Bicentenario?

– No digo eso, pero mientras garabateaba un papelito con las ideas que quería escribir pensé que algunas le pueden servir a quien lea para problematizarse qué le pasa a él con este tema.

– Nadie hace eso. ¿Y qué descubriste sobre los 200 años de la Independencia?

– No mucho. Apenas que a medida que uno crece va empezando a vivir sin héroes, y es un aprendizaje un poco doloroso a veces. Grandes hombres del ayer, aquellos que leíamos con pasión, los que estaban en lugares a los que uno aspiraba, intelectuales que creíamos que siempre tenían la palabra exacta, incluso las películas que vimos, o los músicos que marcaron nuestra vida, o las novelas que leímos: a medida que uno se hace más grande no son más que el recuerdo de una sensación, como la magdalena de Proust, que es el recuerdo de la infancia, no es la infancia.

– Estoy esperando que aparezcan las palabras Patria, Independencia, Casita de Tucumán, Laprida…

– Es que, de alguna manera, quedarse sin héroes es también una percepción de la Patria. Como idea abstracta la Patria nos hincha el pecho, no puede menos que emocionarnos al pensarla, o al imaginarla. Claro que uno sigue rindiéndose frente a Don Manuel Belgrano, San Martín, Moreno, Alberdi y –también- ante Sarmiento. Pero yo no veo a esos hombres en los ojos de las personas con las me cruzo diariamente. No en lo que nos gobiernan, pero tampoco en el que atiende un comercio. No veo un fervor patriótico que vaya más allá de la idea indeterminada de la Patria. No creo estar cómodo con todos los aspectos de la Argentina de hoy, pero no en cuanto a la coyuntura política, a quien gobierna, o quien gobernaba; no sé si me interesa mucho el problema del gas, o de las naftas. No creo que esos sean los problemas que tenemos, porque mañana o el año que viene, o en tres años, eso va a cambiar. La tapa de este, y de todos los diarios, es cada vez más efímera. Pero hay cosas que no cambian, y que están en la Patria que se vive, no en la que está en el acta de Laprida. Están en lo que consideramos importante, y en lo que no nos molesta. Están en los motivos por los cuales levantamos la voz, y en lo que nunca nos movilizó. Están en las reacciones cuando no pensamos, en la forma de actuar cuando nadie nos ve. Están en las escuelas y universidades, en lo que enseñamos, en el arte que hacemos. Es un modo de pensar: qué esperamos de los demás, qué sentimos que cada uno tiene que hacer para contribuir. Cuál es nuestra visión del servicio, del sentido del sacrificio. Es como en “La náusea”, la novela de Sartre: la sensación de que todo es gratuito, que te revuelve el estómago. Los problemas de la Patria son concretos, y decir que la Patria es un sentimiento, o que la Patria es lo más grande que hay no contribuye demasiado.

– Eso es reducir la Patria al Estado, o al país, o a la cultura, o como se llame. La Patria es otra cosa, es la bandera, los antepasados, la identidad.

– En todo caso no puede ser una declamación. Si la Patria es lo que somos, es también lo que hacemos, y –por lo tanto- lo que no hacemos. Pensar en una Patria real es decir, como Bernardo de Monteagudo, que si un pueblo se corrompe pierde la energía, porque “a la transgresión de sus deberes es consiguiente el olvido de sus derechos, y al que se defrauda a sí propio le es indiferente ser defraudado por otro.” Notable, ¿no?

– No me convence… yo buscaría por otro lado. Algo más simple, una idea más amigable; yo partiría de una buena frase, un título potente que diga todo, pero a su vez no diga nada: “La Patria somos todos unidos”, “La Patria es el Otro”, “La Patria no se vende”, “La Patria es de los pobres”… Yo iría por ahí.

– Vos sos editor. Obvio que vas a ir por ahí.

– Y sí, de otra forma es como ir a un cumpleaños a criticar los sanguchitos.

– Por eso no hay que ir a los cumpleaños.

– Decí que el espejo donde tenemos que mirarnos es en el esfuerzo y patriotismo de esos hombres: Castro Barros, Gascón, Mariano Boedo.

– Y si en lugar de mirarnos fuéramos nosotros Castro Barros, Gascón y Boedo?

– Andá nomás, acordate… “Es aquí, es ahora”, “Patria somos todos”, “Vamos que se puede”… en esa línea.

– Ok. ¿Y algo sobre la cantidad de gente que viajó por el fin de semana largo?

– No, eso ya lo tengo.