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Cultura 11 de julio de 2016

Diario de lector: La felicidad del coraje

Por Gabriela Urrutibehety

www.gabrielaurruti.blogspot.com.ar

El lector que escribe un diario lee un libro de conferencias de Jorge Luis Borges, “El Tango”, traído por el vendaval de homenajes por los 30 años de su muerte. Como es de esperar, el libro habla más del propio Borges, de su literatura, que del tango.
La transcripción de estas charlas de 1965 tienen la cadencia de la conversación oral y eso se agradece en la lectura que llega al final de cada conferencia sin extrañar demasiado la imposibilidad de la “ilustración musical” del maestro García quien ejecutaba algunos de los tangos que se mencionaban para el público que asistió a esas conversaciones. Porque el tema no es la música sino el universo que se construye en las letras de los primeros tangos y, más aún, en las circunstancias de su nacimiento: qué, quién, cuándo y dónde produjo, alrededor de 1880, el universo de guapos y compadritos que serán la materia prima de buena parte de la producción borgeana.
“El sur es una suerte de corazón secreto de Buenos Aires”, se lee en las primeras páginas, y ya allí está sentado el universo. “Más allá de vivir en Saavedra, o en Flores o en el Norte, somos todos hombres del Sur”, dice Borges y de esta manera inaugura una geografía no espacial que será la que usará para referirse a los tangos -tema de la conferencia- pero que, por supuesto, es el enclave de sus propias historias.
Es una geografía del límite urbano que extiende a todo el país, “una de las colonias más pobres, más a trasmano, más suburbana del vasto imperio español, ya que aquí no había metales preciosos y tampoco había muchos habitantes para convertirlos a la fe de Cristo”. Una geografía sin vereda de enfrente que hace mucho más difícil la conquista por cuanto “acaso sea más fácil conquistar ciudades, fortalezas, que habérselas con grupos de indios que, vencidos o vencedores, se dispersaban, se hacían invisibles en la pampa”.
Prácticamente como Sarmiento, piensa el lector que escribe un diario, Borges propone una geografía capaz de engendrar ciertos caracteres, ciertos tipos: en este caso, el hombre de coraje, el compadrito o guapo que es una continuidad del indio y del gaucho. Si la literatura del siglo XIX construyó al indio y al gaucho, Borges es el creador del compadre, amasando el barro de Hernández y Eduardo Gutiérrez con el caldo tanguero de los primeros tiempos. Un tiempo fijado en torno al primer centenario, antes de que Carlos Gardel convirtiera al tango en “una escena en la cual un hombre se queja, y en la cual -y este es uno de los temas más tristes del tango- se habla de la decadencia física de una mujer”.
El tango, para Borges, es el de los primeros tiempos, el que hace nacer en 1880 con la marca de la clandestinidad. Es un tango de letras “inefables” por incorrectas, por groseras, y el lector que escribe un diario lamenta el pudor del conferencista que no las recita -como a otras- mientras asegura “todos las conocemos”. Son letras de la alegría del desenfado y el desafío. Prepotentes, guarangas, prostibularias: orillas de la moral y las buenas costumbres.
“El tango sale de las ‘casas malas’”, tal como el jazz en Estados Unidos, se ocupa de reiterar. Y ese escenario determina también los instrumentos: ya no la guitarra, popular y transportable, sino el piano, la flauta y el violín que dan cuenta del sedentarismo urbano del baile.
También el escenario provocará el alejamiento de las mujeres que no se humillan a la coreografía bárbara y obscena: “Las mujeres del pueblo conocían la raíz infame del tango y no querían bailarlo”. Con el trazado de estas coordenadas, Borges establece un universo exclusivamente masculino, donde “infame” y “valiente” no son calificaciones contradictorias.
En esta geografía y en este tiempo, configura un tipo de personaje, el que pertenece a “la secta del cuchillo y el coraje”. Guapos y compadritos, dice Borges, “crearon, a su modo, una religión”, aunque el lector que escribe un diario sospecha que es Borges el que la creó. “Oyendo tangos como ‘El choclo’, ‘El Pollito’, ‘Las siete palabras’, ‘El apache argentino’, ‘El cuzquito’, uno siente esa felicidad del coraje”, copia el lector que escribe un diario, como para afianzar la idea.
Para esta creación, para la reconstrucción de esta mitología, en las conferencias utiliza un procedimiento que está diseminado por toda su obra: la tradición oral familiar. ¿Cómo arma Borges la historia del tango en estas charlas? Mentando lo que su madre, sus tíos, el padre de Bioy Casares, un guapo que conoció una vez, le contaron. No es un académico citando autores: es un autor construyendo un mundo con leyes propias, en las que la de la legitimación no utilizan normas APA sino que se baten en el gran caldero de una tradición de la que él es depositario, albacea y curador.
Por eso, al terminar de leer las conferencias sobre el tango, el lector que escribe un diario sospecha que Borges ha estado creando el universo tanguero que, a su turno, lo ha estado creando a él.



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