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Opinión 27 de diciembre de 2019

El camino recorrido, a 15 años de Cromañon

Por Agustina Claramut (*)
La percepción del paso del tiempo es subjetiva y caprichosa. ¿Cuánto es mucho o poco? Depende del punto de partida que tomemos, el transcurso de esas horas se volverá lento o vertiginoso. Ante una espera los minutos parecen no pasar jamás pero frente a un momento feliz, independientemente de su temporalidad real, siempre nos queda sabor a poco y ganas de más.

Distinto es cuando se trata de ausencias. Cuando alguien se va no importa si pasaron dos horas, un año o quince, siempre es eterno, el vacío que deja no se puede medir en minutos sino en intensidad. Y justamente esto es lo que nos pasa todos los días cuando por alguna razón Cromañon nos golpea un poco, porque el 30 de diciembre es solamente un punto en el calendario que recrudece el dolor y la angustia, pero el resto del año, de los días, de los minutos, está ahí también, latente.

Pasaron quince años desde el 30 de diciembre de 2004. Una eternidad completa, demasiado tiempo sin cada uno de los que ese día se fueron. Para algunos de nosotros es la mitad de nuestra vida. Se torna inevitable mirar para atrás y rever el camino elegido plagado de dolores y ausencias pero también de momentos felices.

En estos quince años empezamos y terminamos carreras, cambiamos de pareja, nos casamos, viajamos. Tuvimos un hijo, después dos, algunos se separaron. Todo este tiempo transcurrido y habitado por nosotros es fruto del esfuerzo y la construcción, de querer más, de apuntar a más.

Es el convencimiento de que no se puede transitar ningún camino sobreviviendo, porque es injusto que para nosotros la vida sea un tiempo prestado. No es una segunda oportunidad, es la vida misma volviendo como olas de mar, una y otra vez, reinventándose, como nosotros.

Cuando observo a mis dos hijos me doy cuenta de que esa es la verdad más certera que me enseñó Cromañon.
Creo que hay dos formas de ver la vida después de la tragedia. La primera es pensarlo como la noche que lleno de horror y sufrimiento todas las vidas, todos los tiempos de ahí en adelante, pero esta postura presenta un problema: verlo así tiñe absolutamente todo de una nostalgia que nos hunde en la tristeza. Nada bueno puede construirse desde el dolor y la bronca.

La otra es tomarlo como un punto de partida. El 30 de diciembre nos cambió el rumbo, pero supimos afrontar enteros cada momento sosteniéndonos entre todos. Reconstruimos nuestra vida, construimos vínculos nuevos, amistades, familias enteras.

Desde que tomé conciencia de la magnitud de la tragedia que habíamos vivido elegí el lado de la mecha en el que quiero estar. Entiendo que a veces no se pueda, que sea imposible, que se nos venga la fecha y la vida encima. Para mi también es muy difícil, hay medidas de tiempo y de dolor que son insondables, pero cada segundo que me encuentra percibiéndome sobreviviente, preguntándome por qué, me repito que la única forma de honrar a quienes ya no están es siendo felices. En esa elección solo hay valentía (y nadie se arrepiente de ser valiente).

Cromañon es el punto de partida que tomamos para mirar estos años, y como tal no puede ni debe ser solamente una fecha diluida con el paso de los años. Tenemos el deber de que la experiencia que nos tocó vivir no se olvide y sobre todo que no sea la precuela de una nueva tragedia que nos deje contando ausencias en lugar de sueños.

(*) Sobreviviente de la tragedia de Cromañon



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