Fabián Casas y sus “Diarios de la edad del pavo”
Se trata de un grupo de textos heterodoxos, escritos entre el '92 y el '97, cuando el poeta comenzaba a ser conocido. "Uno construye su obra de a poco, en el vacío, sabiendo perfectamente que va a ser derrotado, humillado, y quizá reconocido. ¡Pero esto sucede tan pocas veces!", escribió.
“Diarios de la edad del pavo”, curioso libro que reproduce en crudo tres cuadernos escritos por Fabián Casas durante seis años sin la intención de ser publicados, da cuenta de las cavilaciones de un escritor al inicio de su formación y de la escena literaria de los ’90 en forma desordenada y catártica, sin segundas miradas o interpretaciones.
Eloísa Cartonera publicó esos diarios sin recortes, habiendo sido solo transcriptos. Así, a reflexiones sobre Joyce, Hegel o Beckett se suceden listas de compras, encuentros con escritores como Piglia y Aira, novedades de trabajo escaso, primeras publicaciones como “Tuca”, mudanzas y obras en progreso como “Ocio”, “El Salmón” o la emblemática revista “18 Whiskys”, intercaladas con covers de Yeats, cassettes de Zappa y notitas de amor escritas en birome.
Casas repasa la construcción de estos diarios: dice que fueron hechos por alguien que ya no es él y que no los releyó, que no le gusta el pasado, que su tiempo es el ahora; pero mientras la entrevista transcurre hojea la edición de Eloísa y se sorprende con lo que encuentra.
Explica que lee desde su presente y se ríe de la hipocondría del joven que escribió los diarios, repasa los nombres de los amigos, la primera vez que visitó a Fogwill, lo que le dijo Saer sobre los hijos, y por momentos lo que nombra se sale de las páginas y parece cobrar sustancia en el patiecito de la librería Ref, donde ojea fragmentos al azar.
No sabe entonces sobre cuántas de esas reflexiones volvió en estas casi dos décadas, pero hay textos que parecen germen de lo que luego escribió en novelas como “Titanes del Coco” y ensayos como los de “La supremacía Tolstoi”, o lo que repite hasta el cansancio cuando habla de lo que la literatura significa para él.
“Uno construye su obra de a poco, en el vacío, sabiendo perfectamente que va a ser derrotado, humillado, y quizá reconocido. ¡Pero esto sucede tan pocas veces!”, escribía a los 28 años, una definición que resuena en la práctica del karate, que comenzó a sus 40, y que trasladaría a la literatura.
Son más de 350 páginas en las que un escritor “en la edad del pavo” literaria trata de “hacer surf” en la vida cotidiana y anota al tuntún hechos que a veces parecen literarios: la muerte de la madre, cartas del padre, el amor: “Mi padrino fue para mí la imaginación, la inteligencia y la salud. Fue Gilgamesh”.
-¿Cuál es la historia de estos diarios?
-Casas: Los escribí en el lapso que va del ’92 al ’97. Eran tres cuadernos, quedaron en algún momento olvidados en el taller del Diego Bianchi, que es artista, después de los ’90; Diego se los dio a Santiago Arcos, editor, y él se los pasó a (Washington) Cucurto (escritor), que los leyó como pudo porque tengo una letra mala y en algún momento me propuso publicarlos. Los tiene Cucu ahora, me los tiene que devolver. Me dijo que quería publicarlos porque le habían gustado, tenía confianza en ellos y yo confío en su criterio de afecto, así que los publicó tal cual. Contrató personas para que lo tipeen, yo no los releí, no sé si me lo bancaría, no me gusta mucho el pasado, me gusta más el presente. Cuando los imprimieron me dijeron ‘miralos’ y si tenían dudas en algún párrafo yo les leía el original, ayudaba a identificar mi letra, pero nada más.
-Como si estuvieran atravesados por la mirada de alguien que ya no existe.
-Este es claramente un libro que escribió una persona que no soy yo ahora, en los años ’90, en un momento muy hermoso de mi vida, con mis amigos de la 18 Whiskys, momentos centrales en mi educación y mi vida. Les tengo un cariño infinito a todos ellos, podés tener o no a esos amigos y yo los tuve, así que eso es una bendición. Y el diario da cuenta de eso, el que lo hizo está todo el tiempo leyendo, escribiendo, siente la literatura como algo vital, no solamente libresco. Nosotros íbamos a un lugar, a una casa, a comprar, a comer, viajábamos, recorríamos la ciudad, no dormíamos, salíamos a bailar, tomábamos pastillas, fumábamos… da cuenta de la escena literaria de esa época.
-Parte de estos diarios parecen un manifiesto adolescente y devoto sobre la escritura. Sólo un devoto, o un adolescente, se preocupa por lo que no cree: “No creo en este diario. No creo en mí. Y, sin embargo, en esta dialéctica entre hacer y no hacer pasa toda la vida; lo mejor de la vida”, se lee en alguna de las definiciones que a través de estas páginas y los años elucubrás sobre lo que un diario y la literatura son.
-Creés, porque sino no estás escribiendo. Escribía para sentirme bien, el diario era una especie de tranquilizante, ahora hago karate hace diez años pero en ese momento no hacía nada y era mi ejercicio físico. Me gustan los diarios de escritores, me gusta la gente que escribe sobre la vida para aprender a vivir y cómo construye su mito si piensa publicarlo. En mi caso puntual nunca pensé en publicarlos, son muy íntimos, por eso me gusta que circulen casi en secreto, entre esos chicos para los que les significó algo, que lo lean amigos, gente que se involucra. Si mi experiencia en el mundo le significó algo a otra persona y le ayudó a vivir ya me siento reconfortado porque a mí me pasó lo mismo con otros escritores y ni siquiera con gente que escribe diarios, con personas que te encontrás, charlan con vos y te enseñan cosas.
-“La juventud al poder”, prologa Gustavo Yuste, ¿Cómo te relacionás con este trabajo?
-No me reencuentro con los diarios sino con escritores que le dan un sentido que yo no encontraba. Para mí su valor fue haberlos escrito en el momento en que necesitaba escribir como si hiciera abdominales, para manejar estados de ánimo, no le encontraba un valor literario. Supongo que el que lee, lee una experiencia de vida que le sirve para identificarse y lee también una búsqueda literaria como hecho colectivo, un intento de unificar la técnica y la metafísica, porque una técnica que te sirve para escribir te tiene que servir para vivir, sino no tiene sentido. Para mí fueron el momento en que uno está adoleciendo desde lo literario, cuando tiene que construirse como escritor, como una etapa de incertidumbre, indolencia y entusiasmo. Una mezcla de todo. Hay poemas sobre los que he escrito cuarenta versiones, pero el diario está escrito como me salió, va directo, es como mostrarte en calzoncillos.
El diario termina con esta anotación: “Desde el domingo estoy en este depto nuevo. Solo. Ayer carta de L., muy dura conmigo. Hablé con mi viejo y me peleé. Parece que soy un ser detestable, megalómano y hostil”.
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