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Arte y Espectáculos 17 de noviembre de 2019

Scorsese vuelve a territorios conocidos en “The Irishman”

La película tuvo su premiere argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Martin Scorsese vuelve a los conocidos territorios de la mafia, los asesinatos por encargo y las inseguras lealtades que se forjan en el submundo del hampa, los negocios y la política en “The Irishman“, superproducción que filmó para la plataforma Netflix y que este domingo se vio en calidad de premiere argentina en el cierre del 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Reuniendo una troupe de viejos conocidos como Robert de Niro, Joe Pesci y Harvey Keitel, a los que suma a Al Pacino (en un excelente Jimmy Hoffa), Scorsese obtiene un filme sólido, que no parece aportar tanto en términos cinematográficos a su filmografía.

Sin embargo, esta película aparece como la que mejor pinta y elabora la futilidad y soledad de estas vidas dedicadas a los negocios rápidos, el ascenso social fulminante y el manejo del poder, legal o ilegal, lo que en Scorsese es la misma cosa.

“Si eliminaron a un presidente (por John Fitzgerald Kennedy) también pueden eliminar al presidente de un sindicato”, dice Russell Bufalino (Joe Pesci) a su protegido Frank Sheeran (De Niro), el irlandés del título del filme, cuando le advierte que para la mafia el tiempo de Hoffa al frente del sindicato de camioneros se acabó y que debe retirarse, o atenerse a las consecuencias.

Como se sabe, el poderoso líder sindical de los camioneros estadounidenses desapareció en julio de 1975, aunque su muerte fue declarada en 1982,

La película de Scorsese cuenta cómo fueron los últimos sucesos en la vida de Hoffa, su asesinato y desaparición de su cuerpo, la trama del poder que lo lleva a pasar cuatro años preso y perder el sindicato y las peleas con la mafia por el manejo de los fondos mutuales del gremio.

Y todo comienza con la presidencia de JFK, los acuerdos que la mafia teje para invadir Cuba y recuperar los manejos de los casinos y el juego en la isla caribeña, el apoyo de Hoffa a Richard Nixon y la posterior persecución judicial que sufre a manos del fiscal General, Edward “Bobby” Kennedy, hermano de John Fitzgerald.

Como en “Buenos Muchachos”, el relato se asume en off y está contado por Sheeran, retirado, olvidado de sus hijas y viviendo en un asilo de ancianos cuando los viejos conocidos de ruta ya murieron.

De ese presente del off el filme pasa a otro presente, un viaje en automóvil por la ruta entre Bufalino, Sheeran y sus esposas para asistir a una boda (y liquidar unos negocios de paso) y desde allí aparecen recurrentes flashbacks que van contando la historia completa.

Sheeran es un camionero, ex veterano de la Segunda Guerra que hace contacto y queda bajo el ala de Bufalino que luego lo relaciona con Hoffa, de quien se convierte en una suerte de mano derecha, más tarde dirigente gremial.

Sheeran es un sicario profesional, el tipo al que se llama para solucionar los problemas que no encuentran otra solución, un hombre efectivo, casi un “trabajador” en su especialidad, con la capacidad de forjar fuertes relaciones personales con sus jefes.

Es una Nueva York, Detroit y otras partes del vasto territorio estadounidense que van de fines de los 50 hasta comienzos del 2000, y también una cierta radiografía del modo como se hacen los negocios ilegales, vinculados con la política y los sindicatos, sin que aparezca en el filme la industria, un sector que Scorsese parece dejar siempre a salvo de su oscura pintura de Norteamérica y su progreso.

La violencia de “The Irishman” es incluso más familiar, con costos personales, hay asesinatos pero son casi primitivos, lejos de las grandes coreografías a las que nos pudo habituar Scorsese.

No hay arrebatos con un bolígrafo entre los ojos, ni alguien moliendo a palos a otro en el desierto de Las Vegas o un tiro a los pies a un camarero malhumorado, son simples descargas de frente con revólveres pequeños, un bang bang y listo, así mata el irlandés del filme.